domingo, 2 de noviembre de 2025

El declive del pensamiento crítico en América Latina

 El declive del pensamiento crítico en América Latina

 

A fines del siglo XX e inicios del siglo XXI, en América Latina, se produjo una eclosión de un pensamiento crítico potente. Se trató de un conjunto de reflexiones sobre la realidad del mundo y de América Latina que superaban los estrechos marcos teóricos que las ciencias sociales de América Latina habían heredado desde la modernidad y, en especial, desde la academia de Europa y de EEUU, que produjeron una especie de boom intelectual de varios pensadores y pensadoras que trataban de reflexionar desde sí mismos para buscar explicaciones desde la realidad latinoamericana y, para ello, crearon incluso sus propios marcos epistemológicos y sus propias teorías. 

Fue el auge de pensadores como Aníbal Quijano, Edgardo Lander, Santiago Castro Gómez, Fernando Coronil, Rodolfo Stavenhagen, Raúl Prada, Silvia Rivera Cusicangui, Luis Tapia, Pablo Mamani, Walter Mignolo, Daniel Mato, George Yúdice, Eduardo Gudynas, Eduardo Gruner, Julio Gambina, Eduardo Basualdo, Carlos Figueroa, Ana Esther Ceceña, Arturo Escobar, Enrique Dussel, Pablo González Casanova, Atilio Borón, Alicia Ibarra, Marco Gandásegui, Orlando Caputo, Bolívar Echeverría, Margarita López Maya, Héctor Díaz Polanco, Emir Sader, Agustín Cueva, Octavio Ianni, Theotonoio dos Santos, Jaime Estay, Vania Bambirra, Fernández Retamar, Lourdes Arizpe, y tantos otros que, en lo fundamental, estuvieron o tuvieron algún tipo de relación con el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO. 

Se trató de la creación de un pensamiento latinoamericano que, mutatis mutandis, se parecía mucho a aquel proceso de los años sesenta y setenta del siglo pasado que nació bajo el ala de la CEPAL y que dio origen a la teoría de la dependencia y al ala más radical del estructuralismo latinoamericano. 

De la misma manera que los estructuralistas de la CEPAL que se desprendieron de las teorías de la modernización económica y trataron de crear sus propias explicaciones desde los referentes concretos de su experiencia histórica, así, se produjo la creación de un legado intelectual de vastas proporciones y que creó una teoría crítica potente con características propias. Algunos de ellos recogían la tradición crítica del marxismo, como fueron los casos de Bolívar Echeverría o Atilio Borón, pero otros iban más allá y propusieron marcos categoriales propios como los conceptos de “diferencia colonial”, “colonialidad del poder”, “hybris del punto cero”, “extractivismo cognitivo”, etc.

Se trató de una masa crítica intelectual que deconstruyó al discurso neoliberal y la modernización que se impuso en América Latina desde los años ochenta al tenor de las condicionalidades del FMI y del Banco Mundial. Fueron el ariete teórico y epistemológico que derrumbó las murallas ideológicas de la doxa neoliberal. Desde varias perspectivas teóricas, re-crearon marcos teóricos que provenían desde la academia del norte y le dieron sus propios contenidos, como la transformación crítica de los estudios culturales y estudios latinoamericanos de las universidades norteamericanas, por ejemplo. Pero también crearon sus propias visiones para comprender el momento histórico que vivía el mundo y, en particular, América Latina. Proyectaron el pensamiento latinoamericano como interpelante e interlocutor incluso de todo el proyecto de la modernidad occidental y capitalista. Así, no solo que mantuvieron a raya al neoliberalismo en la región sino que también contribuyeron para su derrota teórica.

Fueron el núcleo teórico para articular la creación de pensamiento que generó ondas concéntricas hacia el resto del mundo y atrajo a intelectuales y académicos del norte que se inscribieron dentro de esta ola, quizá uno de los casos más emblemáticos sea aquel del profesor Boaventura de Souza Santos, portugués de nacimiento, pero latinoamericano por excelencia (y, hay que indicarlo, producto de una grosera acusación que tenía por objetivo evitar que se construyan los puentes entre el pensamiento crítico de América Latina con aquel del Africa y que el profesor de Souza Santos estaba construyendo).

Todos ellos sirvieron de cable a tierra para sostener y respaldar las críticas sociales a la avalancha ideológica del neoliberalismo y, al mismo tiempo, vislumbrar las alternativas. Muchos conceptos teóricos que provenían desde la lucha social del continente como: “mandar obedeciendo”, “todo para todos, nada para nosotros”, “un mundo en el que quepan todos los mundos”, “unidad en la diversidad”, entre otros, fueron retomados y asumidos por esta academia crítica y militante. Todos estos pensadores y pensadoras tuvieron la sensibilidad para intuir los temblores de la historia y, como si fuesen sismógrafos, articular una lectura crítica, inteligente, sensible, heterodoxa y, sobre todo, propia. Muchos de ellos se alejaron de esos corsés teóricos y esas absurdas prescripciones metodológicas de sacrificar la lucidez y el compromiso por los requisitos teóricos del paper academicista que imponía la academia del norte, para pensar desde sí mismos y desde su realidad.

Todos ellos, en efecto, siempre estuvieron lejos del paper academicista y cerca, muy cerca, de su sociedad. Su rigor académico no era para demostrar erudición ni tampoco para un fútil ejercicio de hermenéutica sin trascendencia, sino para comprender con mayor precisión aquello que surgía desde su realidad. Si mostraban lecturas y referencias en sus textos era justamente para eso, para que sirvan de referencias teóricas en esa necesidad de articular un pensamiento propio, no lo hacían por vanidad sino como una especie de potlach epistemológico y crítico.

Tuvieron la fortuna de estar acompañados por una arquitectura institucional en la red de CLACSO. Fue desde ahí que pudieron encontrarse no solo entre ellos sino también con los movimientos sociales que emergían en el continente. Tanto ellos, como la red CLACSO, fueron el corazón de los Foros Sociales Mundiales que se crearon en Porto Alegre desde inicios del siglo XXI y como una respuesta al Foro empresarial y neoliberal de Davos. Fueron ellos los que animaron los debates en cada uno de los encuentros del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Se convirtieron en una especie de transhumantes de las resistencias y luchas sociales. Nunca dudaron de acompañar a los movimientos sociales y fundieron su rol académico y de pensadores con aquel de la militancia social. Dieron clases y conferencias en la universidad popular de El Alto, en Bolivia, en las comunidades indígenas del Ecuador, en Chiapas en México, estuvieron con los mapuches en Chile y Argentina, con los piqueteros, con los Sin Tierra de Brasil, con los sindicatos de todos los países de la región, y también dieron dura batalla al extractivismo en todas sus formas; en fin, si hubo una academia militante, fue justamente esa.

Pero ahora, cuando se revisa la más reciente producción teórica de nuevos intelectuales de América Latina, ese pensamiento crítico, potente, iconoclasta y, sobre todo, propio, ni siquiera aparece como referencia bibliográfica. Ahora se cita mucho a Laclau, por ejemplo, pero muy poco a esa intelectualidad militante. De otra parte, tampoco existe esa militancia de la academia con el movimiento social de la región. De hecho, ya no se ha convocado a ningún foro social mundial y, puede afirmarse que el pensamiento crítico, al menos como se produjo en las décadas anteriores, prácticamente ha desaparecido.

¿Qué pasó? ¿Cómo entender ese cambio teórico y metodológico? Y, más allá de la academia, ¿expresa todo esto quizá algún fenómeno social? Pienso que, al menos, existirían dos hipótesis que pueden explicarlo. La primera hipótesis tiene que ver con la ola de gobiernos progresistas de la región que ganaron las elecciones en varios países desde fines de los años noventa del siglo pasado, con el triunfo electoral de Chávez en Venezuela, y continuaron por toda América Latina con varios triunfos electorales de partidos políticos críticos y opositores al neoliberalismo y, en algunos casos, provenientes de los movimientos sociales en las primeras décadas del siglo XXI. 

En esa coyuntura, muchos intelectuales consideraron pertinente apoyar o tratar de comprender a esos nuevos gobiernos progresistas que emergían en la región pero sin el filo de a crítica que los había caracterizado hasta entonces. De hecho, el mismo nombre con el cual fueron caracterizados e incluso se autodenominaron, fue el de “gobiernos progresistas”, en donde la apelación a esa categoría tan amorfa y ubicua como el “progresismo” no despertó ninguna suspicacia, salvo excepciones, para una academia antaño crítica que, en el caso de la doxa neoliberal, no perdonaba nada. ¿Por qué “progresistas” y porqué no gobiernos de izquierda? ¿Por qué ese temor a asumirse directamente como gobiernos de izquierda? Décadas atrás, cuando Salvador Allende ganó las elecciones en Chile, se autodefinía como gobierno socialista, no como “progresista”. La revolución cubana siempre fue un proceso de izquierda, no fue nunca “progresista”.

