Confesiones (I)
He trabajado intensamente en una interpretación teórica sobre la movilización de octubre, y he constatado a través de varios blogs, sobre todo de la derecha, la forma por la cual se intenta cubrir esos eventos de un manto de desprestigio y presentarlos como un “octubre negro”. Y creo que en eso tienen razón, para la burguesía, para las elites, octubre fue negro, un episodio que no debe repetirse. Pero yo veo ahí algo más que una movilización. Algo más que solo resistencia. Veo un acontecimiento. Veo un núcleo histórico que va a permitir explicar futuros escenarios. Veo la irrupción de lo imposible. Veo el desafío de mirar y actuar en la historia desde otros referentes. Retrocedo la mirada en mi historia más reciente y encuentro al menos dos acontecimientos similares, el primero es el levantamiento indígena de 1990, denominado como Levantamiento del Inti Raymi, y, el otro es la crisis financiera-monetaria de 1999-2000. Creo que esos dos acontecimientos son fundamentales para comprender lo que sucedió luego que se produjeron. El levantamiento indígena de 1990 fue el proceso de creación y re-creación de la ontología política del movimiento indígena como movimiento alternativo al capitalismo y la modernidad, y como el sujeto más importante de la resistencia al neoliberalismo en la década de los años noventa del siglo pasado. Gracias a esa emergencia y a esa ontología política, el movimiento indígena pudo constituirse como polo alternativo desde el cual enfrentar la arremetida neoliberal, sobre todo en el contexto en el cual el discurso del socialismo se derrumbó y, con él, la ontología política de la clase obrera como el sujeto emancipatorio por excelencia. No puede entenderse la década de los años noventa del siglo pasado sin el movimiento indígena, y, a su vez, este no puede ser comprendido plenamente sin el levantamiento de 1990. Pero no solo que posibilitó la confrontación y posterior derrota al neoliberalismo, sino que fue el locus desde el cual emergieron nociones de sentido diferentes a los cánones establecidos tanto en la izquierda cuanto en la derecha. Nuevos discursos, nuevas prácticas, nuevos liderazgos, y nuevos horizontes emancipatorios, fueron las consecuencias de ese acontecimiento que se inició en junio de 1990. De la misma manera con la crisis financiera y monetaria de 1999-2000. Empezó con el feriado bancario de marzo de 1999 y se proyectó hasta la destitución de Jamil Mahuad en enero de 2000, y llegó al proceso de la Revolución Ciudadana (2007-2017), con todo el universo simbólico que engendró, con todos sus límites y posibilidades. La crisis financiera y monetaria de 1999-2000 destruyó a la clase media, por eso fue la clase media el sujeto que emergió y se consolidó durante la Revolución Ciudadana.
Sin embargo, pienso que octubre es algo más que una de las mayores movilizaciones de los últimos años. Creo que ahí, en esos eventos sucedió algo trascendente, algo que nos va a cambiar de forma fundamental. Una primera intuición es que esas movilizaciones implicaron el cierre del siglo XX y la apertura del siglo XXI y, justamente por eso, se constituye como un acontecimiento, porque abren un espacio de posibles que antes ni siquiera constaba como tal. Creo que esa movilización es el umbral para que nuestra sociedad entre al fin al siglo XXI. A partir de esa movilización, todo lo que venga será ya parte del siglo XXI. Por ello comparto esa forma que tiene E. Hobswan de comprender la historia a partir de ciclos que pocas veces coinciden con el calendario. En el Ecuador, el retorno al neoliberalismo que se produce en el gobierno de Moreno es el retorno al siglo XX. El acontecimiento de octubre es la negación de ese retorno al neoliberalismo. Es la sociedad la que le dice al poder que el neoliberalismo no tiene y no debe tener posibilidades, porque pertenece al pasado. Plantar cara al neoliberalismo y negarlo de forma radical es negarse a repetir el pasado y abrir la puerta al