El caso de Boaventura de Souza Santos: una vindicta pública que necesita ser deconstruida
El caso de Boaventura de Souza Santos: una vindicta pública que necesita ser deconstruida
Pablo Dávalos
Resumen Ejecutivo
A inicios del año 2023, se publicó como capítulo del libro Sexual Misconduct in Academia, Informing and Ethics of Care in the University, editado por Erin Pritchard y Delyth Edwards, un textocuyo título traducido al español sería el siguiente: “Las paredes hablaron cuando nadie más lo haría”.Notas autoetnográficas sobre el control del poder sexual en el mundo académico de vanguardia, de Lieselotte Viaene, Catarina Laranjeiro, y Miye Nadya Tom. En este texto las autoras utilizan una metodología: la autoetnografía y conceptos como el “extractivismo intelectual” y “extractivismo sexual” que deben ser cuidadosamente examinados. El análisis concluye que el texto de estas autoras no cumple con el rigor epistemológico requerido y que, en realidad, es un libelo en contra de una institución académica determinada y sus directores.
Palabras clave:Autoetnografía, incesto académico, extractivismo cognitivo, extractivismo sexual, acoso.
Introducción
El texto “Las paredes hablaron cuando nadie más lo haría”. Notas autoetnográficas sobre el control del poder sexual en el mundo académico de vanguardia, publicado a inicios del año 2023 y escrito por Lieselotte Viaene, Catarina Laranjeiro, y Miye Nadya Tom (2023), como capítulo del libro: Sexual Misconduct in Academia, Informing and Ethics of Care in the University, editado por Erin Pritchard y Delyth Edwards, y publicado por la editorial Routledge, ha provocado una tormenta en círculos universitarios, en movimientos feministas, en redes académicas y ha provocado la suspensión de la carrera académica del sociólogo y filósofo portugués Boaventura de Souza Santos, director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra en Portugal.
Se impone, pues, una revisión de este texto para comprender el porqué de esas implicaciones y repercusiones, en especial un análisis de sus principales categorías analíticas; sin dejar de reconocer la pertinencia de la denuncia realizada por las autoras del texto como víctimas de acoso sexual, ni tampoco soslayar el peso que tiene la estructura patriarcal sobre las instituciones académicas.
Sin embargo es necesaria, no obstante, una aclaración y advertencia que considero pertinente por las consecuencias que suscitó la publicación de este capítulo: el presente análisis se concentra en la estructura epistemológica de su metodología y de sus conceptos más representativos; en tal virtud, se soslayan las implicaciones que tienen que ver con las denuncias de acoso y de los temas relacionados con él, sobre todo a nivel jurídico y, más bien, se opta por el rigor y la neutralidad valorativa por cuanto se trata de un texto académico y que, por tanto, debe pasar por una criba epistémica de rigurosidad metodológica y teórica. Las conclusiones a las que se llegan nada tienen que ver con el entorno de denuncia que provocó este capítulo sino que se desprenden del riguroso análisis realizado.
El uso estratégico de la memoria en el método autoetnográfico
Ante todo, es necesario registrar aquello que se escribe en las primeras líneas del texto: “What you are currently reading was drafted by three researcherswho recognized themselves in the many situations that women have bravely described”
Así, no se trataría, strictu sensu, de un texto académico ni tampoco de una investigación o reflexión teórica sobre las relaciones de poder dentro de la academia. Como ellas mismo lo reconocen: se trata de denunciar la forma cómo la academia (las universidades) encubre los “escándalos” (es su término) de sus profesores estrella (Star Professors), en su comportamiento hacia las “jóvenes investigadoras” quienes, a su vez, dependen de la aprobación académica de estos Star Professors para poder continuar con sus trayectorias académicas y que, además, han sido víctimas de acoso, maltrato y daño psicológico. Pero, una vez escrito y publicado, ha permitido a sus autoras la catarsis necesaria aunque no la reparación justa.
En el texto se mencionan sus títulos como una metonimia de sus nombres: Doctorado y posdoctorado. Todas ellas, según su testimonio, trabajaron en un centro de investigación para aprender sobre (des)colonización, ciencias sociales emancipatorias y transformadoras (en la ocurrencia el CES de la Universidad de Coimbra, Portugal).