Más allá de la geopolítica y que las coordenadas del debate teórico fueron impuestas desde el neoliberalismo, muchos de los intelectuales del continente, en esa coyuntura, plegaron al “progresismo”. Otros, en cambio, no lo hicieron y siguieron en su línea crítica, pero esta vez esa línea crítica era mal vista desde la nueva doxa dominante, porque podía convertirse en un favor no deseado a la derecha y a los intereses geopolíticos en la región, por consiguiente, en esa coyuntura, algunos optaron por el silencio. Con la misma fuerza implacable con la que muchos intelectuales deconstruyeron al neoliberalismo, así también esta vez construyeron líneas ideológicas entre los que adscribían, suscribían y apoyaban a los autodenominados gobiernos progresistas de la región, y aquellos que intentaban criticarlos desde la izquierda.

Por eso no se visualizaron los nuevos conflictos que surgían en esa coyuntura y que tenían que ver con la forma de imponer el poder desde estos gobiernos progresistas. No fueron parte del debate teórico, por ejemplo, la forma por la cual el gobierno de Evo Morales atacó a la CIDOB y a la CONAMAQ, no de forma ideológica sino literalmente y utilizando el poder del gobierno para entrar en las instalaciones físicas de estas organizaciones y cooptarlas para el gobierno. Tampoco se vio la agresión que hizo a las comunidades indígenas y a la organización indígena CONAIE por parte del gobierno de Rafael Correa en Ecuador, o la forma por la cual se desarticuló el movimiento de los piqueteros en Argentina, o los intentos de cooptación al movimiento de los Sin Tierra en Brasil, o la persecución a las disidencias de izquierda en Venezuela o Nicaragua, entre otros ejemplos. Ante la emergencia de aberraciones teóricas como el “Evismo” propuesta por Álvaro García Linera, en Bolivia, por ejemplo, la academia crítica, salvo excepciones, guardó silencio. Ante el creciente extractivismo que despojaba de sus territorios a poblaciones enteras, muchas de ellas ancestrales, salvo excepciones, también se guardó silencio. De hecho, en un libro editado en 2021 por CLACSO y que recoge textos de Álvaro García Linera, éste hace una apología del extractivismo a favor de la explotación del litio. 

Había el temor, justificado por lo demás, que toda crítica social a los “gobiernos progresistas” contribuya a la corriente de desprestigio que se generaba desde la derecha y, por tanto, podía acotar las posibilidades de estos líderes progresistas de volver a ganar las elecciones y que gane otra vez la derecha, como efectivamente sucedió en varios países de la región. Por supuesto que, ante la derecha, la agenda de los gobiernos progresistas de la región podía aparecer como una agenda de izquierda, pero la academia crítica y militante no está para regalar prerrogativas a la realidad sino para ser implacable con ella, justo por eso es crítica y también militante. 

Esta vez, muchos intelectuales de izquierda plegaron hacia los gobiernos progresistas de la región y eso contribuyó, de una manera u otra, a su declive teórico, porque limitó las aristas críticas de su pensamiento radical. Quizá el ejemplo más abrumador sea el caso de Daniel Ortega en Nicaragua y la forma brutal con la cual reprimió las manifestaciones en su contra en el año 2018 sin que la academia crítica ejerza su deconstrucción necesaria.

Para los nuevos intelectuales que se incorporaban a la academia crítica, a sus redes académicas o a la red de CLACSO, era más conveniente y menos comprometido, un ejercicio de hermenéutica teórica (de ahí la proliferación de estudios y citas sobre el pensamiento de Mouffe y Laclau, o el denominado “posmarximo, por ejemplo, y que es absolutamente intrascendente para los movimientos sociales de la región), que un ejercicio de crítica radical a lo existente. Si optaban por la crítica radical entonces su espacio no podía ser aquel de las redes académicas, porque una crítica radical los habría llevado a criticar a los gobiernos progresistas de forma, asimismo, radical algo, por el momento, difícil de hacer dentro de las coordenadas del pensamiento crítico latinoamericano. Por ello, si se revisa la producción teórica de los nuevos intelectuales de América Latina se puede apreciar que ellos citan muy poco (o casi nada), a los pensadores enumerados al inicio.

De esta forma, se produjo una especie de entrampamiento ideológico producto de las circunstancias históricas específicas de la región. Los intelectuales críticos que de alguna manera habían convergido hacia las redes académicas de CLACSO, por ejemplo, se habían mostrado profundamente críticos con el neoliberalismo y, asimismo, totalmente comprometidos con los movimientos sociales de la región y sus propuestas emancipatorias. Pero cuando, finalmente, ganan las elecciones gobiernos y políticos que, de una forma u otra, se reclamaban como herederos de esos movimientos sociales y de su lucha contra el neoliberalismo se produce una aporía histórica que se traduce en una antinomia epistemológica: el espacio de la crítica social se reduce a las contingencias de la historia.

La crítica a lo existente no puede rebasar las contingencias de la política y la geopolítica. Así, y en perspectiva, era relativamente más fácil ser críticos a los gobiernos de Salinas de Gortari, de Zedillo, de Menem, de Mahuad, de Bachelet, de Cardoso, inter alia, que de los gobiernos de Chávez, de Evo Morales, de Rafael Correa, de Lula, de Kirchner, de Ortega, entre otros. La teoría crítica latinoamericana tenía que transformarse a sí misma y mantenerse leal a sí misma. Por supuesto que muchos pensadores latinoamericanos se mantuvieron leales a sus posiciones críticas, pero en términos generales aquel momento de esa corriente lúcida, comprometida y radical, al parecer, había pasado.

Una segunda hipótesis que explicaría la decadencia del pensamiento crítico en América Latina tiene que ver con las reformas universitarias de Bolonia. Muchos de los nuevos intelectuales ahora tienen el formato disciplinario de Bolonia en su producción teórica. Producen textos abstrusos, difíciles de leer, plagados de citas, muchas de ellas intrascendentes, y totalmente acoplados a la estructura metodológica del paper y las “revistas de impacto”. Ya no escriben ni reflexionan para comprender las complejidades de su mundo desde una posición crítica, sino para cumplir con sus universidades que ahora les exigen baremos de publicaciones en revistas indexadas para mantener sus posiciones académicas, seguir en sus carreras universitarias, conseguir los presupuestos adecuados para sus proyectos de investigación, escalar en el escalafón docente de sus universidades, mantener o conseguir becas de investigación y posgrado. 

Están obligados a citar a sus colegas y que ellos los citen en una especie de anillo de Moebius en una práctica académica agotadora para ellos pero intrascendente para sus sociedades. Por ello, generan marcos teóricos que, en realidad, son réplicas de Lo Mismo en una espiral infinita que se repite a sí misma. Terminan entre-glosándose entre ellos. Una academia que se separa de su sociedad a nombre del rigor científico y que se mira en un ejercicio de nihilismo y narcisismo intelectual que es altamente funcional al poder.

Es un ejercicio de un falso academicismo que tiende a alejarse cada vez más de su propia sociedad y de su historia. Es también un intento por mantenerse políticamente correctos y situarse en los debates más candentes del momento, como por ejemplo, las discusiones sobre el calentamiento global, los feminismos, las tecnologías digitales, las desigualdades o ese ámbito disciplinario que ahora lo denominan “las epistemologías del sur”, pero, a diferencia de las décadas anteriores, ya no forman parte de las luchas y las resistencias sociales.

Así, al pensamiento crítico le pasó, mutatis mutandis, lo que a la teoría de la dependencia y al estructuralismo latinoamericano de los años sesenta a noventa del siglo pasado: fue absorbido por sus propias contingencias y rebasado por su propia historia. En ese entonces, la CEPAL no pudo contra el mainstream dominante del pensamiento clásico de la economía y terminó por acoplarse a la doxa neoliberal. 

Alguna vez Fernando Fanjzylber, desde la CEPAL, hacía referencia al “casillero vacío” como aquel punto de encuentro entre el crecimiento económico y la equidad, quizá ahora esa metáfora del casillero vacío pueda servir para comprender la imposibilidad de mantener un pensamiento social crítico dentro de la academia y sus redes. El pensamiento crítico, tal como se ha estructurado la academia y sus redes, no puede constar dentro de sus coordenadas. Un texto con innumerables citas y con un lenguaje abstruso no contribuye en nada a la comprensión de los fenómenos sociales pero que ha sido construido en términos de una academia cada vez más privatizada no demuestra la construcción de pensamiento social sino más bien su carencia.

El declive del pensamiento crítico en momentos en los que más hace falta pensar la región en el contexto del mundo de la post-pandemia, y cuando es necesario frenar el avance de la extrema derecha, es preocupante.

