domingo, 7 de enero de 2024

Las democracias disciplinarias en América Latina. Venezuela y Argentina en los extremos de lo permitido

 Venezuela y Argentina en los extremos de la democracia disciplinaria en América Latina

 

Pablo Dávalos 

La presencia de un personaje tan grotesco como Milei, el recientemente electo Presidente Argentino, en el panorama político de la región, apela a la suspicacia con respecto a la democracia, el sistema político liberal y la geopolítica. Las primeras decisiones de Milei, tanto el Decreto DNU, cuanto el proyecto de ley Omnibus, dan cuenta que Milei puede extender el espacio del sistema político hacia la extrema derecha y violentar la Constitución del país, sin que ello suponga ninguna advertencia por la OEA, la Unión Europea o cualquier otra instancia internacional. La lección es que no hay cómo hacer mayores cambios a la izquierda, pero siempre es posible ir más allá de la derecha. La democracia liberal, siempre es disciplinaria. 

Cabe preguntarse: ¿cómo habría reaccionado el sistema político de la región si algo parecido hacía un gobierno de izquierda o progresista? A no dudarlo, el sistema político y el aparato mediático dominante habrían cerrado el espacio de tal manera que su pérdida de legitimidad habría sido inminente. 

En Venezuela, por ejemplo, el entonces presidente Hugo Chávez radicalizó al proceso bolivariano luego del fallido intento de secuestro y golpe de estado, pero esa radicalidad de su gobierno, que es insignificante al lado de la reforma que pretende Milei en Argentina, le significó a Chávez y Venezuela una guerra con EEUU que quebró la economía nacional y produjo millones de desplazados. EEUU confiscó los activos de la empresa estatal de petróleos PDVSA, lo que incluye el sistema de refinerías y expendedoras de combustible en la costa este de EEUU y que son propiedad de Venezuela; desde Europa, en cambio, Inglaterra se quedó con el oro monetario del país y no lo ha devuelto hasta el momento. 

EEUU engrasó una maquinaria mediática para satanizar a Maduro, el heredero de Chávez, al proyecto bolivariano y a Venezuela de tal forma que, por ejemplo, el debate político en Europa (sí, en Europa) la crisis venezolana atravesaba como un vector las discusiones políticas sobre el rol de la izquierda de tal manera que obligaba a que sectores de la izquierda europea a enajenarse de cualquier tipo de apoyo al proceso bolivariano. ¡Y, ni Chávez ni Maduro han hecho ni una mínima parte de lo que en pocos días ha hecho Milei en Argentina!

 En Argentina, Milei llevará a su país a una quiebra institucional profunda, y no es hipótesis sino un dato factual. Eso generará pobreza y miseria que alcanzará, en especial, a las clases medias. Destruirá la institucionalidad existente del país, eso es seguro. Pero tiene todo el apoyo de EEUU, de Inglaterra, de Israel y de Europa. Es inimaginable que Argentina sufra ningún tipo de consecuencias por las decisiones inconstitucionales e ilegales tomadas por Milei, como en su momento las sufrió Venezuela. Ninguna guerra amenazará a la Argentina de Milei. Ningún pronunciamiento de la OEA o del Parlamento Europeo. Ni el más mínimo llamado de atención. Quizá una noticia que dé cuenta de la forma exótica que tiene Milei al tomar sus decisiones, pero nada más. Así, Europa guarda un silencio cómplice con la caída al abismo de Argentina, de la misma manera que guardó un silencio cómplice con el genocidio a los palestinos en la franja de Gaza.

Milei tiene carta blanca para destruir la institucionalidad de su país para que sus socios y amigos hagan negocios como a bien quisieran. Estas antípodas de la democracia en la región dan cuenta que la democracia, en su formato liberal, siempre es disciplinaria. Si un gobierno de izquierda quisiera llevar los límites de la institucionalidad y del sistema político con la misma intensidad y radicalidad que lo ha hecho Milei se activarían todos los mecanismos inmunitarios del poder. Existiría una enorme campaña mediática que lo acote en todas sus posibilidades. Habría una movilización mundial que empañe su imagen y lo presente al mundo de forma monstruosa y desfigurada. Con gobiernos que intenten salir de las coordenadas de la democracia disciplinaria, si se produjese un golpe de estado en su contra, se lo vería como una restauración de la institucionalidad perdida y no habría sido objeto de ninguna retaliación o persecución o, incluso, guerra. Pasó eso con Dilma, pasó eso con Pedro Castillo en el Perú. Los golpes de Estado fueron recibidos como procesos de restauración democrática. 