Acusan al director del centro, pero sin nombrarlo, de acoso, violencia y diferentes formas de aquello que ellas denominan extractivismo. Al director lo denominan: “Profesor Estrella”. Al co-director lo denominan el “Aprendiz”, y a la responsable de coordinación del programa la denominan: la “Vigilante” (“Besides the Star Professor, there were two crucial figures to understand its power dynamics: the Apprentice and the Watchwomen”
Esto da cuenta que las autoras utilizarán en el capítulo del libro su experiencia personal para realizar una especie de sociología y antropología del comportamiento en las altas esferas de la investigación académica que evidencian las asimetrías de poder en estos espacios.
A ese ejercicio lo denominan “autoetnografía”, como método de investigación
Las autoras reconocen que no hicieron ningún tipo de entrevistas a actores institucionales, sino que indagaron sobre sus comportamientos sobre la base de sus propias percepciones y experiencias vividas “cuya credibilidad no debe basarse en su concordancia con los hechos”
Esto delimita el alcance teórico y la profundidad de la reflexión de este texto y suscita un problema de objetividad científica, porque es imprescindible trazar una línea que impida la confusión entre la autoetnografía (suscitarse preguntas sobre las circunstancias del ser desde el ser de un mismo), y el testimonio judicial o el reportaje periodístico.
Empero, es preciso indicar que para evitar esa confusión teórica entre el testimonio periodístico y la autoetnografía las autoras debieron trabajar teóricamente para superar la aporía de distanciarse de una problemática de la cual ellas fueron las principales víctimas; porque se trata de reflexionar sobre las complejas relaciones entre institucionalidad, conocimiento, y relaciones de poder. Sin embargo, cabe adelantarse, en su artículo, nunca lo hicieron.
El objetivo principal de su texto es: “As such, the main goal of this chapter is to contribute to opening a much-needed debate in academia about institutional responsibilities by reflecting on analytical concepts such as “whisper network,” “sexual-power gatekeepers,” “academic incest,” and “intellectual and sexual extractivism.”
Ahora bien, si el texto tiene una dimensión testimonial y bajo parámetros de periodismo de denuncia, por supuesto que el testimonio que ellas invocan y exponen convocan a la indignación y exigen justicia y reparación; además que suscitan solidaridad, sororidad y apoyo; pero hay que recordar que es un texto que no tiene la intención de ser un reportaje periodístico ni un alegato jurídico sino que tiene pretensiones académicas porque es un capítulo de un libro publicado por una editorial académica, y ahí entran en juego otros criterios, entre ellos el de fundamentación epistemológica de los conceptos y las categorías que sustentan sus hipótesis que, en este caso, suponen a la autoetnografía como método.
La confusión en el uso epistemológico de la categoría de “extractivismo intelectual”
Aquello que, de entrada, provoca ruido son los conceptos que utilizarán para su testimonio (o, según ellas, su autoetnografía), sobre todo aquellos de: “incesto académico”, “extractivismo sexual” y “extractivismo intelectual”. Por lo tanto, es necesario una mirada más in fine sobre estos conceptos porque de ellos depende la fortaleza epistémica de su texto. Si se retiran esos conceptos todo el texto caería en el vacío.
La apelación a la categoría de “extractivismo intelectual” recuerda, inmediatamente, a aquella de “extractivismo epistemológico” que utilizó la historiadora aymara Silvia Rivera Cusicanqui en su debate los Estudios Postcoloniales
Es en esa línea que Silvia Rivera Cusicanqui propone el extractivismo epistémico: como una dinámica de violencia cultural desde el Norte hacia los pueblos del Sur. Ramón Grosfoguel, es prudente con respecto al término “extractivismo epistemológico”, porque, según sus palabras: “Los pongo entre comillas para no presentar estos términos como conceptos ya elaborados y terminados, sino como parte de una investigación en proceso que busca abrir un debate. Estoy consciente del riesgo del uso del término «extractivismo» para hablar de apropiaciones epistémicas y ontológicas.”
La reflexión sobre el extractivismo tiene también relación con aquello que el profesor David Harvey denomina “acumulación por desposesión”
En América Latina las reflexiones sobre extractivismo y acumulación por desposesión son realmente intensas e importantes, como lo demuestran los trabajos de Gudynas, Alberto Acosta, entre otros.