Quizá sea por eso que la crítica a lo existente pasó de la izquierda a la derecha. Pero la crítica de la derecha no es teórica es plenamente ideológica. La derecha critica lo existente no para publicar de forma indexada en ninguna revista científica de alto impacto, como ahora lo hacen los intelectuales académicos de izquierda, sino para plegar la subjetividad social hacia nuevos significantes, en donde la crítica radical a lo existente realizada por la derecha, crea una cesura con la realidad y el capitalismo para dirigirla hacia el otro y hacia los propios explotados. La derecha logra convertir a las víctimas del capitalismo en victimarios. Convierte a los explotados del capital en las víctimas propiciatorias de ese mismo capital. Quienes levantan los patíbulos contra los explotados y oprimidos, son los mismos oprimidos que creen que las contradicciones del sistema tienen en los oprimidos su causa.

La culpa, porque en esos términos la derecha asume la crítica social y que tiene que ver con su formación judeo-cristiana, la tiene el Otro. La culpa de la crisis no es de los excesos y contradicciones del capitalismo, sino el Otro en forma de migrante que trabaja donde otros no quieren hacerlo, del obrero sindicalizado que defiende sus derechos, de las feministas que luchan contra el orden patriarcal del capitalismo, del ecologista que alerta sobre las consecuencias del calentamiento global, del intelectual de izquierda que desnuda las falacias del sistema, de los pueblos indígenas que defienden sus territorios del extractivismo. Para la derecha, todos ellos son los culpables de los errores del sistema y, en tanto culpables, tienen que pagar por ello. La derecha asume la rebeldía que había caracterizado a la izquierda y toma posiciones antisistema y desaloja de ese espacio a la izquierda. Por supuesto que es una falsa rebeldía, pero rebeldía en fin de cuentas y eso, al elector despistado por las redes sociales, le atrae y le conforta. Ese elector por fin encuentra una explicación para su situación de precariedad en el mundo. Adscribe el discurso de odio de la derecha y, sin saberlo y quizá sin proponérselo, vota por la derecha sin considerar que vota contra sí mismo.

La derecha se convierte en radical en momentos en los que la izquierda, por su aceptación del progresismo, abandona toda radicalidad. Son momentos en los que el capitalismo también se torna radical. El capitalismo está por desalojar a los obreros de la producción y reemplazarlos por robots, líneas totalmente automatizadas de producción e inteligencia artificial. Es el capitalismo radical el que ahora habla de “renta básica universal”. Es el capitalismo radical que no tiene problema en financiar genocidios, como aquellos de Gaza o Sudán, el que quiere desalojar de toda discusión global el debate sobre los derechos fundamentales y quiere retornar al capitalismo decimonónico. Ese capitalismo encuentra en la derecha radical su complemento. Así, el capitalismo de la inteligencia artificial y de las redes sociales converge casi de forma natural hacia los fascismos del siglo XXI.

En ese giro hacia posiciones radicales y extremas, como ya lo había advertido Pablo Stefanoni, que la derecha llega, sin mayores problemas, al fascismo. Mientras la izquierda académica sigue en el debate sobre Laclau, entre otros teóricos, la derecha arrebata la rebeldía a la izquierda, desplaza en su crítica al sistema e impone su discurso de odio al Otro. Gracias a ese desplazamiento estratégico, Milei gana las elecciones en Argentina, Bukele tiene la aceptación de tirios y troyanos, Noboa gobierna sin oposición en Ecuador, y Trump lleva al mundo al abismo.

Urge, por tanto, recuperar el discurso y la praxis de la radicalidad, de la rebeldía. Hay que salir del paper académico. Hay que abandonar ese corsé de las reformas universitarias de Bolonia. Hay que escribir para la gente, para sus organizaciones, para los procesos de lucha y resistencia. Hay que volver a ser más militantes y menos académicos. Hay que bajar al terreno de la lucha de clases y volver a dar batalla ideológica en contra de esa derecha fascista que quiere tomarse por asalto la rebeldía y la radicalidad del mundo.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

La flexibilización del trabajo en Ecuador: un nuevo intento

 Flexibilización del trabajo en Ecuador: un nuevo intento

Pablo Dávalos

El presidente Daniel Noboa ha enviado a la Corte Constitucional una serie de preguntas para consulta popular y referéndum. Lo que sorprende es que nuevamente ha enviado una pregunta que tiene relación con el trabajo por horas, es decir, la flexibilización laboral. Esta vez, el presidente ecuatoriano Daniel Noboa quiere vincular el trabajo por horas al sector turismo. La Corte Constitucional ha dado el visto bueno para realizar esta consulta sobre la flexibilización laboral.

¿Por qué el presidente Noboa vuelve a preguntar algo sobre lo cual el pueblo ya se pronunció? En abril de 2024, al ser consultado sobre el trabajo por horas, la inmensa mayoría de la población respondió negativamente al intento del gobierno ecuatoriano por imponer nuevamente un régimen de flexibilización laboral. La respuesta a la pregunta anterior tiene que ver con el programa de consolidación fiscal y de reforma estructural del FMI. Si no se logra la flexibilización laboral, el programa económico del FMI, fracasa. Entonces, lo que está en juego no es solamente el trabajo por horas en ciertos sectores sino la vigencia misma del acuerdo económico con el FMI.

Sin embargo, esta presión del FMI por la flexibilización laboral no se remite solamente al gobierno de Daniel Noboa sino que consta ya desde que el país firmó con el FMI, durante el gobierno de Lenin Moreno, en el mes de marzo de 2019. En esa Carta de Intención con el FMI y que constituirá el marco general del programa de consolidación fiscal que se aplicará desde entonces en el Ecuador, aparece lo siguiente con respecto a la necesidad de flexibilizar el mercado de trabajo:

"F. Reducción de la Rigidez del Mercado Laboral y Mejora de la Competitividad"

"El gobierno pretende apoyar el necesario fortalecimiento de la posición externa mediante una combinación de medidas orientadas a la oferta:

• Permitir contratos laborales menos rígidos que puedan impulsar, en particular, el aumento de la participación femenina en la fuerza laboral y las oportunidades de empleo juvenil. Se mantendrán las políticas de apoyo a las familias con niños pequeños y la provisión de programas de cuidado infantil.

• Ampliar el período de prueba previo a un contrato indefinido (tras el período de prueba, el empleado tiene derecho a importantes protecciones, incluyendo indemnizaciones por despido). Esto haría más atractiva la contratación y fomentaría la creación de empleo.

• Reducir los costos de contratación y despido mediante la eliminación de las indemnizaciones por despido para los trabajadores que renuncien voluntariamente". (IMF, Marzo-2019, pág. 23)

Según el FMI: “las autoridades enfrentan una situación difícil. Los aumentos salariales han superado el crecimiento de la productividad durante la última década, lo que ha provocado un deterioro de la competitividad” (IMF, Marzo-2019). Justo por ello, el FMI considera pertinente: (i) permitir contratos laborales menos rígidos que puedan provocar aumentos de la participación femenina y trabajo joven en la fuerza laboral; (ii) aumentar el periodo de prueba antes de un contrato indefinido y eliminar las indemnizaciones por despido intempestivo, es decir, el trabajo por horas; (iii) reducir los costos de contratación y despido para las indemnizaciones por despido intempesitivo a las renuncias voluntarias.

En línea con aquello establecido en marzo de 2019, en la nueva Carta de Intención suscrita en octubre de 2020, el FMI establece lo siguiente:

"Racionalización de la masa salarial. El salario de Ecuador está por encima del promedio de América Latina, debido a grandes aumentos en la última década. Reducirlo no sólo salvaguardaría las finanzas públicas, sino que también ayudan a fortalecer la competitividad del Ecuador. En general, la racionalización comprendería una combinación de reducción del empleo y salarios más bajos ... Las medidas a largo plazo incluirían continuos recortes salariales para nuevas contrataciones, congelación de contrataciones y ascensos, (con una tasa de reemplazo de uno por dos) y una mayor racionalización del empleo en sectores no críticos". (IMF, Octubre-2020, pág. 15)

En el año 2020 se producirá la pandemia del COVID-19 y el entonces presidente Lenin Moreno, enviará a la Asamblea Nacional la Ley de Apoyo Humanitario en donde se avanza en materia de flexibilización laboral en una serie de reformas amparadas en la necesidad de crear nuevas relaciones laborales producto de las medidas de salud pública de trabajo en casa y distancia. Sin embargo, en la revisión del programa de consolidación fiscal realizada un año después, octubre de 2021, el FMI establecía lo siguiente:

"Las fuentes preexistentes de rigidez del mercado laboral van desde los elevados costes de separación hasta los altos salarios mínimos que afectan tanto a la competitividad como a la equidad entre sectores. La aplicación del nuevo mecanismo de fijación del salario mínimo basado en fórmulas contribuiría a evitar el aumento de la brecha entre salarios y productividad, que podría afectar aún más a la competitividad... Los planes de las autoridades para una reforma del mercado laboral que, entre otras cosas, promueva acuerdos laborales flexibles y reduzca las rigideces actuales del empleo a tiempo parcial, deberían contribuir a reducir el empleo informal con el tiempo". (IMF, Octubre-2021, pág. 25)

Según el FMI, el país aún tenía un amplio espacio para “mejorar la flexibilidad del mercado laboral y vincular mejor el crecimiento salarial a la productividad” (Ibid). La misma insistencia puede apreciarse en el programa de consolidación fiscal del año 2024:

"Las reformas del mercado laboral deben tener como objetivo aumentar la flexibilidad y fomentar el empleo de alta calidad, también para los jóvenes. Entre las fuentes de rigidez del mercado laboral figuran los contratos laborales rígidos, los elevados costes de separación y los altos salarios mínimos. Aumentar la flexibilidad del mercado laboral para impulsar el empleo formal en el sector privado y ampliar la educación de calidad para todos contribuiría a luchar contra la pobreza y a apoyar la inclusión, incluida la de los jóvenes en situación de riesgo. Fomentar las oportunidades del mercado laboral también apoyará los esfuerzos más amplios para prevenir la delincuencia y la inseguridad". (IMF, Mayo-2024, pág. 18).