futuro. Sin embargo, hay otra intuición que me parece importante, y es el rol que asumieron las redes sociales en esta coyuntura. Las redes sociales fueron un campo de disputa de sentidos sobre la realidad y sobre el futuro. Las redes sociales jugaron, creo yo, un rol fundamental en octubre. Por eso, octubre es una insurrección del siglo XXI. Fue en las redes sociales en donde se dirimió la batalla ideológica y se ganó la disputa hegemónica. Los sentidos sobre la realidad se debatieron, se discutieron y se confrontaron en las redes sociales. Ahí constaban los temas claves, los discursos alternativos, los conceptos fundamentales con los cuales la sociedad pudo confrontar al poder y, finalmente, derrotarlo. Las redes se convirtieron en el apoyo y en el medio clave desde el cual crear referentes sin apelación que no sea la propia sociedad. Su acceso libre, su democracia, su forma de inmediatez y testimonio, todo ello influyó en octubre. No obstante, hay algo que me llama la atención en esa coyuntura y es que las universidades no tuvieron nada que ver y nada que hacer en esos momentos. Las ideas fundamentales que sirvieron para estructurar la lucha ideológica no se generaron en ninguna universidad. En ningún centro de investigaciones. Los espacios desde los cuales se crearon los significantes más importantes fueron espacios virtuales y por fuera de todo ámbito académico. Me pregunto y me cuestiono porque formo parte de la academia, y de hecho mi vida se ha definido desde ahí, pero sé que si hubiese acudido a la academia, a sus formatos, a sus referentes, mis ideas, mis planteamientos no habrían tenido ninguna validez. Cuando redacté el Manifiesto al país para oponerme a la Ley de Crecimiento Económico, jamás se me pasó por la cabeza redactarlo en términos académicos. Era un tema demasiado serio y demasiado importante para asumirlo y redactarlo en términos que la academia prescribe. Si lo hubiese hecho lo más probable es que no hubiese tenido ninguna relevancia práctica. De la misma forma cuando trabajo con la dirigencia y el movimiento indígena y popular y explico sobre las leyes neoliberales y sus consecuencias económicas, jamás se me habría ocurrido adoptar un tono ex cátedra. Se habrían roto los canales comunicantes con las organizaciones indígenas y toda pertinencia de la crítica al neoliberalismo. Cuando me confronto, y eso es permanente, a la doxa ilustrada de los neoliberales, en las radios, en la televisión, en las redes, tengo que desprenderme de toda adscripción académica, salvo mis títulos. Si me apego a la academia, pierdo el debate, porque ahora la academia está hecha para eso, para neutralizar cualquier capacidad crítica. Y de hecho, la doxa ilustrada del neoliberalismo lo sabe muy bien, ellos conocen que se trata de un debate político y que este momento la academia está bastante lejos de su propia sociedad. La academia es un agujero negro para el pensamiento crítico y alternativo. Ahora, entre escribir en un blog o una revista virtual sea sobre la coyuntura o sobre lo que pienso, y escribir un artículo indexado, prefiero lo primero, porque sé que ese texto indexado, con su prosa tan estándar es un puro simulacro de ciencia, y que este momento el pensamiento, al menos aquel que critica y cambia al mundo, ya no se crea en las universidades. Mi último artículo indexado (con toda la parafernalia de matemáticas, normas APA, clasificación JEL y todo eso, no llega ni a cien lectores). Pienso también en que durante las movilizaciones de octubre la gente que salió y arriesgó su vida ante la arremetida del poder, y lo hizo porque creía en lo que decíamos, y lo que decíamos no tenía nada que ver con la academia, sino con la verdad, con la ética, con el compromiso con nuestra sociedad. Y ahora la academia, y me da pena decirlo, está muy, pero muy lejos de eso. En medio de la movilización de octubre, se hizo viral un audio mío de una entrevista radial en la que anuncio la crisis producto de los acuerdos