Estas referencias me parecen pertinentes para calibrar el espesor teórico de la apelación al “extractivismo intelectual” al que hacen referencia las autoras de forma continua
¿A qué se refieren ellas con ese concepto? ¿Cuando mencionan el “extractivismo intelectual” se inscriben quizá en la línea de reflexión teórica sobre la crítica a la imposición de saberes, a las geopolíticas del conocimiento, a las relaciones saber-poder entre el Norte y el Sur? Todo extractivismo, al menos desde la economía política, implica extracción de rentas y, precisamente por ello la vinculación con la acumulación por desposesión y la geopolítica del imperialismo es el marco teórico del concepto de extractivismo.
Se trata de un debate que todo estudiante de estudios decoloniales y ciencias emancipatorias, así como los cultural studies y los estudios de área, conocen al menos de forma general; pero en este caso específico de las autoras que hacían estudios de doctorado y posdoctorado precisamente en estos ámbitos teóricos, es de suponer que conocen y son expertas del debate sobre el extractivismo en términos generales y el extractivismo cognitivo en términos particulares.
Entonces, si se hace mención al “extractivismo intelectual” cabe suponer que se hace mención al proceso que genera rentas desde el Sur hacia el Norte y que coloniza los marcos epistemológicos para permitir la dominación del capital y la supremacía hegemónica del imperialismo.
Por lo tanto, es legítimo interrogarse: ¿inscriben las autoras del capítulo su autoetnografía dentro de ese debate sobre el extractivismo y la decolonialidad? Y la respuesta es que no lo hacen porque, para ellas, el extractivismo intelectuales la práctica de los directores de investigación que utilizan el trabajo de sus asistentes de investigación sin que este director de investigación reconozca la autoría intelectual de sus asistentes en el respectivo proyecto de investigación.
Esto explicaría, dicen ellas, el porqué estos profesores estrellas pueden escribir docenas de artículos y capítulos de libros como autores únicos, porque tienen detrás de sí un batallón de personas que hacen el trabajo en negro por ellos
No obstante, surge la cuestión: ¿Es esto realmente el “extractivismo intelectual”? ¿Qué relación tiene eso con las reflexiones del extractivismo epistémico de Rivera Cusicanqui, Grosfoguel, entre otros? La respuesta es obvia, por supuesto que no guarda ninguna relación.
El verdadero extractivismo intelectual en el modelo neoliberal de universidad y conocimiento
Es necesario indicar, para poner en contexto la forma por la cual usan la noción de “extractivismo intelectual” las autoras, la forma neoliberal del conocimiento en las universidades en las cuales el financiamiento a la investigación, generalmente, procede de fuentes privadas que obligan a las universidades a adoptar un formato empresarial sustentado en parámetros de productividad, posicionamiento de marca, transferencia de derechos de propiedad intelectual hacia patentes privadas, seguridad jurídica y competitividad mercantil.
Es por ello que los directores de proyectos de investigación suelen tener un ejército de asistentes de investigación, porque es la práctica común y corriente en todas las universidades del mundo y en todos los proyectos de investigación científica a nivel mundial.
En todos ellos siempre hay un director o un grupo de investigadores que lideran la investigación, y todos ellos utilizan asistentes y ayudantes de investigación y, en estas circunstancias, a ningún asistente de investigación del mundo se le ocurriría exigir que pongan su nombre como parte de los investigadores principales en esa investigación, porque han sido contratados para que solo sean asistentes de investigación.
Más adelante quizá utilizarán esa experiencia para convertirse luego en futuros directores de investigación. Puede ser que, finalmente, consten en los agradecimientos o en una nota marginal de pie de página cuando la investigación se haya terminado, pero nada más. Así al menos está definida la praxis de la investigación científica y teórica actualmente y no se la ha cuestionado al menos en esos términos.
Ahora bien, puede ser que un asistente de investigación haya tenido la epifanía de una idea brillante, pero esa idea se convierte en un aporte científico dentro de un marco de mayor complejidad y proyección que solo lo puede hacer el director o los directores de investigación y las políticas de publicación de la universidad. Es, en efecto, el director (o los directores) de investigación quienes son capaces de ubicar esa idea y proyectarla al debate científico mundial. Podría ser que el director o los directores de investigación reconozcan la verdadera paternidad de esa idea, pero esa idea por sí sola no tiene ni la proyección ni la fuerza de contribuir al debate científico sino dentro de un proyecto de investigación y como parte de una trayectoria de investigación y dentro de políticas institucionales de investigación.
