El centro del problema no es el neoliberalismo, es el capitalismo
Lunes, 11 de abril de 2011
DIALOGOS › EL
ECUATORIANO PABLO DAVALOS Y SUS REFLEXIONES SOBRE EL POSNEOLIBERALISMO
“El centro del problema
no es el
neoliberalismo, es el capitalismo”
Asesor de la Conaie, la
organización indígena más grande del Ecuador, miembro de Clacso y profesor
universitario, Pablo Dávalos advierte sobre el “neoinstitucionalismo”, la continuación,
dice, del neoliberalismo por otros medios. Las políticas extractivistas en
América latina y el significado del sumak kawsay, la filosofía originaria del
“buen vivir”, que en Ecuador está incorporada a la Constitución.
Por Verónica
Gago y Diego Sztulwark
Desde Quito
–Una de las paradojas
más visibles en Ecuador es que a la vez que es una economía dolarizada, tiene la
legislación más avanzada sobre “el buen vivir”. ¿Cómo conviven esas dos
realidades? ¿Qué materialidad tiene, más allá del texto constitucional, la
cuestión del buen vivir?
–Nosotros utilizamos el
dólar para todas las transacciones, no tenemos moneda nacional. La pérdida de
la moneda nacional se dio en la crisis financiera que tuvimos en 1999 y 2000.
En esa crisis, los bancos implosionaron, produjeron una grave situación de
conmoción y el gobierno de ese entonces optó por rescatarlos con recursos
públicos, entre ellos, la moneda nacional. Las consecuencias fueron una
devaluación y una inflación sin precedentes en el Ecuador que determinaron el
fin de la moneda nacional y la adopción del dólar. Los dólares entonces tienen
que venir necesariamente por la vía del comercio exterior. Eso ha obligado a
que la economía ecuatoriana sea muy abierta con relación a los mercados
mundiales. Al estar muy abiertos, somos muy vulnerables. El esquema de
dolarización se ha sostenido, básicamente, por las remesas que envían los
migrantes. En el año 2006, esas remesas alcanzaron un punto de 3000 millones de
dólares, que para una economía tan pequeña como la ecuatoriana es muy
significativo. Y, además, por la coyuntura de los altos precios del petróleo:
en el año 2008, cada barril de petróleo se incrementó por sobre los 100
dólares, que para una economía que exporta petróleo como la ecuatoriana es
también muy significativo.
–Es decir que la
dolarización se sostiene por ingresos externos...
–Estas dos fuentes, el
petróleo y las remesas, han sostenido la dolarización hasta el día de hoy, lo
que ha significado que la economía ecuatoriana se convierta en una economía de
rentistas, de consumo, en la que no hay producción. Eso también se puede
visualizar en el hecho de que el desempleo –el abierto y el encubierto (es
decir el subempleo)– alcanzan al 60 por ciento de la población económicamente
activa de Ecuador. Es decir, cada 100 ecuatorianos en capacidad de trabajar
apenas 40 ecuatorianos tienen empleo formal. El resto no tiene empleo y tiene
que buscar estrategias de sobrevivencia. La dolarización ha trastrocado también
el sistema de precios. En este momento, nuestra canasta familiar está sobre los
550 dólares, mientras que el salario mínimo vital está en 240 dólares. La poca
industria nacional que queda es más bien complementaria a las importaciones.
Esto también ha significado que el poder de los bancos se vaya concentrando
cada vez más, porque son los que determinan a quiénes entregan créditos para la
dolarización, y en función de esa capacidad de arbitraje se le otorga un enorme
poder al sistema financiero.
–¿Qué se plantea desde
el gobierno actual frente a esta situación?
–El gobierno necesita
dólares y tiene que apostar a garantizar su mayor entrada. Pero como no hay
industria, la única forma por la cual esos dólares ingresan es por la vía del
endeudamiento y por la vía de la renta de los recursos naturales. No existen
otras fuentes. Por un lado, el gobierno ha empezado un agresivo proceso de
endeudamiento, sobre todo con China. En los últimos meses del año 2010 ha
suscrito convenios bilaterales con China por cerca de 5 mil millones de dólares
y ha entregado el petróleo como garantía de pago de esa deuda. Y la otra
apuesta del gobierno de Rafael Correa está en ingresar a la extracción de
recursos naturales, en especial la minería y los servicios ambientales.
–¿Qué tipo de propuesta
surge de los movimientos sociales?
–Ante eso, los
movimientos sociales, y en especial el movimiento indígena, han propuesto un
nuevo paradigma de vivencia y convivencia que no se asienta ni en el
desarrollo, ni en la noción de crecimiento, sino en nociones diferentes como la
convivialidad, el respeto a la naturaleza, la solidaridad, la reciprocidad, la
complementariedad. Este nuevo paradigma o esta nueva cosmovisión es denominada
como la teoría de sumak kawsay o el “buen vivir” y efectivamente ha sido
recogida en la Constitución ecuatoriana como régimen alternativo de desarrollo.