con el FMI y esbozo la hipótesis de la salida de la desdolarización. Eso fue en marzo de 2019, y anticipaba ya a los eventos de octubre de ese mismo año. Ese audio se hizo viral durante las movilizaciones de octubre y salieron a responder y confrontarme la plana mayor de los neoliberales. Ninguno de ellos asumió con rigor académico mis argumentos, porque sabían que se trataba de un debate demasiado serio para eso. Es cierto, se produjeron críticas ad hominem, pero quedó latente en la sociedad lo que había dicho en esa entrevista, y como sedimento de esas palabras quedó la idea de que el FMI y el neoliberalismo siempre hacen daño a las sociedades y ha sido esa idea fuerza la que se posicionó y, para hacerlo, tuve que alejarme de la academia y entrar en la sociedad, en el pueblo. Esa coyuntura me hizo pensar sobre lo que estaba pasando con nuestras universidades. Me parecía injusto que en una coyuntura tan importante, las universidades que tienen todos los recursos institucionales, económicos y humanos, para pensar y reflexionar sobre el país y sobre lo que estaba pasando, además de proponer alternativas ahora ya no sean referentes de nada. Cuando tuvimos que entregar la propuesta de política económica alternativa desde el Parlamento de los Pueblos, las universidades también hicieron mutis por el foro, aunque algunos académicos, al menos los más comprometidos, nos acompañaron en esos momentos. Ahora que estoy escribiendo sobre esos eventos de octubre, busco referencias, investigaciones, análisis en la academia (y conste que tenemos dos universidades de posgrado en ciencias sociales en la ciudad), y no encuentro nada. Como si octubre nunca hubiese ocurrido. Como si la academia tuviese cosas más importantes en las que pensar que en su propia sociedad y sus problemas. Pero sin duda el momento más fuerte de todos, no fueron las dos primeras semanas de octubre, y ni siquiera el domingo 13 de octubre cuando nos sentamos ante el Estado a exigirle la derogatoria del Decreto 883 en un evento público y transparente. La batalla más fuerte, la más importante de todas, se dio apenas días después y, lo curioso, es que la sociedad no lo supo. Empezó el 18 de octubre de ese año, apenas a cinco días de haber suscrito esos acuerdos por la paz y haber logrado la derogatoria del Decreto 883. Ese viernes 18, recibimos un balde de agua fría cuando nos enteramos que el gobierno había enviado con el carácter de urgente económico el proyecto de “Ley Orgánica para la Transparencia Fiscal, Optimización del Gasto Tributario, Fomento a la Creación de Empleo, Afianzamiento de los Sistemas Monetario y Financiero, y Manejo Responsable de las Finanzas Públicas”, también denominada “Ley de Crecimiento Económico”. Para esa noche tenía ya ese proyecto de ley en mis manos. Lo revisé hasta la madrugada y no podía creer lo que estaba leyendo. Me parecía surrealista. Un ejercicio de paroxismo neoliberal llevado al culmen. Recuerdo haber llamado a varios colegas del Foro y de las organizaciones sociales para advertir lo que se venía. Aquello que me tenía realmente anonado era la radicalidad de las reformas que el gobierno estaba proponiendo, y apenas habían pasado cinco días desde que se suspendió el levantamiento. Estábamos en pleno trabajo de duelo por nuestros muertos. Los rescoldos de la fogatas aún estaban calientes como testimonio de la historia que acabábamos de escribir y el gobierno, con este proyecto de ley, nos clavaba el puñal hasta el fondo. En este proyecto de ley de 404 artículos, se reformaban 24 cuerpos legales y se radicalizaba el neoliberalismo a niveles nunca antes vistos en el país. Nunca antes había visto la manipulación de las denominadas reglas fiscales y su conversión en reglas de austeridad, pero lo que me dejaba atónito era la pretensión de criminalizar y judicializar a quienes no seguían las reglas de austeridad. Me sorprendía el cinismo con el cual en esa ley hacían referencia a la “crisis sistémica” como una posibilidad real de su aplicación. No podía creer la forma por la cual desmontaban la dolarización y me preguntaba insistentemente porqué lo hacían. Empero, la pregunta que nos hicimos en esos momentos fue: “Y, ahora ¿qué hacemos?”