La insistencia del FMI, desde el año 2019 hasta el 2025 para eliminar la rigidez del mercado laboral, generó varias iniciativas que fracasaron en su momento. Así, el entonces presidente Guillermo Lasso Mendoza, el 24 de septiembre de 2021, envió a la Asamblea Nacional el proyecto de ley económico-urgente: “Ley Orgánica de Creación de Oportunidades, Desarrollo Económico y Sostenibilidad Fiscal”. En este proyecto de ley consta el Libro I denominado: Régimen Laboral Alternativo para la Creación de Oportunidades Laborales. En el Art. 3 de este proyecto de ley, se lee lo siguiente:

"Articulo 3 Alcance.- Las disposiciones del presente libro regulan las relaciones entre empleadores y trabajadores del sector privado, entre las entidades del sector público y sus obreros, entre las empresas públicas y sus obreros, así como también entre las personas jurídicas de derecho privado en las que exista participación estatal y sus trabajadores, bajo régimen alternativo para la creación de oportunidades laborales que prevé esta ley ... Las disposiciones de este libro establecen un régimen distinto y alternativo al previsto en el Código del Trabajo. La aplicación del régimen establecido en este libro excluye la aplicación del Código del Trabajo y viceversa."

Como puede apreciarse, en ese entonces se trataba de crear un régimen laboral paralelo al Código del Trabajo, que proponía:

• Contratos alternativos por tiempo definido e indefinido

 • Contratos alternativos por obra o servicios determinados

• Contratos alternativos eventuales

• Periodo de prueba (hasta cinco meses) • Trabajo adolescente y trabajo infantil

En este proyecto de ley el empleador podía reducir la jornada de trabajo y el salario correspondiente hasta en un 50%. Además, establecía un régimen de terminación del contrato de trabajo que favorecía claramente al empleador denominado “justas causas por las que el empleador puede dar por terminado el contrato individual de trabajo alternativo” (Art. 70). Sin embargo, aquello que representa y ejemplifica el sentido de la flexibilización laboral era la propuesta del Art. 75:

"Artículo 75 Indemnización por justas causas del Artículo 70 de esta ley.- En caso de que el contrato terminase por una de las justas causas indicadas en el Artículo 70 de esta ley, el trabajador deberá pagarle al empleador una indemnización equivalente a un mes de la última remuneración completa."

Según este último artículo, era el trabajador quien tenía que pagarle a su empleador una remuneración completa si era despedido por “justas causas”. Esto, conjuntamente con el trabajo adolescente e infantil y la pérdida de derechos de los trabajadores, configuraban una de las propuestas más radicales en materia de flexibilización laboral de las últimas décadas. Por la presión de la ciudadanía, la Asamblea decidió no dar paso a esta reforma.

Ahora bien, como se sabe, el 17 de mayo de 2023, mediante Decreto No. 741, el entonces presidente Guillermo Lasso tuvo que aplicar el mecanismo constitucional de “muerte cruzada” y con ello posibilitó la transición política en el Ecuador.

Producto de esta decisión de “muerte cruzada”, el 23 de noviembre del año 2023 es electo Daniel Noboa como presidente del país.  En diciembre de ese mismo año, Noboa anunció una consulta popular que se efectuaría el 21 de abril de 2004. Entre las preguntas de esta consulta y referéndum, está la pregunta E o pregunta 4, definida de la siguiente manera:

"E. PREGUNTA 4: ¿Está usted de acuerdo con enmendar la Constitución de la República y reformar el Código de Trabajo para el contrato de trabajo a plazo fijo y por horas, cuando se celebre por primera vez entre el mismo empleador y trabajador, sin afectar los derechos adquiridos de los trabajadores, de acuerdo con el Anexo 4?"

La propuesta del presidente Noboa buscaba “flexibilizar el mercado laboral, ampliando el abanico de posibilidades para generar plazas de trabajo” (Primicias, 2024). Sin embargo, “La pregunta que registró el mayor nivel de rechazo en el electorado fue la E sobre el trabajo por horas: casi 70% votaron NO” (GK, 2024). 

Puede apreciarse, por tanto, una reticencia social, institucional y política para llevar adelante los cambios jurídicos que permitan la flexibilización del mercado de trabajo. Puede también advertirse que estas iniciativas de flexibilización laboral se hacen más profundas y radicales con la aparición del FMI y los programas de consolidación fiscal. Hay que recordar, además, que el país ya vivió los excesos de la flexibilización laboral en las denominadas empresas tercerizadoras que fueron prohibidas por el Mandato No. 8 de la Asamblea Constituyente de Montecristi en el año 2007.

La insistencia se ratifica en el acuerdo de 2025 con el FMI que permite incrementar el monto del crédito al Ecuador en mil millones de USD, a condición de que se radicalice el ajuste y se lleve adelante la flexibilización laboral. En efecto, en esta nueva carta de intención, el FMI indica lo siguiente con respecto a la flexibilización laboral:

"Mercado laboral. El crecimiento del empleo, especialmente entre los jóvenes y los grupos vulnerables, se ve frenado por la rigidez de las estructuras del mercado laboral, que incluye uno de los salarios mínimos y los costos de despido más altos de la región (BM, 2024). Los contratos laborales también son inflexibles, con la prohibición de los contratos por hora y los contratos a plazo fijo. Asimismo, persiste una importante brecha laboral entre mujeres y hombres, ya que las mujeres enfrentan una menor tasa de participación laboral, una alta incidencia de la informalidad, trabajo no remunerado y una brecha salarial considerable (FMI, 2024)" (IMF, 2025, pág. 16)

Es por esto que el gobierno de Daniel Noboa, presionado por el FMI, opta por llevar nuevamente a referéndum la pregunta sobre la flexibilización laboral en el Ecuador; y, entre otras, propone la siguiente pregunta para referéndum:

"1. ¿Está usted de acuerdo con permitir la contratación laboral por horas, únicamente para el sector de turismo, siempre que se trate de la primera relación laboral, garantizando los derechos laborales y respetando los derechos adquiridos de los trabajadores, enmendando la Constitución y el Código de Trabajo según el anexo 1?" (LEXIS, 2025)

¿Por qué esta insistencia tanto del FMI cuanto de las elites del país por flexibilizar el mercado laboral? Porque esta es condición sine qua non de su programa económico. Hay que recordar que los programas de ajuste, o de consolidación, son recesivos. El FMI golpea la capacidad de consumo de la sociedad y las posibilidades de inversión, sobre todo públicas. Al caer el consumo, producto de incrementos en los precios de los combustibles, o incrementos en los impuestos indirectos, o la reducción del gasto público, cae la demanda agregada y cae el PIB. Por eso, si se observa con atención se puede ver que el ajuste ejerce una presión recesiva sobre toda la economía. El ajuste genera pobreza, desempleo, desinversión, y empuja a las clases medias a la pobreza. Esta es una crítica que se le ha hecho al FMI, prácticamente desde sus inicios desde la academia y también desde la sociedad.

El FMI quiere salir de la trampa de la recesión que provoca su programa económico, indicando que el crecimiento económico vendrá por el lado de la oferta, es decir, los empresarios y sus capacidades productivas. Son ellos los que asumirían la responsabilidad de sacar a la economía de la recesión provocada por el ajuste del FMI. Precisamente por eso, el enfoque del FMI se denomina enfoque de la oferta. Si los empresarios sacan a la economía de la crisis y la recesión, entonces el ajuste económico se justifica. Según el FMI:

Las políticas del lado de la oferta pueden definirse en términos generales como medidas diseñadas para aumentar directamente el incentivo o la capacidad del sector productivo interno para suministrar bienes y servicios reales a un nivel dado de demanda interna nominal agregada. (IMF, 1987, pág. 29).