–¿Podría definir los
puntos centrales de su carácter alternativo?
–En primer lugar, hay
que romper las individualidades estratégicas, porque en el capitalismo uno
piensa primero en sí mismo, uno dice “primero yo, yo soy ciudadano, yo soy
consumidor, yo maximizo mis propios beneficios y utilidades”. La noción de
sumak kawsay plantea una solidaridad de los seres humanos consigo mismos, que
ha sido rota por el discurso del liberalismo. Pero, a diferencia del discurso
del socialismo –que planteaba una relación con una sociedad más grande, y de
esta sociedad con el Estado–, en el discurso del sumak kawsay la relación del
individuo ya no es con el Estado sino con su sociedad más inmediata, con su
comunidad, de donde los seres humanos tienen sus referentes más cercanos. Y
esta sociedad a su vez se relaciona con otras sociedades más grandes de tal
manera que las estructuras de poder se construyen de abajo hacia arriba y no de
arriba hacia abajo. Lo segundo que plantea el sumak kawsay es quitarnos de la
cabeza la noción de que más es preferible a menos. Es decir, de que siempre
tenemos que producir y tener más según reza el paradigma del desarrollo, del
crecimiento, de la acumulación. Y a no ver en los objetos la ontología de los
seres humanos.
–Eso supone casi un
cambio radical en los modos de vida...
–Por eso lo tercero
tiene que ver con la dimensión del tiempo. Nosotros creemos que el tiempo es
lineal y, por tanto, creemos en la acumulación. La estructura del tiempo que en
este momento pertenece al capital. El sumak kawsay plantea devolverle a la
sociedad el tiempo: una noción de temporalidad donde el tiempo pueda ser
circular abierto. Un cuarto elemento es conferirle un sentido ético a la
convivencia humana. Para el liberalismo puede haber democracia política pero no
puede haber democracia económica, por eso la formación de utilidades de las empresas
y de los consumidores no tiene absolutamente nada que ver con la ética. El
sumak kawsay propone un cambio en ese sentido: ya no puedo enmascarar
decisiones sociales en nombre de un consumo individual. Y eso significa que los
recursos que han sido producidos por la explotación laboral o la depredación
ambiental ya no pueden ser objetos del intercambio social. Hemos ahora logrado
cierta legislación, por ejemplo para defendernos de la esclavitud o del trabajo
infantil. Pero tenemos que avanzar más allá.
–Cuando se habla de
alternativa en el Cono Sur, generalmente se postula al neodesarrollismo contra
el neoliberalismo. ¿Cuáles serían los rasgos alternativos a esta vía
neodesarrollista que hoy es la que tiene un consenso relativo en la región?
–El centro del problema
no es el neoliberalismo. El centro del problema es el capitalismo. El
neoliberalismo es una forma que asume el capitalismo, una forma concentrada en
el poder que tienen las corporaciones y el capital financiero-especulativo. El
capitalismo puede crear nuevas formas ideológicas, políticas, simbólicas, y un
modo de reinventarse y lograr legitimidad a través de estas formas que ni
siquiera son keynesianas, sino neodesarrollistas. Y fundamentalmente implican
pensar que si nosotros explotamos la naturaleza vamos a tener recursos para
hacer obra social. Eso es un engaño; como fue aquello que se decía en la época
del neoliberalismo: que si privatizábamos absolutamente todo, íbamos a tener
estabilidad económica. Finalmente, nunca tuvimos estabilidad económica. Igual
ahora: si explotamos todos los recursos de la naturaleza, tampoco vamos a tener
recursos para el sector social, ni tampoco recursos para el pleno empleo.
–¿Usted advierte sobre
la capacidad del neoliberalismo para reinventarse?
–Estamos viendo cómo
América latina entra en un proceso de reconversión caracterizado por la
desindustrialización y la producción básicamente de commodities basadas en
materias primas, donde los gobiernos utilizan el monopolio legítimo de la
violencia para garantizar el despojo territorial, que significa la propiedad de
pueblos ancestrales, para poner esos recursos naturales a circular en la órbita
del capital. El neoliberalismo, a través del Consenso de Washington y las
políticas del FMI y del Banco Mundial, adecuaron las economías en función de
las necesidades del sistema-mundo, pero eso no significa que el neoliberalismo
haya alcanzado las metas de estabilidad macroeconómica, ni mucho menos. Ahora
estamos pasando a una nueva dinámica sustentada en la producción y en la renta
de materias primas. Hay que estar atentos a los discursos que quieren
justificar estas derivas extractivistas. El sistema que llamamos capitalismo
tiene que ser cambiado, con las relaciones de poder que lo atraviesan, con los
imaginarios que lo constituyen. El capitalismo tiene que ir al archivo de la
historia de la humanidad, porque si sigue simplemente va a poner en riesgo a la
vida humana sobre el planeta Tierra.