Entonces, la falta de reconocimiento intelectual de los ayudantes de investigación, en proyectos de investigación financiados sea por el sector público o privado, no tiene nada que ver con ningún tipo de extractivismo intelectual, sino que corresponde a una dinámica de precarización que se ha normalizado ahora también en el ámbito universitario.
En efecto, es posible que existan abusos en esa relación entre director de investigación y asistentes, y que la mayor carga del trabajo de investigación lo realicen los asistentes, pero también es cierto que el mayor mérito se lo lleva el director o los directores de investigación porque esa es la estructura institucional que se ha creado al efecto.
Así, lo que las autoras detallan y describen como una denuncia es, realmente, una práctica normal de la forma de hacer conocimiento e investigación en las universidades del mundo, por ejemplo está el reciente caso de Vincenç Navarro en España precisamente por maltrato y acoso laboral a su equipo de investigación.
No obstante, esa es la forma institucional por la cual se ha construido hasta el momento la investigación científica a escala mundial que obedece a parámetros de productividad, competitividad y gestión de marca. La cuestión es: ¿puede llamarse a esa práctica de las comunidades científicas como “extractivismo intelectual”? Definitivamente no.
Pero para las autoras del capítulo del libro, en cambio, consideran que el “Star Professor could be seen as an expert in intellectual extractivism”
Lo que ellas describen: “Stories of research assistants whose work and knowledge were used in his books and being poorly paid are numerous. Assisting the Star Professor might be regarded as an informal in-between job while waiting (and hoping) for a research grant, fellowship, or job contract.”
Por supuesto que la precarización y la sobreexplotación socavan la subjetividad, la autoestima y la salud mental de quienes la padecen. En ese caso, ni siquiera el alto grado académico ahorra el sufrimiento a quienes son sometidos a relaciones de precarización laboral, porque esa es la forma en la que funciona el neoliberalismo a escala global.
La necesidad teórica de fundamentar epistemológicamente las hipótesis y categorías
Lo que describen la autoras, por tanto, no tiene nada que ver con el extractivismo intelectualal menos en la línea teórica que trabajan las teorías de la descolonización y las prácticas emancipatorias y que tienen en América Latina un importante desarrollo teórico.
Si ellas querían otorgar plausibilidad epistemológica a sus conceptos, tenían que trabajarlos previamente y sustentarlos epistemológicamente. Como lo expresa José Bautista:
La categoría «pensar categorial», de origen zemelmaniano, alude a aquella intención epistémico- teórica que no se limita a copiar categorías o conceptos, sino que intenta hacer una incorporación problematizadora y resemantizante en un corpus categorial nuevo, esto es, como la realidad pensada con la anterior categoría no es la misma, por ello la intención epistémica deviene inevitablemente en una transformación del contenido anterior del concepto o la categoría, para que el nuevo contenido del concepto o categoría sea pertinente a la realidad tematizada. Pero el problema, en última instancia, no es tanto construir nuevos conceptos y nuevas categorías de análisis, sino nuevos «marcos» categoriales desde donde tenga sentido el uso de estos nuevos conceptos y categorías.
¿Trabajaron nuestras autoras en un “pensar categorial” para resemantizar de forma nueva la categoría de “extractivismo intelectual”? La respuesta es que nunca lo hicieron, pero tampoco respaldaron la utilización de esta categoría con las referencias bibliográficas que remitan a un campo de resemantización sobre esta categoría. Al denominar “extractivismo intelectual” a una práctica común de precarización y sobreexplotación en los laboratorios y centros de investigación en la mayor parte de las universidades del mundo, en realidad las autoras desvían la atención del locus real en donde sí se produce ese extractivismo intelectual.
El extractivismo intelectual por supuesto que existe, pero no lo hacen los directores de investigación de ninguna universidad del mundo, sino las grandes empresas editoriales y de revistas científicas, como American Chemical Society (ACS), Reed-Elsevier, Springer, Wiley-Blackwell, Taylor & Francis, Sage, Mc Graw-Hill, Clarivate Analytics, entre otras
Ahí está el verdadero núcleo del extractivismo intelectual como parte del neoliberalismo académico. En la praxis de las revistas indexadas por cuartiles y el pago que hay que hacer para acceder a ellas subyace la economía política del verdadero extractivismo intelectual. Son modelos de negocios de miles de millones de dólares con empresas que cotizan en bolsa y que dependen directamente de la producción de científicos y académicos, generalmente pagados por el Estado, pero que gestionan proyectos de investigación financiados desde el sector privado. Y son los directores de investigación quienes sufren de forma directa de este extractivismo intelectual porque tienen que producir cada vez más y ser cada vez más competitivos y, evidentemente, son sus asistentes de investigación, la carne de cañón de este modelo de negocios global que precariza el trabajo intelectual en las universidades de todo el mundo.