El FMI está plenamente consciente que su programa económico ralentizará la economía, por ello, el ajuste solo puede sobrevivir si hay una contraparte desde el sector privado y la inversión privada:

"la inversión privada aumentará debido a las reducciones en las rigideces del mercado laboral, el aumento del comercio y la implementación de asociaciones público- privadas (APP) generadas por una reforma crítica del entorno empresarial. Aunque la consolidación fiscal moderará la economía en 2019, se espera que el crecimiento económico se acerque gradualmente al 2 por ciento para 2023 a medida que las reformas estimulen la inversión privada y las exportaciones no petroleras." (World Bank, 2019, pág. 34, énfasis agregado).

La cuestión es: ¿cómo y de qué manera los empresarios van a sacar a la economía de la recesión? La respuesta viene de por sí: con la flexibilización laboral. Esto es, cambiar las formas de contratación laboral de tal manera que sean altamente beneficiosas para los empresarios y ellos puedan tomar nuevas decisiones de inversión y, con eso, salir del abismo económico. Con estas nuevas formas de trabajo más flexibles, entonces los empresarios podrán realizar más inversiones, generar más empleo y provocar crecimiento económico. Si esto pasa, entonces, para  el FMI, finalmente, el ajuste habrá valido la pena.

Como puede apreciarse, con la flexibilización laboral está en juego todo el programa del FMI. Si se cae nuevamente la consulta de la flexibilización del trabajo, se cae todo el programa económico del FMI y su promesa de estabilización y crecimiento económico. Sin flexibilización laboral, el país habría aplicado un duro programa de ajuste sin ningún beneficio de inventario y el FMI habría fracasado nuevamente.

Como se había visto, el FMI y el Banco Mundial consideran imprescindible y absolutamente necesario eliminar lo que ellos denominan la rigidez del mercado laboral. ¿Qué provoca la rigidez del mercado laboral? Pues, las regulaciones legales sobre el salario mínimo, la jornada de trabajo, la seguridad social, y todo un conjunto de derechos laborales que los trabajadores han ganado luego de intensas y duras luchas obreras. Empero, para el FMI mientras existan esos derechos laborales, los mercados laborales serán rígidos y eso no podrá conducir, según su lógica, al equilibrio y, sin equilibrio no habrá crecimiento económico y el ajuste habrá fracasado.

Entonces, es necesario comprender que a través de las reformas estructurales de flexibilización laboral el FMI y el Banco Mundial, en realidad, tratan de salvar al ajuste de su hundimiento. Desde que el país aplicó el ajuste, la economía ha ido en picada. En el año 2025, el Banco Central esperaba un PIB nominal de 125,9 mil millones de USD (Banco Central del Ecuador, 2025); si el país no hubiese adoptado el programa de austeridad fiscal del FMI en el año 2019 y se hubiese continuado con la misma política económica, el PIB para el año 2025, habría superado los 160 mil millones de USD. El costo del ajuste del FMI puede situarse, por tanto, entre 30 a 40 mil millones de dólares. Asimismo el pleno empleo. Antes del ajuste, el pleno empleo superaba el 60% de la Población Económicamente Activa (PEA), después del ajuste se estacionó entre el 35% y el 38% de la PEA.

Si la sociedad ecuatoriana ya votó en contra de la flexibilización laboral, ¿cambiará de comportamiento y esta vez respaldará al gobierno y votará por la flexibilización laboral? En realidad, es difícil que esto suceda. Desde su posesión en mayo de 2025, hasta agosto de ese mismo año su popularidad y credibilidad había descendido de forma estructural. Su incapacidad por resolver problemas acuciantes del país le ha significado la pérdida de importantes apoyos populares que tuvo al momento de ganar las elecciones. La crisis económica y la crisis de la seguridad ciudadana, que han convertido al país en pocos años en el más inseguro y violento del mundo, tampoco le favorecen ante los electores. En consecuencia, lo más probable es que la sociedad rechace nuevamente la flexibilización laboral.

Si esto es así, entonces toda la propuesta del FMI de reactivar la economía mediante el enfoque de la oferta, como lo denominan, está destinado al fracaso, al menos en términos económicos. El objetivo del programa económico del FMI, diseñado desde el año 2019 planteaba lo siguiente: “Además, hubo un amplio acuerdo en que serán necesarios esfuerzos fundamentales por el lado de la oferta para fomentar la competitividad, crear empleo, reconstruir las instituciones y hacer de Ecuador un destino más atractivo para la inversión privada.” (IMF, Marzo-2019, pág. 1). Ese "amplio acuerdo" nunca se cumplió en la realidad. Solo fue un "amplio acuerdo" entre los tecnócratas del FMI y los gobiernos neoliberales que se han sucedido desde entonces.

El país ya vivió la pesadilla de las tercerizadoras y de la explotación laboral. El país sabe de primera mano lo que significa la flexibilización laboral. Esa es una línea roja que la sociedad no está dispuesta a cruzarla porque ya la vivió. Por eso, el programa de ajuste del FMI es un fracaso desde el momento en que se firmó en 2019 y en adelante. Se habrá pagado con recesión, pobreza, desempleo, inseguridad y crisis el costo de la tozudez del FMI y del Banco Mundial que, a sabiendas que era imposible su enfoque de la oferta y de la flexibilización laboral, impusieron un duro programa de ajuste que solo empobreció al país y lo condujo al abismo. Ahora está claro que la única forma que tiene el país para resolver sus múltiples crisis es hacer exactamente lo mismo que hizo en el año 2005 cuando una fuerte movilización social depuso al expresidente Lucio Gutiérrez: solicitar al FMI y al Banco Mundial que abandonen el país y dar marcha atrás de todo el programa económico del FMI. No hay otra opción.

Bibliografía

IMF. (Marzo-2019). IMF Country Report No. 19/79. Washington D.C.: IMF. IMF. (Octubre-2020). IMF Country Report No. 20/286. Washington D.C.: IMF. IMF. (Octubre-2021). IMF Country Report No. 21/228. Washington D.C.: IMF.

IMF. (Mayo-2024). IMF Country Report No. 24/116. Washington D.C.: IMF.
Primicias. (08 de Abril de 2024). 
Trabajo por horas: Qué propone la pregunta E de la consulta popular y referendo https://www.primicias.ec/noticias/politica/consulta-popular-referendo-tra. Obtenido de https://www.primicias.ec: https://www.primicias.ec/noticias/politica/consulta- popular-referendo-trabajo-horas/

GK. (25 de abril de 2024). ¿Qué nos dicen los resultados del referéndum sobre los electores? Obtenido de https://gk.city: https://gk.city/2024/04/25/analisis-cuantitativo-resultado-referendum-noboa/ IMF. (2025). Second Review under the Extended Arrangement under the Extended Fund Facility, Request for Augmentation and Rephasing of Availability date for the Third Review, and FinancingAssurances Review. Washington DC: IMF.

LEXIS. (14 de Agosto de 2025). Noboa envía cuatro preguntas de consulta popular a la Corte Constitucional. Obtenido de https://www.lexis.com.ec: https://www.lexis.com.ec/noticias/noboa-envia-cuatro-preguntas-de-consulta-popular-a-la- corte-constitucional

IMF. (1987). Theoretical Aspects of the Design of Fund-Supported Adjustment Programs. Washington D.C.: International Monetary Fund.

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lunes, 25 de agosto de 2025

Ese dispositivo ideológico de dominación política llamado “clase media”

 Ese dispositivo ideológico de dominación política llamado “clase media”

Pablo Dávalos

El capitalismo de siglo XXI necesita de un puñado de trabajadores para crear toda la riqueza mercantil que necesita la sociedad. Y cada vez necesita menos. Los trabajadores que requiere el capitalismo tienen que ver más con la ciencia, investigación y tecnología, la distribución, el consumo y los servicios que con la producción industrial.

Ahora bien, concomitante al incremento de las capacidades productivas del capitalismo puede constatarse la incapacidad de los trabajadores por defender sus derechos, su salario y sus condiciones de vida. El enorme incremento de la capacidad productiva del capitalismo ha sido puesto en contra de los trabajadores. De ahí que, a pesar de los avances tecnológicos, la masa de trabajadores no puede disputar la redistribución del ingreso y que uno de los discursos más importantes en el siglo XXI tenga que ver con la equidad y la redistribución del ingreso.

La relación del trabajador con la fábrica del siglo XXI se hace tenue, lábil, evanescente. En el siglo XXI, además, conseguir un trabajo relativamente bien remunerado y estable se convierte cada vez más en una excepción. Aquello que se ha convertido en regla es la precarización del trabajo. Su carácter lábil y sin capacidad de disputa política es la forma por la cual el trabajo en el siglo XXI deviene en patrón general.

