viernes, 26 de junio de 2020

Spinoza, Marx y el pensamiento radical

Spinoza, Marx y el pensamiento radical

 

A Micaela, Luna de Caramelo

 

Pablo Dávalos

 

La filosofía de Spinoza, es profunda y no hay duda de que transformó de forma importante al mundo feudal. Produjo un acontecimiento. Hay que considerar, además, que Spinoza reflexiona en un momento en el que el catolicismo está amenazado desde varios frentes: la reforma protestante, el avance del islam, los nuevos descubrimientos geográficos, la invención de la imprenta y la consiguiente profusión de libros y lectores, la constitución y formación del capitalismo, y la emergencia de la fuerza y poder de las ciudades Estado, tanto en Italia cuanto en los Países Bajos, y el nacimiento de la política moderna. Si Spinoza transformó las coordenadas del saber y posibilitó la emergencia de la Ilustración Radical, Maquiavelo, por su parte, es la constatación de la emergencia del Príncipe Moderno como expresión y constatación del nacimiento de la política moderna. Ambos, de alguna manera, son la expresión de las coordenadas de la modernidad. 


Sin embargo, para varios pensadores latinoamericanos (Dussel, Lander, Quijano, inter alia), la modernidad se constituye con el encuentro con el Otro. Así, 1492 marca un descubrimiento que, en realidad, fue un encubrimiento. Ahí, en ese encubrimiento, subyace la emergencia de la modernidad. El siglo XVI inicia con el debate entre Sepúlveda y Las Casas a propósito del Otro. Los conquistadores, mientras tanto, arrasaron con las civilizaciones del continente al que habían llegado. Los flujos monetarios que provienen desde las Indias Occidentales, como las llamaron en primera instancia a los territorios conquistados, sirvieron para aquello que Marx alguna vez identificó como la acumulación originaria del capital. No obstante, quizá la hipótesis que la modernidad tuvo su origen en 1492 en su encuentro con el Otro, debe matizarse. La violencia de la conquista es inédita en la historia de la humanidad. Quizá pocas veces en la historia, se presentó un expediente de una violencia que produjo el primer genocidio a gran escala, del que se tenga registro de la historia humana. No obstante, ahí, en 1492 pienso que hay algo más profundo, más denso, que el encuentro con el Otro y la posibilidad de emergencia de la modernidad. Creo más bien, que la modernidad nace dentro de sus propias condiciones históricas, y que una de los personajes más importantes que certifican su constitución es, precisamente, Baruch de Spinoza. Si alguien representa la intersección de un pensamiento con la suficiente fuerza  y profundidad para cambiar el orden del saber existente y que se había prolongado por varios siglos, es Spinoza. Su pensamiento representa una de las puntas de un cuadrilátero constituido, además, por el empirismo inglés de Newton, Locke y Hobbes, el racionalismo cartesiano, y el idealismo alemán de Leibniz, fueron ellos quienes lograron cuestionar al pensamiento escolástico-medieval para, finalmente, reducirlo a una mínima expresión. Fueron ellos, más una pléyade de pensadores que los acompañaron, los que provocaron el nacimiento de la Ilustración radical en el siglo XVII. 


Sin embargo, era evidente que, para ese entonces, el mundo se transformaba a una velocidad de vértigo. En el siglo XVI y XVII, el orden feudal empieza a desmoronarse. Pero, en cambio, sus ideas se mantienen firmes. Han sido construidas a prueba de historia. Son más sólidas que los muros de los castillos medievales. La construcción del conocimiento y la producción del saber, resisten a todo cambio histórico. La Iglesia Católica, ha perdido varias batallas políticas y militares, pero su control sobre el pensamiento europeo es casi total. Un sistema no cambia de forma radical hasta que el armazón invisible de sus marcos teóricos se resienten y se transforman. Los paradigmas que sostienen a un orden social son los últimos en caer en una transformación histórica. La teoría, como se pudo aprender de la escolástica medieval, no está hecha tanto para comprender lo Real cuanto para crearlo a su imagen y semejanza. 