Para sobrevivir en el mundo académico neoliberal, las universidades están obligadas a mantener un sistema de métricas y rúbricas que las ubiquen en un ránking determinado. Gracias a ese ránking pueden conseguir financiamiento privado para sus proyectos de investigación. Las universidades necesitan “profesores estrellas”, como los equipos deportivos también necesitan sus propias estrellas y no importa su precio (por ejemplo la alta cotización de los futbolistas de elite), porque de ellos depende el financiamiento privado y la promoción de su marca; habida cuenta del débil financiamiento público a la investigación y a las universidades públicas el único recurso es el financiamiento privado. Por ello los promocionan, porque de ellos, de esos Profesores Estrella, dependen sus ingresos para investigación y de esas investigaciones y publicaciones depende su puesto en el ranking y el salario de los asistentes de investigación.
Es un sistema neoliberal de universidad que se ha consolidado en las últimas décadas y que puede ser identificado en su origen en la convergencia de las Reformas de Bologna con el Tratado de Lisboa a fines del siglo pasado que impuso el sistema de educación por competencias como eje de la formación universitaria y que derivó en la productividad y proliferación sin sentido de artículos indexados que no contribuyen casi en nada al pensamiento crítico y científico pero que, lamentablemente, estructuran y definen la forma de las universidades en el capitalismo tardío.
Por ello, los profesores estrella tienen que publicar todo el tiempo y tienen que hacerlo con su propio nombre, no pueden poner otros nombres junto al suyo porque en el orden neoliberal del conocimiento ellos han adquirido el estatus de una marca. Por ello también necesitan cada vez más asistentes y ayudantes de investigación, porque la productividad neoliberal del conocimiento califica y calibra por métricas y rúbricas. Es la expresión capitalista de la productividad mercantil en el mundo del pensamiento humano. Un profesor estrella es la expresión y el resultado de esa productividad. Es una creación del modelo neoliberal de conocimiento que lo devalúa y lo banaliza a medida que exige más competitividad y productividad.
De la misma manera que la industria del deporte exige a los atletas de elite performances cada vez más exigentes, así en la academia neoliberal un profesor estrella debe escribir todo el tiempo, debe publicar todo el tiempo, debe formar parte del debate en su área todo el tiempo porque forma parte de un mercado altamente competitivo e implacable del cual dependerán sus condiciones de posibilidad y existencia. Debe probar que su marca está vigente.
Sus publicaciones se registrarán en scopus o en cualquier otra red y eso forma parte del modelo de negocios del verdadero extractivismo intelectual porque las universidades y los ciudadanos interesados tendrán que pagar por acceder a ese conocimiento. Por ello, la inmensa mayoría de académicos del mundo están en situación de precariedad laboral y sobrexplotación. Tienen que “publicar o morir”.
Se puede, por tanto, indicar que la noción de “extractivismo intelectual” de las autoras confunde los marcos epistemológicos de esta categoría y lo desprenden de sus potencialidades con respecto al análisis del modelo de negocios académico (que ha sido denominado como Universidad Corporativa, Universidad Empresarial, Mercantilización del Conocimiento, Academia Neoliberal, entre otros nombres) y, más bien, lo utilizan simplemente como un adjetivo que describiría las prácticas de la investigación científica en el capitalismo tardío, unas prácticas definidas y estructuradas bajo la matriz del neoliberalismo y del orden patriarcal.
Pero para las autoras el “extractivismo intelectual” es el abuso del trabajo intelectual de los asistentes de investigación y su falta de reconocimiento por parte de los directores de investigación. No se trata, para ellas, por tanto, de una categoría teórica ni mucho menos sino simplemente de una adjetivación a una práctica que la sufren decenas de miles de asistentes de investigación en el mundo.
Las autoras, quizá inadvertidamente, degradan el espesor epistémico que tiene la categoría de “extractivismo intelectual” para utilizarlo como adjetivo de una práctica recurrente pero que ellas no la advierten como tal porque nunca lograron superar la aporía suscitada entre el testimonio y la autoetnografía, y porque nunca utilizaron un marco interpretativo de economía política para una categoría que pertenece por entero a la economía política.