¿Por qué sucede esto? Para comprender la debilidad política de los trabajadores en el siglo XXI y su estatuto de precariedad, quizá sea necesario retomar la reflexión de Marx sobre la necesidad de la conciencia de clase de los trabajadores para defender sus condiciones de vida. La conciencia de clase era el proceso en virtud del cual, los trabajadores pasaban de ser solamente un insumo del capital para su valorización, algo que Marx denominaba clase-en-sí, a convertirse en un sujeto histórico con capacidad política de disputar el sentido del futuro a la burguesía, es decir, según la propuesta teórica de Marx, transformarse en clase-para-sí.

Como clase-en-sí, los trabajadores eran meros apéndices del capital. Como clase-para-sí podían disputar el sentido de la Historia y, desde esa disputa, reclamar un nuevo rol para el Estado que debía ponerse en función de los intereses de los trabajadores. El Estado debía transitar del contrato social hacia la garantía de cumplimiento de derechos.

Se trataba de un salto cualitativo en el cual los trabajadores debían comprender que su rol histórico era convertirse, según la expresión de Marx, en los “sepultureros del capital”, y eso solo podían lograrlo a través de su conciencia de clase. Esa conciencia de clase los situaba y refería históricamente y les otorgaba un estatuto de ontología política que les permitía disputar el sentido de la historia y de la política a la burguesía.

Como clase-en-sí eran solamente una condición más de la producción. Pero como clase-para-sí, para la burguesía, eran un peligro político porque asumían un rol de emancipar al trabajo y, por esa vía, a la sociedad.

Ahora bien, fue gracias a esta posición política que los trabajadores, efectivamente, desde fines del siglo XIX y durante el siglo XX, disputaron a la burguesía el sentido de la historia y se convirtieron en sujetos históricos, de ahí ese estatuto de ontología política de la noción de clase-para-sí que proviene de Marx y que explica los avances en derechos laborales, en la forma que asumió el Estado y, en realidad, toda la política del siglo XX. 

Como una estrategia de mediación, neutralización y compromiso para evitar el avance de los trabajadores, como clase-para-sí, la burguesía, en efecto, cedió posiciones, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX y se vio obligada, muy a su pesar, en crear una nueva forma de Estado denominado Estado de Bienestar para redistribuir el excedente económico con los trabajadores y evitar una revolución comunista que ponga en peligro el poder de la burguesía. Así, la clase obrera, que asumió su conciencia de clase como clase-para-sí, pudo, finalmente, obtener mejores niveles de vida.

La clase obrera redujo la jornada de trabajo, defendió su salario separándolo de la productividad y asociándolo a los derechos, presionó por la seguridad social para todos, y se movilizó para obtener derechos inéditos y sin los cuales sería impensable la sociedad moderna.

Curiosamente, estos mejores niveles de vida que provenían directamente de su conciencia de clase, hicieron que, a posteriori, la clase obrera pierda esa conciencia de clase, sobre todo en los países más avanzados del capitalismo, y se conviertan en una negación para sí mismos, se transformaron en clase media.

Hay una distancia insalvable entre asumirse como trabajador y formar parte de la clase obrera y, en cambio, considerarse a sí mismo como “clase media” solamente por un cierto nivel de ingresos.

Pero, ¿qué es la “clase media”? ¿Dónde ubicar de manera precisa las coordenadas que la conforman? ¿Cuáles son los conceptos teóricos que la definen? Mientras que la clase obrera se asumía como clase-para-sí y adoptaba una posición política dentro de la sociedad y disputaba el sentido de la historia, desde una reflexión profunda, compleja y fundamentada, las coordenadas para definir a las “clases medias” no tienen ningún fundamento filosófico y, ni siquiera, económico. ¿Dónde empieza y dónde termina la frontera que delimita a la “clase media”? 

Una de las primeras reflexiones sobre la “clase media” como un conjunto de “pequeños propietarios” que pueden democratizar la propiedad y construir un contrato social más igualitario se lo debemos al libro La Democracia en América (1835) de Alexis de Tocqueville; sin embargo, es el sociólogo alemán Max Weber quien distingue, por fuera de la propiedad de los medios de producción y del trabajo, otros elementos que configuran a las clases medias, como la posición económica, el nivel educativo, el prestigio social y el acceso al poder.

El sociólogo francés, Pierre Bourdieau, investigó esas formas de asumir un ethos por fuera de la clase trabajadora hacia la cual la sociedad generaba formas instintivas de rechazo porque la adscribía a condiciones de pobreza y miseria. Ser clase obrera significaba, en ese ethos, ser pobre, ser miserable. Por eso, esa enorme cantidad de mecanismos por los cuales los mismos trabajadores se separaban de su extracción de clase y se identificaban con los universos simbólicos de la burguesía. A ese proceso, Bourdieu lo denominaba “la distinción”.

Uno de los elementos centrales de esas reflexiones tenía que ver con la forma por la cual siempre se hacía una ecuación de igualdad entre clase obrera y pobreza. Mientras el marxismo hizo todo lo posible por cambiar esa ecuación y equiparar la clase obrera con la emancipación social, la ideología dominante unió, en un solo significante, clase obrera y miseria. De ahí que ser de la clase obrera significaba ser pobre, ser burdo, ser ignorante, porque esas eran las características de los primeros obreros en la revolución industrial. Pero es una equiparación absolutamente ideológica. Ser trabajador significa, en última instancia, ser creador de algo. No necesariamente significa ser pobre y, menos áun, miserable, tosco o rudo.

Es este proceso de “distinción” que hizo que los trabajadores opten por renegar de su condición y de su conciencia de clase y adscriban las coordenadas ideológicas del poder. Para ellos, aquello que merecía realmente la pena tenía que ver con los universos simbólicos de la burguesía: el consumo de lujo, el ocio despilfarrador, el desprecio a los que no están al mismo nivel económico, el hedonismo, la vacuidad de lo cotidiano, entre otros.

Es por eso que la formulación de “clase media” es estrictamente ideológica. No hay baremos teóricos que la constituyan de forma rigurosa. Se conforman desde lo ideológico como un mecanismo por el cual las personas se separan de su extracción de clase y asumen los contenidos y las formas de vida de la burguesía, aunque no tengan los ingresos para ello, precisamente, por su extracción de clase. Es un proceso básicamente ideológico y que se consolida cuando los trabajadores en función de su mejor preparación y competencias tienen acceso a mejoras salariales y eso les separa, al menos ideológicamente, de su clase social.

Es por ello que la formulación de la “clase media” no proviene de la economía política sino de la sociología y se define a partir de un cierto umbral de ingresos monetarios. Pero esos ingresos monetarios provienen directamente del trabajo y, por tanto, definen a los trabajadores. Cualquiera que sea el nivel de esos ingresos, la cuestión es que correspondían a una remuneración por un trabajo determinado dentro de una sociedad constituida y definida por las clases sociales y sus luchas. En otros términos, aunque ideológicamente quieran pertenecer a la burguesía y su ethos, en realidad, son trabajadores.

La economía política distinguía, en los procesos de acumulación de capital, a los rentistas, a la gran burguesía, a la burguesía comercial, a la burguesía financiera, a la burguesía industrial, a la pequeña burguesía, a los trabajadores y al lumpenproletariado. No había espacio epistemológico para la “clase media”, por una sencilla razón, porque desde el marco teórico de la economía política no hay clases medias. 

Se trata de un concepto que no tiene rigor epistemológico desde la economía política porque, en realidad, es una creación ideológica del capitalismo del siglo XX para empezar a desarmar la conciencia de clase y recuperar posiciones en la disputa por la redistribución del excedente económico. 

Lo que se llama clases medias en realidad es el resultado, obvio por lo demás, de la disputa por el excedente económico con la burguesía y que se sustentaba en la conciencia de clase. Gracias a esa conciencia de clase, los trabajadores pudieron tener derechos y transformar al Estado de instrumento de dominación en mecanismo de negociación.

Las “clases medias” eran los mismos trabajadores con mejor preparación técnica y académica, que cumplían roles más precisos dentro de la división del trabajo y que tenían mejores salarios que otros trabajadores con menores capacidades técnicas y educativas. Pero, strictu sensu, en el capitalismo, toda persona que tiene que trabajar para recibir una remuneración, de una manera u otra, pertenece a la clase trabajadora.

Si el ingreso de los trabajadores más calificados se incrementa eso no significa que dejen de ser trabajadores. Solo significa que son trabajadores mejor remunerados, por su especialización, que el resto de los otros trabajadores. Pero, a la larga, en una sociedad que redistribuya su riqueza entre los trabajadores, tarde o temprano, todos tendrán la posibilidad de vivir bien y en las mejores condiciones posibles. 

La noción de conciencia de clase era para superar la escasez fundamental que creaba el capitalismo como un instrumento de dominación de clase y redistribuir el excedente “a cada quien según sus capacidades y cada quien según sus necesidades”, conforme escribió Marx en su texto Crítica al Programa de Gotha.

Cuando los trabajadores olvidan, por diferentes circunstancias, que sus condiciones de vida dependen directamente de su conciencia de clase, empiezan a perder terreno y no pueden detener la transformación del Estado liberal que retorna a sus contenidos originales que provienen del siglo XIX, es decir, puro mecanismo de dominación política, en otros términos, el Estado neoliberal. 