En el siglo XVII las transformaciones sociales son evidentes. Mas, las estructuras del conocimiento, miran para otra parte. La Iglesia Católica se refugia en el control de todo tipo de pensamiento que se produce en la sociedad y persigue con hogueras y torturas a los disidentes. Esos siglos, son aquellos de los mártires de la ciencia moderna. Fue un periodo oscuro para el pensamiento libre. La Iglesia Católica reforzó la dogmática de sus principios y clausuró toda posibilidad de cuestionamiento. 


La Congregación de la Fe, es decir, la Inquisición, se erigió en una especie de Gestapo que perseguía al pensamiento crítico. Aquellos que caían en sus garras, tenían como horizonte el horror más absoluto. Quizá la metáfora de ese periodo estuvo en Montségur, cuando el Inquisidor ordenó quemar a toda la población, independientemente que hayan sido o no cátaros. Su juicio es lapidario: quemadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos


Es un mundo que tiene sus claroscuros. En ese mundo, las personas creían en un Dios Providencial que había creado un plan para todos y cada uno, y al cual había que resignarse. Una cadena de causalidades en las que se exigía una hermenéutica imposible. Había que encontrar la cadena del ser en todos y cada uno de los detalles del mundo. 


En un hermoso texto, Michel Foucault, en Las Palabras y las Cosas, hace referencia a esa forma de nombrar al mundo desde la simpatía, la analogía, la similitud. Las palabras tenían una contextura que se imbricaba con el mundo de forma real. Por eso, los magos pronuncian palabras mágicas para transformar lo real, porque la palabra y el mundo se inscribían en una misma tesitura, compartían el mismo umbral ontológico. En ese mundo de hogueras, guerras, magos, brujas, ángeles y demonios, había que creer que el desorden del mundo, las fracturas de lo real que crujían por todas partes, debían ser obra del Maligno. El orden que Dios había creado era perfecto y lo atestiguaba la Escritura. Un orden sagrado, que repetía la perfección del cielo en la tierra no podía cambiar desde dentro. Afectar tanta perfección solamente podría provenir del Mal y sus agentes: las brujas, los hechiceros, los apóstatas, los herejes. 


Si había peste, era porque Dios castigaba la soberbia de los hombres y sus pecados. Por eso, había que purificar al mundo de tantas amenazas, y qué mejor recurso para hacerlo que el fuego que todo lo purifica. La Iglesia Católica, hizo una apuesta por el fuego para purificarse de una historia que se le escapaba como arena entre los dedos. Y a fuerza de purificarlo iluminó como nunca antes los estertores de un orden social que estaba moribundo. 


Es en ese contexto, en medio de esas tensiones, transformaciones, horrores y esperanzas, que surge el pensamiento de Spinoza. Un pensamiento diáfano, limpio de impurezas escolásticas y medievales. Spinoza escribe en un contexto descrito avant la lettre por Gramsci: lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir y, en las sombras, nacen los monstruos. 


En su Ética Demostrada según el Orden Geométrico, su primera definición es aquella del Ser, en una línea que recuerda a Parménides: “Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia implica su existencia”. El Ser, es. Y no necesita de ninguna determinación que le sea extraña para demostrar su existencia. Los eleatas vuelven con Spinoza. La filosofía empieza a recuperarse de la pesadilla teológica que la había secuestrado. Por eso, cuando Spinoza escribe sobre Dios, en su VI Definición, cambia las coordenadas del pensamiento medieval por completo: “Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita”. 


Spinoza traza una distancia que no hará más que profundizarse con el Dios Providencial de la teología y la escolástica medieval, aquel Dios omnisciente, omnipotente, omnipresente y causa primera se convierte en hipótesis. Para Spinoza, Dios es un concepto filosófico. Ya no representa la causa primera y suficiente del mundo, sino una sustancia de infinitos atributos, pero los atributos están determinados por la capacidad de entendimiento para comprender la existencia del mundo (II Definición). 