Ahora bien, por supuesto que se pueden utilizar adjetivos para describir una situación determinada pero no en el capítulo de un libro de reflexión teórica porque eso banaliza a la categoría teórica. La convierte en un cliché. Le quita toda sustancia epistemológica para transformarla en un argumento ideológico.
El uso de la categoría de “extractivismo sexual” como adjetivación
Este procedimiento se nota aún más cuando inscriben el “extractivismo intelectual” dentro del acoso sexual al que, de manera increíble, denominan “extractivismo sexual”.
El extractivismo sexual es un delito inscrito en las prácticas de explotación sexual y se sustenta en la utilización del cuerpo de la mujer (y de los hombres) para generar rentas, generalmente, a grupos mafiosos dedicados a la trata, abuso, prostitución y pornografía. Es extractivismo sexual porque se comercializan cuerpos humanos para fines de explotación sexual. El cuerpo se convierte en instrumento de consumo en la industria del sexo y ahí subyace la generación de plusvalía absoluta.
Ahora bien, las referencias al “extractivismo sexual” en el texto son varias y explícitas por parte de las autoras y en ningún caso tienen un aval de reflexión analítica ni epistemológica ni tampoco respaldo bibliográfico: “Extractivismo sexual” del Aprendiz (es el profesor-investigador que hace las funciones de co-director)
El acoso sexual está tipificado como delito y tiene sus protocolos de indentificación, reconocimiento y tratamiento jurídico en cada país. Pero la apelación al “extractivismo sexual” en el texto de las autoras daría cuenta que no solo hubo acoso sino que se trataría de delitos de trata, prostitución, abuso y explotación sexual.
La categoría de “extractivismo sexual” utilizada por las autoras pone en otro registro el testimonio y su autoetnografía. Supondría que en su estancia en el centro de investigaciones, un grupo de profesores, encabezados por su director principal, las utilizaron de forma sexual para generar rentas. Es decir, habría una fachada académica para una situación de trata, explotación y prostitución sexual, porque esa es la conclusión obvia de la categoría de “extractivismo sexual” ¿Fueron quizá víctimas de trata y explotación sexual? ¿Se vieron por ello truncadas sus carreras y sus expectativas a futuro?
Como ellas mismo lo reconocen: “our academic careers went ahead”
Al respecto y como ejemplo puede apreciarse que la reflexión sobre la precarización del trabajo universitario y deslindándose de referencias al “extractivismo intelectual” o “extractivismo sexual”, en el testimonio de: Sasha Breger Bush, Lucy Ware McGuffey y Tony Robinson sobre la flexibilización laboral académica en el sistema universitario norteamericano
El texto de las autoras es un testimonio que oscila entre el dramatismo de sus propias circunstancias y la impotencia que tienen las personas ante el peso de las instituciones en contextos de injusticia y precariedad. Pero no se trata de una situación única sino general, y eso lo sabemos desde Nietzsche, Foucault y Kafka.
Toda relación de saber implica y supone una relación de poder. Si una relación de saber-poder se institucionaliza por supuesto que se generan en su interior contradicciones y luchas de poder. Si esas contradicciones se inscriben en una trama más amplia, en la ocurrencia la acumulación de capital, evidentemente que se generarán tensiones y conflictos provocados desde la acumulación del capital y el fetichismo de la mercancía. Si ampliamos la escala y la ponemos al trasluz del orden patriarcal por supuesto que generará conflictos y contradicciones en donde emerge la violencia directa sobre los cuerpos.
Conclusiones necesarias: el texto en realidad es un libelo
Lo que relatan las autoras forma parte del mundo académico y, en realidad, lo han vivido y lo viven millones de mujeres (y hombres) que han pasado o están en la academia, ahora convertida en industria, pero el verdadero problema, a pesar de su dureza, no es ese. El problema real tiene que ver en la forma por la cual el neoliberalismo ha convertido a las universidades tanto en modelo de negocios cuanto en mecanismos de legitimidad del sistema de dominación. Hay luchas de clases en la academia y hay disputas acres sobre la epistemología del mundo. Ese es el problema real: que el neoliberalismo cerró los campos de posibles históricos a la humanidad y lo hizo utilizando a la academia, a las universidades, al pensamiento humano. Pero eso, lamentablemente, esa problemática no consta ni por asomo en el horizonte de posibilidades teóricas del texto de las autoras mencionadas, porque están demasiado concentradas en sus propios problemas. Su apelación a la autoetnografía les enajena de los desgarres del mundo y deviene en narcisismo.