Las condiciones de la desarticulación institucional que ahora lleva adelante Milei fueron ya puestas en marcha por el gobierno de Macri. Por ello, para entender a Milei hay que, previamente, entender a Macri, porque Milei es la continuación y exacerbación de Macri. De hecho, el equipo económico de Milei es aquel de Macri. Lo que en su momento hizo Macri, ahora lo continúa Milei.

Por tanto, hay que recuperar la memoria y ver qué hizo Macri en su gobierno para intuir aquello que hará Milei. Macri gana las elecciones en el 2015, y utiliza ese triunfo electoral para ir en contra de la Constitución de su país, en contra de sus instituciones y en contra de los acuerdos sociales existentes, exactamente aquello que hace Milei con el proyecto de ley Omnibus. ¿Puede un gobierno que gana las elecciones tener patente de corso para hacer lo que a bien quisiera? ¿Para qué sirve entonces un orden constitucional si un gobierno utiliza las elecciones para desarticular todas las instituciones vigentes? 

Macri, apenas electo en el año 2015, desarticuló toda la política monetaria que sostenía el tipo de cambio y llevó a una macrodevaluación del peso argentino. Igualó el tipo de cambio de la calle con el tipo de cambio oficial y permitió la fuga de capitales.  Aplicó un duro paquete de ajuste fiscal con una drástica reducción del tamaño del Estado. Se trataba de la clásica receta fondomonetarista. Así, Macri llevó el tipo de cambio peso/dólar de 8,63 pesos por un dólar en enero de 2015 a 60 pesos por un dólar a inicios de 2019. Con Macri empezó la rueda de molino de la devaluación del peso que fue ratificada y consolidada en el programa que Macri suscribió con el FMI en el año 2018. Apenas electo, Milei hace casi lo mismo.

Pero quizá sea conveniente detenerse en ese crédito del FMI con Argentina porque ahí radica uno de los elementos que, más tarde, llevarían a Milei a ganar las elecciones. Ese crédito del FMI provocó tanto daño económico, institucional y social que generó el malestar de la sociedad argentina con su sistema político y económico. Milei recogió ese malestar, pero para darle la vuelta y devolvérselo a sus propios electores.

El crédito que el FMI entregó a Argentina en el año 2018 fue de dimensiones colosales, equivale a un pequeño Plan Marshall: 50 mil millones de dólares que luego ascendieron a 57 mil millones de dólares, de los cuales fueron efectivamente desembolsados cerca de 45 mil millones de dólares. 

Se trató del programa crediticio más ambicioso en la historia del FMI. Pero esa cantidad de recursos hundieron al país, porque abrieron las compuertas de la liberalización financiera y debilitaron la política monetaria. Sin exageración, ni un solo dólar del crédito del FMI se quedó en el país ni sirvió para la reactivación de la economía argentina. El programa del FMI debilitó al peso argentino y produjo el sobreendeudamiento del país. La deuda pública, con Macri, pasó de 63,5 mil millones de USD en 2015, a 167,5 mil millones de USD en 2019. Casi la mitad del nuevo crédito público que fue contratado por Macri (más de cien mil millones de USD), es deuda con el FMI.

 ¿Necesitaba Argentina el crédito con el FMI? No había razones macroeconómicas para ese crédito. En realidad, fue un crédito hecho para evitar que Macri pierda las elecciones ante el peronismo. Es quizá uno de los pocos programas crediticios del FMI, al menos en su formato stand by, que no contiene una cláusula de remisión del déficit fiscal como baremo de evaluación del programa del FMI, lo que evidencia su naturaleza eminentemente política.

Los recursos del FMI, en realidad, sirvieron para apalancar la fuga de capitales, los pagos a los fondos buitres, que el peronismo se había negado a reconocer pero que Macri lo hizo en las primeras semanas de su gobierno, y la liquidación en dólares, vía mercado libre, de las letras del Banco Central argentino emitidas por Macri. 