La noción de Dios de Spinoza es filosófica, no teológica: Dios, para Spinoza, es una “substancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita”, que obra “en virtud de las solas leyes de su naturaleza”, como “causa inmanente pero no transitiva de todas las cosas”. Spinoza racionaliza el concepto de Dios desde una filosofía crítica y realista. Por ello, en sus axiomas (Primer Libro), puede advertirse que Spinoza se desliza de la ontología (las Definiciones) a la epistemología. 


Primero define las condiciones de lo existente, en un procedimiento en el cual Dios se convierte en hipótesis prescindente. En efecto, si se elimina la Definición VI de su Ética no se altera en absoluto el marco ontológico desarrollado por Spinoza. La definición I puede prescindir, sin problema alguno, de la Definición VI. Es decir, la definición VI no es condición de posibilidad para la Definición I. Esto evacúa la teología de la ontología y recupera la ontología para la filosofía. Es posible, por tanto, una ontología sin teología. 


Spinoza ha hecho algo imperdonable: ha racionalizado a Dios. Le ha quitado esa corteza mística e ideológica que es tan funcional para mantener el orden del mundo. La racionalización de Dios, desbarata nociones imprescindibles del canon: la santísima Trinidad, la Inmaculada Concepción, la separación alma y cuerpo y la resurrección, la salvación, la culpa por el pecado original, en fin, toda la parafernalia mística y toda la liturgia construida sobre ella. Si Dios es un ser absolutamente infinito, una sustancia de infinitos atributos, entonces ¿qué es el Maligno? No puede  tener una existencia, porque ello implicaría que sería un límite a la esencia infinita de Dios. El Maligno no puede existir, ante el Dios de Spinoza. Si Dios es absolutamente infinito y no en su género, entonces está en todas partes … y en ninguna! Precisamente por ello, los milagros no existen. Tampoco el mal ni el bien absoluto. En la naturaleza, las cosas persisten por ser (“Cada cosa se esfuerza, en tanto está a su alcance, por perseverar en su ser”). No hay ningún “plan de Dios” para nadie, porque en la naturaleza no hay contingencias, todo es necesario. Vislumbrar un plan, un destino, una argucia metafísica que constriñe la voluntad humana es solamente imaginación. “El alma no está sujeta a los afectos comprendidos dentro de las pasiones sino mientras dura el cuerpo”, (Proposición XXXIV, Libro quinto), si el cuerpo muere, también su alma: “no atribuimos duración al alma, sino en tanto dura el cuerpo” (Proposición XXIII, Libro quinto). 


Es ahora y aquí donde debemos ser todo lo que queremos ser. Ángeles, demonios, cielo, infierno, brujas y hechiceros, son pura imaginería popular. No tienen posibilidad alguna en un mundo racional y en el cual el Ser ha existido desde siempre. Spinoza propone una ética sin hipotecas especulativas y teológicas, y recupera la libertad humana sin restricciones teológicas. La ética es una posición individual, alejada de toda prescripción bíblica, en la cual son los hombres libres y racionales los que construyen su propio mundo y sus propias condiciones. El bien y el mal les pertenece a los seres humanos, no a los dioses. Una ética fuera de toda relación teológica implicaba una revolución teórica mayor. Reducía el alcance normativo de la Iglesia al mínimo y la demostraba como un aparato de poder. 


Era natural, por supuesto, que la Iglesia Católica emprenda una cruzada contra Spinoza. Su pensamiento pasó de forma inmediata al Index. Sus libros se prohibieron por toda Europa. El anatema se convirtió en la marca registrada de Spinoza y sus seguidores. Spinoza, definitivamente, había ido más lejos que Descartes, que Leibniz, que Hobbes, que Locke. Es la expresión del pensamiento más radical de la naciente ilustración. El mundo, ya no sería el mismo. Si bien es cierto que Descartes propone la duda como método de conocimiento (puedo dudar de todo, menos del hecho que estoy dudando), también es cierto que el sujeto que duda tiene un pensamiento (res cogitans) que se despliega ante el mundo (res extensa), y, de esta forma, expresa las dos sustancias reconocidas por el canon católico: en definitiva: el alma y el cuerpo. Spinoza, no obstante, ha ido más allá. Ya no hay la dicotomía alma-cuerpo. Spinoza ha evacuado del mundo a los ángeles y demonios. 