La deshonestidad intelectual no es ajena a las universidades ni tampoco su endogamia académica, por ello no me he detenido en analizar la categoría de “incesto académico” porque además no es pertinente para el caso. Podemos, sin embargo, recordar el affaire Sokal o el más reciente affaire de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff (quien fue director de estudios del FMI), como evidencias de esa deshonestidad de la academia.
Tampoco es nueva la denuncia de acoso, sobre todo a las mujeres, como tampoco son nuevas las denuncias de racismo y exclusión, sobre todo a los afrodescentientes y latinos. La universidad, vale decirlo, tampoco acepta a las diversidades sexo genéricas y, en ese sentido, es una institución reaccionaria. Si las diferencias sexo-genéricas pudiesen publicar en Routledge sus expedientes de discriminación, abuso y violencia, quedaríamos sorprendidos de su magnitud.
Por ello, considero que el texto deViaene, Laranjeiro, & Nadya Tom, que tanto revuelo ha provocado, no es un texto académico, ni tampoco de reflexión teórica. En realidad, es un alegato casi judicial en el que se exponen circunstancias específicas de supuesto maltrato y acoso y que bien puede formar parte del anexo de una denuncia en un tribunal de justicia de cualquier país como parte de las pruebas presentadas por las víctimas y que, al utilizar de forma indiscriminada categorías y transformarlas en adjetivos, convierten a este texto en un libelo que hizo explotar por los aires al centro académico que en algún momento las acogió.
Si no es un texto académico, entonces ¿por qué lo publicó Routledge? ¿No existen acaso estándares y revisiones de pares para la publicación de estos textos? ¿Se puede publicar un texto en el cual se acusa de trata y explotación sexual a una entidad académica y a sus directores y administrativos, porque es eso en definitiva lo que significa “extractivismo sexual”, así libremente? ¿No existen acaso criterios mínimos para una publicación académica?
Se trata de un texto que no tiene marco teórico, que no tiene metodología, que confunde el testimonio con la autoetnografía, que utiliza la memoria y la subjetividad de forma estratégica, y que se extiende en detalles que no aportan en nada a una reflexión académica y ni siquiera a la propia denuncia, como los largos párrafos en los que se describe el ambiente de camaradería en un restaurante entre investigadores, asistentes y personal administrativo en donde incluso “se recitaban poemas”
Si ese ambiente de camaradería implicó una sexualización de las relaciones profesionales forma quizá parte de otro debate, o si fue el marco para luego la violencia del abuso sexual entonces tendrían que actuar las autoridades correspondientes bajo la denuncia de rigor, pero mencionarlo en un texto supuestamente académico solamente da cuenta de la forma por la cual se exponen antecedentes de tipo judicial más que teórico e investigativo con otros propósitos que los académicos. ¿Cuáles son esos propósitos? Es difícil adivinarlo porque habría que aventurar hipótesis que sean plausibles.
Se trata de un texto débil a nivel teórico que no habría sido aceptado en otros contextos, sin embargo ¿por qué lo publicó Routledge? ¿Por qué generó tanto escándalo? ¿Por qué provocó la suspensión de la carrera académica del profesor Boaventura de Souza Santos? ¿Por qué las instituciones académicas concernidas antes de tomar una decisión no leyeron in fine a estas autoras? ¿Por qué las organizaciones feministas fueron cautas y prudentes con respecto a las denuncias de estas autoras (“One could ask why these self-proclaimed radical feminists are not openly supporting victims and demanding institutional change.” (ibid, p. 218))?
Quizá las respuestas no estén en ese texto sino en su contexto, porque mutatis mutandis fue mucho más grave lo que hicieron Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff que lo que, supuestamente, habría hecho Boaventura de Souza Santos. Pero casi nadie sabe lo que hicieron Reinhart y Rogoff. Nunca fueron objeto de escarnio público. Nunca rebasó cierto ámbito y, finalmente, pasó al olvido. Pero la vindicta pública contra Boaventura de Souza Santos, jamás lo hará. ¿Por qué? ¿Cuál es ese contexto que explicaría realmente esa vindicta pública?
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