–Desde su perspectiva, el neodesarrollismo
es compatible con el liberalismo. ¿Tiene esto que ver con cierto giro en las
“recetas” de los organismos internacionales como el Banco Mundial?
–Es una pregunta muy
pertinente, y pongo un ejemplo clarísimo. En América latina, ¿dónde han visto
algún debate, algún texto, que critique al neoinstitucionalismo económico? Pero
resulta que el neoinstitucionalismo económico es la doctrina, es el corpus
teórico-analítico-epistemológico que está conduciendo las transformaciones y el
cambio institucional de América latina y el mundo. Los penúltimos Premios Nobel
de Economía, Elinor Ostrom y Oliver Williamson, son Premios Nobel
institucionalistas. Joseph Stiglitz, a quien seguramente conocen bien en la
Argentina, es un Premio Nobel institucionalista. También Douglas North de 1993
o Gary Becker de 1992. El institucionalismo plantea un discurso crítico a los
mercados. Hay un texto de Stiglitz que se llama “El malestar en la
globalización” publicado a inicios de 2000, donde se convierte en el más duro
crítico del FMI y lo acusa de cosas que nosotros desde la izquierda lo habíamos
acusado ya en la década del ’80. ¡Pero resulta que entonces Stiglitz era
presidente del Banco Mundial! Es decir, trabajaba en Wa-shington en la oficina
de enfrente a la del FMI. Esto se explica porque tienes al Banco Mundial
realizando estudios a propósito de la reactivación del Estado; hay uno de 1997
que se llama “Reconstruyendo el Estado”, en el que plantea la forma por la cual
tienes que reconstruir el Estado y la institucionalidad pública. Pero también
recomienda la participación ciudadana, la democracia directa, el respeto a la
naturaleza, la eliminación de la flexibilización laboral, etc. Entonces, una de
dos: o el Banco Mundial se hizo de izquierda, o la izquierda se hizo del Banco
Mundial.
–¿Cuál es su respuesta?
–Es necesario empezar a indagar y a posicionar los debates económicos.
Porque en la década de los ’80 teníamos en claro lo que significaba el Consenso
de Washington y el neoliberalismo. En la versión de Friedman, de Hayek, de Von
Mises o de los neoliberales criollos, como Cavallo. Ahora bien, resulta que el
neoliberalismo va cambiando, va mutando; el capitalismo de 2000 no es el
capitalismo de 1990, en absoluto. Por eso es que ahora acude a otros
expedientes teóricos mucho más complejos, con una epistéme más
interdisciplinaria. ¿Y qué hacemos nosotros en la izquierda? ¡Nos quedamos
criticando el Consenso de Washington cuando el Consenso de Washington ya ha
sido criticado por el mismo FMI e incluso por el Banco Mundial! Y resulta que
ahora, en la década del 2010 vemos cómo los cambios teóricos se dan hacia el
neoinstitucionalismo y la izquierda latinoamericana no han creado su
oportunidad de debatir, analizar y discutir con el neoinstitucionalismo
económico. No podemos quedarnos en los marcos epistemológicos que justifican la
nueva imposición neoliberal. Por eso, nosotros hablamos de postneoliberalismo,
aquí en el Ecuador, para referirnos a la etapa del cambio institucional.
Por V. G. y D. S.
Pablo Dávalos fue
viceministro de Economía del Ecuador cuando Rafael Correa era ministro de esa
cartera, durante el gobierno de Lucio Gutiérrez. Asesor de la Conaie, la
organización indígena más grande del Ecuador, miembro del Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y profesor universitario, acaba
de publicar su libro La democracia disciplinaria. El proyecto posneoliberal
para América Latina (Codeu-Puce, Quito). En sus más de quinientas páginas
desmenuza el significado político del giro en el discurso de los organismos
internacionales de crédito para la región, marcando un pasaje que va del famoso
Consenso de Washington del FMI a los proyectos de “reconstrucción del Estado”
impulsados por el Banco Mundial. Dávalos advierte en esta entrevista que ahora
“el problema no es el neoliberalismo”, ya criticado por el propio Banco
Mundial, sino el “neoinstitucionalismo”, que lo continúa por otros medios.
Propone prestar atención al tipo de legitimidad que requieren hoy las políticas
extractivistas de recursos naturales y las contrapone al discurso del “buen
vivir” (sumak kawsay) consagrado en la Constitución. Propone así un debate
intelectual y político sobre qué significa en América latina ir más allá del
neoliberalismo
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