El crédito del FMI dinamitó la economía argentina y la sumió en un escenario de incertidumbre y volatilidad. Los datos lo certifican. En abril de 2018 la cotización estaba en 20,69 pesos por un dólar. En mayo de ese año Macri anunció que había conversado con el FMI y la cotización del peso, en vez de remitir, subió a 24,95 pesos por un dólar. En junio se suscribió el acuerdo con el FMI y dos meses después el peso ya estaba en 40,90 pesos por un dólar. En apenas seis meses el peso se había devaluado en el 100% gracias al acuerdo con el FMI. A diciembre de 2018, la devaluación era ya del 200% con respecto a abril de ese mismo año.

¿Hacia dónde fueron los recursos del FMI? La respuesta va de por sí: en su mayor parte hacia los tenedores de letras del Banco Central de la República de Argentina (Lebacs). Efectivamente, Macri había emitido letras del Banco Central (Lebacs) hasta junio de 2018 por la astronómica cantidad de 1,2 billones de pesos argentinos (aproximadamente 46,15 mil millones de USD) a una tasa de rentabilidad que llegó al 70%. 

Los compradores de las Lebacs fueron bancos, sociedades financieras y grupos de poder empresarial. Sin embargo, liquidar esos Lebacs en pesos significaba, a esos grupos de poder económico, asumir el costo de esa enorme emisión monetaria. Si las Lebac hubieron sido liquidadas en pesos argentinos y con la inflación de ese entonces (47,6% en 2018) y el tipo de cambio vigente, esos grupos económicos habrían perdido dinero o, en todo caso, no habrían ganado como esperaban, a pesar de la alta tasa de interés de las Lebac. ¿Qué hizo Macri? Apoyarse en EEUU y solicitar un crédito con el FMI, no para resolver la situación de su país sino aquella de estos grupos oligárquicos, vale decir, “la casta”.

¿Para qué sirvió realmente ese crédito del FMI? Precisamente, para liquidar las Lebac en dólares y garantizar la rentabilidad de esos grupos económicos. De ahí la coincidencia de valores entre la emisión de las Lebac (46,15 mil millones USD) y el monto entregado por el FMI a Argentina (44,5 mil millones USD). 

¿Qué hicieron los grupos de poder económico con esa liquidación en dólares de sus Lebac? Pues, los transfirieron al exterior. En Argentina la fuga de capitales se denomina “formación de activos en el exterior” y es la actividad económica más importante de las elites, pero es la forma por la cual protegen su rentabilidad de la incertidumbre que ellas mismas crearon. Se trata de un ejercicio de corrupción política evidente y, de hecho, hay causas instauradas en las cortes de Argentina contra Macri y su equipo económico por corrupción entre ellos Caputo, que luego retornará como ministro de economía de Milei.

Macri perdió las elecciones ante el peronismo, pero el gobierno de Alberto Fernández, fue demasiado light y no supo crear condiciones políticas e institucionales para frenar la voracidad de los capitales especulativos y financieros de los grandes grupos de poder. Tampoco pudo evaluar el programa del FMI y cerrar todo tipo de negociación con esta multilateral. Argentina debió declarar el crédito del FMI como deuda odiosa porque eso es lo que era. Sin embargo, a inicios del año 2022, el entonces presidente Alberto Fernández tuvo que renegociar el acuerdo con el FMI y, de esta forma, comprometer el espacio político de su propio gobierno. Fue ahí, en esas circunstancias y ante la debilidad del gobierno con respecto a los grupos de poder económico que se fraguaron las condiciones que harían posible, más tarde, la elección de Milei.

El crédito con el FMI no fue realizado de acuerdo a la Constitución del país ni tampoco de conformidad con su orden jurídico. Los recursos del FMI sirvieron para proteger a aquello que Milei denomina “la casta”. Ahora Argentina tiene una deuda pública imposible de pagar sin comprometer su futuro económico. La mitad de esa deuda puede ser calificada como “deuda odiosa”. Es una deuda pública que dinamitó la estructura institucional del país y que ejerció una fuerte presión sobre el tipo de cambio peso-dólar. 

Argentina necesitaba resolver esos problemas estructurales pero la sociedad votó contra sí misma. La candidatura de Milei fue diseñada cuidadosamente y trabajada de forma mediática de manera intencional, así como en su momento fue aquella de Peña Nieto en México. La figura de Milei fue una construcción mediática ex profeso que se construyó desde “la casta” y, especialmente, desde el círculo más íntimo de Macri. Así, Milei no es otra cosa que el factótum de Macri.