Creerse de “clase media” fue un error histórico y fatal para los trabajadores, porque sobre esa creencia actuaron los mecanismos ideológicos de dominación para retornar al trabajo hacia sus posiciones originales de clase-en-sí y eliminar la capacidad política de los trabajadores para luchar por mejores ingresos y por mejores condiciones sociales para todos.

Esta noción de “clase media” fracturó la unidad que tenía la clase obrera con respecto a los ingresos, el consumo y la mejora de las condiciones de vida que eran parte de su proyecto original como sujetos políticos. La clase obrera, como clase-para-sí, estaba consciente que la enorme riqueza que existía en la sociedad había sido creada por sus manos, por su esfuerzo, por su sacrificio. La conciencia de clase era para redistribuir esa riqueza que significaba, entre otros aspectos, cumplir con los derechos humanos y sociales, reducir la jornada de trabajo con más tiempo para el ocio, financiar una esfera cultural y estética que permita superar la alienación del trabajo, entre otros aspectos. 

En el proyecto emancipatorio de la conciencia de clase, había una apuesta por el retorno al humanismo y a aquello que se denomina como los “hombres del renacimiento”, es decir, un mundo en donde lo más importante no era el trabajo, sino la realización personal.

Si los trabajadores luchaban por mejoras salariales no era solo por salir de la pobreza sino por eliminar radicalmente la escasez no solo para ellos sino para toda la sociedad. Su horizonte de largo plazo era generar, desde la emancipación del trabajo, las condiciones que les permitan a todos y cada uno de los seres humanos tener todas las posibilidades posibles de su propia realización personal. En la utopía del socialismo constaba la eliminación del trabajo alienado y, también, del Estado, al menos del Estado en su formato liberal.

Por eso, cuando los trabajadores asumen su condición de “clase media” y abandonan su conciencia de clase, en realidad, renuncian a esos contenidos utópicos que constaban en su proyecto histórico de emancipación del trabajo que solo era posible a través, precisamente, de la conciencia de clase.

Como “clase media” los trabajadores pierden la conciencia de clase y se extravían en el laberinto de los universos imaginarios en los que ellos acceden a dejar de ser trabajadores para ser “clases medias”. De esta forma, pierden su horizonte emancipatorio. Pierden el sentido histórico de querer convertirse en la contradicción dialéctica de la burguesía que permitiría la superación de la explotación humana. Pierden la posibilidad del humanismo como contenido ético y estético para la vida humana y pierde toda la sociedad porque no existe ya otro mundo posible.

Se trató de un retroceso hacia una posición incluso peor de aquella con la cual los trabajadores empezaron en el siglo XIX, porque la noción de “clase media” se convertía en una especie de suplicio de Tántalo para los trabajadores. 

Así, ese retroceso consolidó el espacio de la precariedad como estación de llegada de los trabajadores del capitalismo sin conciencia de clase. No es solo una precariedad de las condiciones de trabajo sino que es una precariedad que alcanza a la existencia misma de los trabajadores, que les niega todo contenido utópico y que les pliega dentro de la alienación del trabajo y el fetichismo de la mercancía.

El trabajador sin conciencia de clase se convierte en precario. Su vida expresa la incertidumbre y la inseguridad del día de mañana. Su esfuerzo cotidiano no le alcanza incluso para llenar ninguna expectativa. Está en una condición peor que aquella de la pobreza, porque se considera a sí mismo como “clase media” y tiene que consumir y endeudarse para permanecer en esa clase media.

En tanto clase media no tiene ningún proyecto de futuro. No tiene ninguna utopía que no sea aquella de incrementar su cuenta en el banco y pasar, en algún momento de su vida, al lado de la burguesía. Pero esa utopía jamás se cumple para el precario. El miedo es la matriz ontológica en la que vive el precario. No solo es el miedo a perder el trabajo sino a perder su condición de clase media.

Quizá el marco heurístico de esa precariedad cuasi ontológica está en la figura del desempleado. Es una figura que pertenece por entero a los países capitalistas más avanzados, porque ellos no tienen el amortiguador social que tienen los países y zonas de la periferia que es el “trabajo informal”. 

El desempleado no es solamente una persona que está sin trabajo y que se esfuerza en buscarlo y conseguirlo, sino que se convierte en un paria social. Depende de ayudas sociales diversas, cuando las hay, y entra en un estatuto de vulnerabilidad extrema. Es una especie de minusválido total que se convierte, a su pesar, en un lastre para la sociedad, para su familia e, incluso, para sí mismo. Lleva sobre sí el peso del fracaso y la imposibilidad de reinsertarse nuevamente no al trabajo sino a la sociedad. 

Era el trabajo su espacio de reconocimiento social. El trabajo no solamente le permitía adquirir y conservar sus condiciones de vida sino que le otorgaba un puesto y un reconocimiento en la sociedad. 

Por eso, no solo pierde su trabajo, pierde también ese puesto en la sociedad, ese reconocimiento de los demás. Es una situación que se agrava aún más cuando se ha perdido la conciencia de clase y se ha adscrito aquella de la “clase media”, porque el desempleado es también expulsado de la “clase media”. 

En un contexto de lucha obrera y conciencia de clase, el desempleado tendría un amortiguador no solo social sino político y habría perdido su empleo pero no su sitio en la sociedad ni, tampoco, su reconocimiento. 

Pero, al no tener una conciencia de clase, el desempleo se convierte en uno de los dispositivos más potentes y más crueles del capitalismo para domeñar al trabajo. Por eso, la situación de vulnerabilidad del desempleado es tan fuerte, porque pierde ese acceso a la “clase media”. 

En países más pobres que no tienen las ayudas sociales de los países capitalistas más ricos, hay un amortiguador social para esta situación que está en la familia y en la informalidad. El desarrollo del capitalismo y la forma del Estado, en estas sociedades, permiten la emergencia de formas sociales que, de alguna manera, protegen mejor a las personas del capitalismo. 

Sin embargo, ese estatuto de vulnerabilidad extrema y de expulsión de la clase media se ha convertido en el mejor dispositivo para precarizar al trabajo en su totalidad. La figura del desempleado, de los países del capitalismo más avanzado, sirvió como marco heurístico para la precarización. 

Por ello, quizá sea momento de recuperar la conciencia de clase y asumirse como trabajador, porque el mundo en tanto mundo solo es posible porquen ha sido creado por las manos, la energía, el intelecto de los trabajadores.

lunes, 4 de agosto de 2025

La democracia disciplinaria del ajuste estructural del FMI

 

La democracia disciplinaria del ajuste estructural del FMI

La violencia del ajuste y la democracia

El análisis y la evidencia indican que entre el ajuste del FMI y el sistema político hay una confluencia estratégica y una convergencia programática. El programa económico de ajuste del FMI habría sido imposible sin la connivencia y apoyo del sistema político. Las reformas estructurales del FMI y del Banco Mundial necesitan, para su implementación, del apoyo militante del sistema político. 

Pero, por otra parte, puede advertirse que, en cambio, entre el sistema político y la ciudadanía y sus mecanismos de participación, control social, fiscalización y elección, previstos en la Constitución y la ley, se produce una distancia estratégica de tal manera que los electores no advierten en absoluto esta convergencia y connivencia entre el sistema político y el ajuste. El ajuste se procesa y aprueba a espaldas del consenso democrático y sus instituciones. La ciudadanía no tiene la más remota idea de lo que se ha pactado entre el gobierno y el FMI y el Banco Mundial. Solo conocen de sus consecuencias cuando los empleados públicos son despedidos intempestivamente, o cuando las cooperativas son obligadas a transformarse en bancos privados, o cuando suben los precios de los combustibles o se incrementan los impuestos y, al mismo tiempo, se reducen las asignaciones estatales a los gobiernos autónomos descentralizados, las universidades, la salud pública, la inversión pública, entre otros.

A esta distancia estratégica entre las decisiones democráticas de los ciudadanos y la relación entre sistema político y ajuste la denomino cesura política del ajuste porque produce un corte o una fractura dentro de los procesos políticos de la democracia que interrumpen la relación de los mecanismos y procedimientos de la democracia con respecto al ajuste, de tal manera que los ciudadanos no advierten esa interrupción y tampoco se dan cuenta de ese cambio de registro hacia nuevas dinámicas que impiden a la sociedad que tenga capacidad de advertir, comprender e incidir sobre las nuevas prioridades del sistema político. El término de cesura indica, justamente, una interrupción que no se nota, que no se aprecia de forma inmediata.

El ajuste, gracias a esta cesura estratégica fragmenta la relación del sistema político con la democracia lo que permite soslayar las legítimas decisiones de los electores con respecto al ajuste, al tiempo que adscribe al sistema político como operador político del ajuste.