El Dios de Spinoza, en realidad es una hipótesis de trabajo. Una concesión a su tiempo, nada más que eso. Es comprensible la ira de la Iglesia Católica para con Spinoza. Su saña con la que persiguió su pensamiento demuestra la profundidad y el alcance que tuvieron sus palabras. Por ello, sus seguidores tuvieron un destino trágico: los hermanos Koerbagh, pero también Meyer, Bekker, Edelman, Tschirnhaus, entre otros, sufrieron de persecución, vejámenes, fueron empujados a la miseria, fueron encarcelados, de hecho Adrian Koerbagh murió en la cárcel. Fueron el testimonio de aquellos que empezaban a dudar del orden del mundo. En otras coordenadas, pero Radicatti, Vico, Doria, también habían coincidido con Spinoza, y habían pagado el precio de esas coincidencias. Había nacido la Ilustración Radical. 


Sin embargo, ¿qué sentido tiene ahora volver sobre ese debate? ¿Cómo inscribirlo en estos momentos y qué nos puede enseñar ahora? Spinoza forma parte de la historia de la filosofía. La modernidad ha rendido tributo a su pensamiento. Hay muchas reflexiones teóricas desde la filosofía sobre su legado. Si la Iglesia Católica y todos los poderes dominantes de la época hicieron causa común contra Spinoza, fue porque su pensamiento había alterado de forma radical y trascendente las coordenadas epistemológicas y ontológicas de su mundo. Había rasgado el velo de lo Real. El celo con el cual fue perseguido, y la doxa que se impuso para someterlo al olvido (las universidades se negaron a su pensamiento hasta bien entrada la modernidad), obedecía más a razones políticas que filosóficas. Si los milagros, el cielo, los ángeles, los demonios, el infierno, el Maligno, las brujas, son pura imaginería, entonces ¿cómo administrar el miedo? ¿cómo someter a la sociedad? 


Maquiavelo había advertido ya al Príncipe sobre la conveniencia del miedo para administrar el poder. Una sociedad que no tiene miedo, no puede ser sometida. Es una sociedad libre, y en una sociedad libre: “Si los hombres nacieran libres, no formarían, en tanto que siguieran siendo libres, concepto alguno del bien y el mal”(Proposición LXVIII, Libro Cuarto). El bien y el mal son humanos, demasiado humanos. La administración del poder es también la creación del bien y del mal. El miedo se enmarca en sus coordenadas. El poder crea el mal pero necesita justificarlo con el bien. Spinoza abre las posibilidades de la interpretación de lo Real a posibilidades antes no imaginadas. En realidad, en la persecución contra Spinoza no se trataba ni de ángeles ni demonios, ni de cielo ni de infierno, se trataba del poder y sus condiciones. Y ese poder no podía permitir que se dude del orden del mundo. En los cimientos de ese orden del mundo, efectivamente, hay ángeles y demonios, hay cuerpo y alma, hay cielo e infierno. Los seres humanos deben creer con la fe del carbonero en el bien y el mal como atributos divinos, y en plan de Dios para todos y cada uno de ellos sobre la vida. Los males de este mundo tenían su explicación en una voluntad divina cuyos secretos son inescrutables. No se puede entender esa voluntad de la divinidad y se debe soportar el dolor de ser en el mundo. 


Pero Spinoza dice que no es así. Que Dios es infinito en sus atributos y que la naturaleza no es contingente. Que el bien y el mal son humanos. Que no hay ningún plan divino para todos y cada uno de nosotros, y los males que padecemos son responsabilidad nuestra, por tanto, si las condiciones nos hacen, ellas pueden ser transformadas. Las penurias y el dolor del mundo pueden transformarse en la alegría de ser en el mundo, y para ello no se necesita de ninguna teología.  Spinoza, había apuntado bajo la línea de flotación del sistema feudal. 