Pero Milei es apenas un engranaje del cual él mismo ni siquiera es consciente. Es muy probable que, cuando ya no sea funcional, sea separado del gobierno antes incluso que termine su mandato. Puede ser el fusible que esa misma “casta” utilice para calmar las aguas ante la tempestad de la protesta social. Pero, si eso sucede, la desinstitucionalización del país será tan profunda que podría ser irreversible. La sociedad no podrá reparar el daño de sus propias decisiones. 

La democracia disciplinaria se cierra y hace imposible cualquier posibilidad de cambiar el orden del mundo por fuera de sus prescripciones. Todo cambio es posible y permitido de las fronteras de la derecha hacia sus extremos. Por eso los denominados gobiernos progresistas son tan débiles y sus reformas son tan timoratas, porque saben que si se arriesgan en sus reformas y si los cambios que proponen alteran la hegemonía del orden del mundo entra en juego la violencia radical del sistema para restaurar el orden. Y ahí está la heurística de Venezuela para constatarlo. Puede ser que el proceso bolivariano haya cometido excesos y errores, pero, en la balanza del poder, el solo hecho que esos excesos y errores estén del otro lado de la línea permitida para hacerlo, suponen ya su exclusión radical del horizonte de posibilidades y justifican y legitiman la violencia para remitirlo.

Si Chávez o Maduro hacían lo que hizo Macri, es decir, poner a disposición la política financiera, monetaria y fiscal al servicio de los grupos de poder, quizá hayan devenido en políticos importantes dentro de los límites de la democracia disciplinaria, pero es seguro que nunca se les habría declarado la guerra. Pero no lo hicieron y, por el contrario, radicalizaron sus posiciones, por tanto, EEUU les declaró la guerra. Si bien es cierto que no alcanzó a ser una guerra de invasión, aunque el gobierno de Trump lo consideró en su momento, conforme las confesiones de John Bolton, entonces consejero de seguridad de su gobierno, pero fue una guerra más insidiosa que aquella de una invasión directa, porque no fue una guerra convencional, aunque sí fue una guerra híbrida. La principal arma de combate en esta guerra contra Venezuela fue financiera y monetaria. 

A la revolución bolivariana le cerraron todos los accesos financieros y monetarios al mercado mundial. De esta forma, una potencia petrolera, como es Venezuela, terminó sin liquidez incluso para sus importaciones más esenciales. En efecto, en medio de la pandemia del Covid-19, a Venezuela, por la presión de EEUU, se le negó el acceso de liquidez incluso para comprar vacunas y medicamentos esenciales para la vida de su población.

Venezuela y Argentina expresan las fronteras de la democracia disciplinaria. Todo lo que está permitido para un caso está totalmente prohibido para el otro. Milei, que ha destruido a su país en tan solo unas pocas semanas y que lo conduce directamente a ser un Estado fallido, tendrá todo el apoyo de EEUU, de la OEA y de la Unión Europea. Venezuela seguirá condenada al ostracismo y al oprobio.

Lo curioso es que la democracia disciplinaria necesita de votantes que la suscriban y que no tengan conciencia alguna que pueden votar contra sí mismos. Sus arrepentimientos son intrascendentes porque, en una próxima elección, lo volverán a hacer ¿Cómo es posible que uno de los actos que más responsabilidad requieren, como es el acto electoral, se convierta en el acto más banal e irresponsable? 

Porque detrás de ese acto electoral subyace una de las industrias más poderosas del capitalismo tardío, aquella industria que Shoshana Zuboff denomina de “extracción del excedente conductual” (en el libro: La era del capitalismo de vigilancia). Esos votantes han sido previamente inducidos por esa industria a tomar una decisión que los va a perjudicar, pero sobre la cual no tienen la más mínima conciencia. Esa es la paradoja en tiempos del capitalismo tardío: ¿cómo salir de la democracia disciplinaria? ¿cómo resistir a la extracción del “excedente conductual”? ¿Cómo recuperar la democracia y, al mismo tiempo, evitar el “saqueo del yo” de las fábricas de comportamiento en el capitalismo tardío? ¿Cómo construir electores conscientes, responsables y lúcidos?

 

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