. No podíamos convocar nuevamente a marchas ni a movilizaciones sociales, porque nuestras organizaciones podían movilizarse en contra del incremento del precio de los combustibles, pero era improbable que lo hagan contra las reglas fiscales o contra la autonomía del Banco Central. ¿Cómo explicar a nuestra sociedad las implicaciones que tienen conceptos como “coeficiente de liquidez doméstica” o “proporción de liquidez”? Se puede hacerlo, sin duda, pero una cosa es que se entienda lo que significa, y otra que las organizaciones retomen la movilización por eso. Lo más grave es que el tiempo apremiaba, teníamos apenas un mes para derrotar esa ley y todos los pronósticos estaban en contra nuestra. Para la semana siguiente del envío del proyecto de ley de Crecimiento Económico, la organización indígena me invitó a su Consejo Político Ampliado, para rendir un informe sobre los procesos de diálogo con el gobierno y el Decreto sustitutivo al 883. Ahí, en esa circunstancia advertí a todas las organizaciones indígenas sobre el peligro que se nos avecinaba si se aprobaba ese proyecto de ley. Solamente mencioné algunos puntos críticos para que los dirigentes indígenas y sociales del país, tengan una idea de lo grave que representaba este proyecto de ley. Empero, había que asumir la coyuntura y teníamos que dar forma a los acuerdos convenidos con el gobierno, entre ellos la formulación de un plan económico emergente para resolver la crisis y evitar las medidas económicas. En ese Consejo Político, la dirigente indígena Blanca Chancoso propuso la idea de constituir el Parlamento de los Pueblos y Organizaciones Sociales del Ecuador, para que sean ellos quienes asuman la responsabilidad de crear esa propuesta alternativa. El Consejo aprobó esa idea, y se convocó para el día subsiguiente al Parlamento de los Pueblos. Empero, el tiempo corría y, como un reloj de arena que minuto a minuto se adelgaza, cada vez teníamos menos oportunidad de oponernos a la ley de Crecimiento Económico. Estaba claro que si esa ley pasaba, la derogatoria del Decreto 883 era un hecho intrascendente para la maquinaria neoliberal. Para añadir más pesimismo a nuestras expectativas, el proyecto de ley fue enviado a la Comisión de Régimen Económico, presidida por un aliado incondicional del gobierno, el Asambleísta Daniel Mendoza y, en esa Comisión, apenas teníamos tres votos para rechazarla. Teníamos todo en contra. ¿Qué hacer? ¿Cómo revertir ese proceso? Teníamos dos retos fundamentales y ambos tenían que resolverse en el corto plazo: teníamos que entregar al país una propuesta económica alternativa que sea tan contundente que no admita réplicas ni técnicas ni formales; y, de otra parte, teníamos que articular una estrategia para desmontar la ley de Crecimiento Económico. Si esa ley se aprobaba, para el régimen y para el FMI, lo de octubre de 2019, habría sido apenas un episodio, una circunstancia en el duro camino del ajuste. Necesitábamos de una estrategia audaz, y que maximice nuestras escasas posibilidades. Es ahí, cuando entra en juego el Foro de economistas heterodoxos. Gracias a ellos pudimos hacer lo imposible. Pero tuvimos un contratiempo que casi nos cuesta la batalla, subestimamos la capacidad de manipulación de la derecha en las redes sociales, y su capacidad de ponernos unos contra otros. En esos momentos tan delicados para el país, cuando todo dependía de un hilo, la organización social más importante del país nos desautorizó. Pero eso debe contarse quizá en otra ocasión.
Terrible el papel de las universidades, critica fuerte, pero real. la prescripción en la producción de información de la academia, sigue trabajando para sociedades que ya no existen.
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