Empero, cuando escribo esto: si las circunstancias hacen a los seres humanos, entonces las circunstancias deben volverse humanas, me doy cuenta que esa frase también le pertenece a Marx, es decir, hay un hilo que conecta a la Ilustración Radical con Marx. Spinoza apelaba a los seres humanos y a su racionalidad para conquistar la libertad, Vico decía que podemos transformar la historia porque somos nosotros quienes la hacemos. Marx, continúa esa apelación pero descubre que los seres solamente son humanos en sociedad, y que el devenir de las sociedades es la historia. Y ese devenir es contradictorio.


Por eso, si se trasladan y extrapolan esas circunstancias que determinaron la emergencia del pensamiento de Spinoza y la forma por la cual fue perseguido, olvidado y sepultado por la Iglesia Católica, en el capitalismo y la globalización, se puede ver que la estructura de poder del capitalismo y la modernidad, han procedido de la misma forma que las monarquías, las aristocracias, y la Iglesia Católica, en el periodo de la Alta Ilustración, pero esta vez con respecto a Marx y su herencia teórica. 


De la misma  manera que procedieron con Spinoza, ahora han identificado en Marx a su enemigo más importante para someterlo a un régimen de cuarentena permanente, aislamiento total y olvido absoluto. No hay que olvidar las requisitorias, las persecuciones, la cárcel, la tortura, la violencia contra sus seguidores, y las hogueras para sus libros. 


El Spinoza de la modernidad es, sin duda, Carlos Marx. No hay vituperio contra Spinoza que no se haya utilizado contra Marx. No hay expediente que no haya sido utilizado en contra del pensamiento de Marx. De la misma manera que las universidades de los siglos XVII, XVIII y XIX, se empeñaron en ocultar, invisibilizar y desdeñar el pensamiento de Spinoza, lo mismo ha sucedido con Marx. Al momento, en las primeras décadas del siglo XXI, casi no hay una sola facultad de economía que estudie su pensamiento (salvo raras excepciones). 


Pero Marx se inscribe en la veta abierta por la modernidad. Marx es moderno, plenamente moderno y lleva al límite las posibilidades que constan en la misma modernidad. A diferencia de Spinoza que tuvo que dar un paso al costado con respecto a toda religiosidad, de hecho hizo todo lo posible para ser expulsado de la sinagoga y de los parnasim, para pensar libremente por fuera de las restricciones de la escolástica medieval, Marx pertenece por entero a la modernidad. Su radicalidad se enraíza en la corriente de la Ilustración Radical que nace, precisamente, con Spinoza, llega a Diderot, Rousseau, Schiller y Marx. 


La  analítica de Marx abreva de lo más selecto y lo más profundo de la filosofía moderna: Hegel. Toda la construcción teórica de Marx se sostiene sobre la dialéctica hegeliana, y Hegel es el filósofo, casi sin duda alguna, más importante de la modernidad. Entonces, es la propia modernidad la que tiene que abjurar de uno de sus hijos más caro y prodigioso. 


Spinoza llega en un momento de agotamiento de la escolástica medieval y cuando la historia se transforma a una velocidad de vértigo. Es un pensador al margen de la Iglesia, de las universidades (de hecho rechazó la cátedra), y del canon. Más de un milenio de girar como una noria alrededor de sus propios discursos cuyo epítome está en las discusiones bizantinas, la Iglesia Católica no tiene capacidad de reinventarse. De hecho, trata de hacerlo utilizando a Descartes a través del obispo de París, Malebranche, pero el mundo la ha rebasado. Es demasiada historia para contenerla con artilugios del pasado. El mundo prolifera, y ello agota a la Iglesia Católica. La persecución es cada vez más vasta pero insuficiente, solo demuestra su impotencia ante esa proliferación del mundo, esa ebullición del cambio. 


En cambio, Marx aparece en pleno surgimiento y consolidación de la modernidad y el capitalismo. El nuevo sistema histórico recién está aprendiendo de sus posibilidades. Es novel, pero se pretende fáustico. El capitalismo es un sistema que se cree con el derecho de devorar al mundo y se cree inmortal. Y es ahí, en pleno desplegar de sus alas, que llega Marx y le susurra al oído: recuerda que eres mortal


Así, se convierte en esa conciencia de finitud ante la pretensión de infinitud del capitalismo. Marx, al recordar los límites de esa finitud ha puesto fecha de caducidad a un sistema que recién está en sus inicios. Sobre la ruta inaugurada por Marx se inscribirá casi todo el pensamiento radical de la modernidad. 


Sin embargo, la modernidad había construido sus propios héroes con poderes fáusticos: los  individuos. La modernidad no solo reconoce la potencialidad de su razón sino también su capacidad de libertad. Los individuos son seres que han roto con sus Dioses y reclaman para ellos sus poderes fáusticos. Seres racionales, libres, autónomos. Quizá como narración, la vulgata liberal pueda convencernos a nosotros, pero no a Marx, que representa su conciencia más crítica, más despiadada, más despierta. Marx demostrará que esos individuos ni son libres, ni autónomos. Más bien, son seres alienados, oprimidos, explotados. Son ellos los que tienen que quitarse la máscara (Marx la denomina la conciencia de sí) para devenir los sepultureros del sistema (la conciencia para sí). 


Como si se tratase de una vuelta de tuerca, Marx hace de esos individuos los portadores de la utopía del mundo que vendrá. Esa utopía que se cobijó en las entrañas del pensamiento radical de la modernidad. Esa utopía que veía a los seres humanos como hermanos en una tierra de libertad y abundancia. Es una curiosa nota de la historia que el lema de la liga de los comunistas (los hombres son hermanos), y que tiene resonancias de Schiller, haya sido transformada por Marx en: proletarios de todos los países, uníos! No hay texto que no resuma y exprese de mejor manera la modernidad y el capitalismo que el Manifiesto Comunista. Más que el acta de nacimiento de los comunistas, es la constatación de un pensamiento lúcido sobre su propio tiempo que se constituye en el acta de nacimiento del capitalismo, de la modernidad. Será el pensamiento radical de Marx, el mismo que proviene desde Spinoza, el que inspirará las revoluciones de los siglos XIX y XX. El siglo XX está impregnado de su éthos y de su élan. 


Sin embargo, el siglo XXI registra el archivo de todo expediente revolucionario y el olvido de toda referencia a Marx. ¿Qué pasó? ¿Por qué se produjo eso? La historia demuestra que un pensamiento de esa contextura no puede ser escamoteado impunemente. La Iglesia Católica, con todo su poder, con toda su experiencia, intentó silenciar a Spinoza, pero no pudo hacerlo. Finalmente, Spinoza venció. Lo mismo con Marx. Es imposible escamotear su pensamiento. Olvidarlo. Prescindirlo. Pero el siglo XXI está ahí para evidenciarlo, y quizá haya una hipótesis que permita explicarlo: la consolidación del neoliberalismo como discurso del orden del mundo. 


El neoliberalismo sepultó a Marx bajo las prescripciones epistemológicas y doxológicas de sus propios argumentos. El neoliberalismo es un discurso con una enorme eficacia ideológica pero casi ningún espesor teórico. Las transformaciones del capitalismo, sus contradicciones internas dan cuenta y ratifican las hipótesis de Marx. Empero, a fines del siglo XX caen los países denominados “socialistas” y, con ello, se endosa al marco teórico de Marx las razones de su fracaso político. 


Es difícil y complejo adscribir al marco teórico de Marx la culpabilidad de un proyecto político que no tuvo opciones y sucumbió, básicamente porque Marx desarrolla una crítica, no una propuesta normativa. Su visión emancipatoria, utópica, no es normativa. Se puede contrastar, en ese sentido, con una propuesta eminentemente normativa en el pensamiento de Keynes. 


La crítica de Keynes al pensamiento económico clásico, ocupa las primeras páginas de su libro la Teoría General de 1936, todo lo demás es una propuesta normativa para el pleno empleo. Su crítica se armoniza y se imbrica con su propuesta normativa. En Marx, en cambio, no hay nada de eso. Salvo algunas notas esporádicas, pero su propuesta es básicamente crítica. De hecho, El Capital, el magnus opus de Marx, tiene como subtítulo: “Crítica de la economía política”. 


Marx utiliza las herramientas conceptuales de la modernidad para ejercer una crítica radical al capitalismo, radical porque había que ir a las raíces mismas de los problemas. Pero la caída de los países socialistas a fines del siglo XX, demostró una estrategia política de más vasto alcance hecha desde el poder: evacuar el pensamiento de Marx, al mismo tiempo que se construía el neoliberalismo como un discurso-verdad sobre el orden del mundo. 


En adelante, la construcción del discurso neoliberal en discurso de la globalización y la adecuación de todos los marcos institucionales para garantizar su vigencia, determinan su constitución como discurso dominante, como pensamiento único. Spinoza había puesto un límite a la doxa escolástica y confesional. Había abierto una ventana desde la cual se filtraba la luz (por utilizar una metáfora cara a la Ilustración), que permitió cambiar al mundo. Su pensamiento fue la grieta que fracturó al dique de la hegemonía de la Iglesia Católica, la tradición, la autoridad y la jerarquía y, finalmente, la resquebrajó y posibilitó la Ilustración. Marx también abrió una grieta en un sistema que recién se estaba conformando. Pero, el capitalismo se muestra resiliente y pudo cerrar, aparentemente, esa grieta. Utilizó el discurso más débil, en términos filosóficos y epistemológicos, el neoliberalismo, como argamasa para cerrar esas fisuras. 


La cuestión, no obstante, es: ¿Cómo una argamasa tan débil pudo haber cerrado una fisura tan potente como aquella abierta por Marx? Y la respuesta, por supuesto no consta en la textura de esa argamasa (el discurso neoliberal), sino en la estructura de poder que lo sostiene. Se utilizó la argamasa pero, acto seguido, se la selló con un nuevo muro. 


La hegemonía de los discursos de poder siempre se sostiene en la violencia. Los radicales spinozistas fueron perseguidos, algunos de ellos obligados a abjurar y renegar de las ideas que habían contribuido a divulgar. Algunos de ellos resistieron y, finalmente, murieron bajo la tortura, la enfermedad, el encierro o la miseria. Los libros de Spinoza se quemaban en actos públicos, como si al quemar el papel se pudiesen exorcizar los demonios de la historia, la fuerza de sus argumentos. 


Hay una corriente subterránea que atraviesa todo el siglo XVII y XVIII de manuscritos de las obras de Spinoza y sus seguidores que siguen caminos secretos, se refugian en bibliotecas y de ahí se propagan. Los libros se queman, pero el pensamiento sigue vivo, sigue latente y es cada vez más potente, más peligroso. 


El Index Prohibitorum es generoso en albergar a nuevos disidentes, apóstatas y herejes. Pero el poder panóptico y pastoral de la Iglesia Católica nada puede hacer ante la fuerza del pensamiento de Spinoza. El mundo ha cambiado. Marx decía que las ideas solo cambian al mundo cuando hay un poder material que las lleve adelante, y que una sociedad solo pueden llevar a cabo las tareas que le competen. 


Ahora estamos en un proceso de transición importante. La argamasa del neoliberalismo fue demasiado débil ante los avatares del mundo. Una pandemia la demostró más en sus simulacros que en sus capacidades reales de comprender al mundo. La Ilustración Radical nació con Spinoza. Marx es la continuación de esa ilustración radical. Ahora, en el siglo XXI necesitamos nuevamente apelar a ese ethos y ese élan, que estaban en Spinoza y en Marx para reinventar al mundo. Quizá una de las frases más contundentes de la filosofía sea la Tesis 11: no solo hay que interpretar al mundo, hay que cambiarlo!




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