Esta cesura política del ajuste se advierte de manera nítida cuando la condicionalidad estructural del FMI se programa, planifica y se extiende para un periodo de cuatro años, sin considerar las elecciones que tendrán lugar en ese lapso que, evidentemente, producirán un cambio en el sistema político. Se advierte también el mismo procedimiento en los proyectos sectoriales del Banco Mundial cuando evacúan todo sentido de cumplimiento de derechos en las políticas públicas. Es como si para el FMI y el Banco Mundial esas elecciones fuesen intrascendentes o, en todo caso, una cuestión puramente formal que puede resolverse de manera favorable para el ajuste con intervenciones puntuales sobre el sistema político.

Así, el FMI y el Banco Mundial asumen que los cambios de gobierno y del legislativo provocados por las elecciones, es decir, la democracia representativa, no deberían alterar ni el sentido ni la trayectoria del ajuste ni de la reforma estructural. En otros términos, por cualquier opción política por la cual se decanten los electores esto es, o debería ser, según el FMI y el Banco Mundial, irrelevante para el ajuste y la condicionalidad a la sombra

Esta cesura política del ajuste plantea varias interrrogantes que revelan problemas complejos entre la relación del ajuste con la política y la democracia. En efecto, si las decisiones democráticas de los ciudadanos no cambian al ajuste, entonces ¿para qué sirve la democracia?, ¿para qué se realizan las elecciones?, ¿qué sentido tiene el pluralismo ideológico dentro de la democracia liberal ante la inexorabilidad del ajuste? Si la sociedad decide poner fin a la austeridad y lo hace de forma democrática y participativa ¿van a aceptar y respetar el FMI y el Banco Mundial esa decisión? ¿Va el FMI a revertir su programa económico por esta decisión democrática? Si no lo hacen, cabe preguntarse: ¿Por qué la sociedad se convierte en rehén del ajuste y la condicionalidad a la sombra y no puede salir de ese programa económico incluso desde la apelación a la democracia y sus procedimientos?

Cuando se revisan los Acuerdos SAF del FMI puede advertirse que el programa económico diseñado y puesto en marcha se extiende en el tiempo y sin consideración alguna con respecto a la temporalidad y calendarios políticos. Así por ejemplo, el Acuerdo SAF suscrito en el mes de mayo de 2024, se extiende hasta 2028. Pero lo suscribió un gobierno de transición que no sabía si ganaría la reelección para garantizar este compromiso. Lo mismo cuando se revisan los proyectos sectoriales del Banco Mundial.

Es decir, ¿puede un país arriesgar su institucionalidad democrática en convenios y acuerdos que cambian el sentido de la política económica y de las políticas públicas de manera independiente de lo que decidan sus electores? ¿Cómo puede una institución financiera multilateral imponer condiciones a un gobierno que aún no ha sido electo? ¿No significa acaso esto una subordinación formal y sustancial de los procesos democráticos a la imposición pragmática de estas instituciones multilaterales?

Las elecciones y con ellas la democracia, en la lógica del FMI y del Banco Mundial, no deben cambiar la trayectoria y el sentido del ajuste y la reforma estructural. Es por ello que suscriben programas económicos y proyectos sectoriales que rebasan el periodo de los gobiernos que los pactan. Por ejemplo, en el acuerdo SAF-2020, el FMI indica lo siguiente:

Las garantías políticas se consideran adecuadas; se han recibido de una amplia gama de candidatos que apoyan los objetivos del programa y sus políticas clave. Un candidato expresó su apoyo a los objetivos del programa y acordó permanecer en estrecho diálogo con el personal del Fondo, incluso para ayudar a limar divergencias de opiniones sobre políticas; un candidato aún no estaba preparado para entablar debates. (IMF, 2020b, pág. 23)

¿Quién otorgó “garantías políticas” al FMI cuando se supone que en una democracia son los electores quienes toman las decisiones relevantes? Cuando los candidatos apoyaron los “objetivos del programa y sus políticas clave” ¿indicaron, de su parte, ese compromiso a sus electores? ¿Fueron transparentes con ellos en ese sentido? ¿Cuál fue el candidato que “aún no estaba preparado para entablar debates” y por qué el FMI asume que “no estaba preparado”? Son preguntas que no tienen respuesta porque estas preguntas son, en realidad, para el FMI, irrelevantes.

De manera fáctica, el FMI y el Banco Mundial demuestran estar por encima de la democracia. De hecho, el cuarto criterio que se establece para aprobar el financiamiento extendido,  indica que:

Las autoridades ecuatorianas están plenamente comprometidas y dispuestas a implementar las políticas del programa y tomar las medidas necesarias para asegurar su éxito. Han demostrado su compromiso con acciones importantes tanto en el marco del anterior acuerdo de SAF (…) como durante el período de crisis. (IMF, 2020b, pág. 26).

 Pero resulta que el “marco anterior acuerdo de SAF” provocó la revuelta social más importante de la historia reciente del país y casi da por terminado al gobierno que la implementó. Si esto es así, entonces, el FMI y el Banco Mundial son, por definición, instituciones antidemocráticas porque consideran que las metas del ajuste deben superponerse a los procedimientos de la democracia.

Sin embargo, esto es solo la punta del iceberg, porque, en efecto, el FMI demuestra un verdadero desprecio por cualquier decisión política que tomen los ciudadanos de un país al suscribir un programa económico de larga duración sin importarles el criterio de esos ciudadanos sobre ese programa económico, pero es aún más fuerte su desprecio por el entramado institucional, legal y político de un país. Lo mismo para el Banco Mundial.

Se ha demostrado de manera muy documentada y precisa las formas por las cuales el FMI y el Banco Mundial generaron un ambiente de inseguridad jurídica al obligar al sistema político a adoptar leyes que entran en plena contradicción con su texto Constitucional. 

Así, emerge la aporía y antinomia de tener marcos jurídicos que son legales pero que, al mismo tiempo, también son inconstitucionales y, algunos de ellos, abiertamente anticonstitucionales. Las aporías y antinomias suscitadas y provocadas por el FMI y el Banco Mundial determinaron un contexto en el cual la fuerza de las leyes para mantener el orden jurídico se debilitó de manera fundamental. 

Cuando una sociedad pierde su capacidad y fuerza normativa desde la cual construye y diseña sus instituciones al mismo tiempo que resuelve conflictos y diferencias, entra en un estado que se denomina anomia (porque las normas o el nomos se han debilitado).

La institucionalidad, en un contexto de pérdida de la seguridad jurídica o de anomia, se derrumba. Y eso fue exactamente lo que pasó en el Ecuador en el periodo de estudio. Las instituciones no pudieron resolver las aporías y antinomias generadas por el ajuste y la condicionalidad a la sombra y colapsaron. Llevaron al país a ser un Estado fallido. 

Sin embargo, hay mecanismos constitucionales y legales en virtud de los cuales la sociedad puede defenderse en un contexto de anomia. Si el ajuste y la condicionalidad a la sombra generaron ese ambiente de anomia, entonces había las formas, los mecanismos y las instituciones por las cuales defender la Constitución y la ley para evitar esa a-nomia o, también, anomalía.

Pero se puede constatar que el ajuste también desarmó la capacidad de defensa de la sociedad. No se pudo articular una respuesta institucional ante el ajuste porque las instituciones, en un giro político calculado, trasladaron la defensa del ajuste y de la condicionalidad a la sombra a la violencia del Estado. En este giro, las instituciones crearon el vacío jurídico para que el Estado despliegue toda su fuerza represiva y punitiva en contra de quienes se oponían a las medidas de ajuste del FMI.

Cuando el gobierno de Lenin Moreno suscribió el acuerdo SAF en marzo de 2019, la sociedad intentó defenderse por la vía institucional y legal de las consecuencias que este acuerdo generaba para la sociedad así como su efecto sobre los derechos fundamentales de la ciudadanía. En ese sentido, varios colectivos ciudadanos acudieron a la Corte Constitucional para que pueda ejercer sobre la Carta de Intención del FMI del año 2019 el respectivo control de constitucionalidad y se pueda defender al Estado constitucional de derechos y justicia.

¿Qué pasó en esas circunstancias? Pues, que la Corte Constitucional del país decidió apoyar al ajuste y a la condicionalidad a la sombra y negó la posibilidad de defender a las instituciones y a los derechos. Es decir, la Corte Constitucional, por cualquiera que haya sido su razón, decidió no cumplir con su obligación constitucional de proteger a la Constitución y procedió a negar el pedido de los colectivos ciudadanos de ejercer el control de constitucionalidad sobre la Carta de Intención del FMI. Creó un vacío sobre el cual, posteriormente, actuó la violencia del Estado para mantener y sostener la vigencia y radicalidad del ajuste.

Al fallar la apelación a las instituciones llamadas a defender y proteger el orden jurídico y constitucional, entonces los sectores populares salieron a las calles a manifestar su rechazo al programa de ajuste del FMI. Fueron movilizaciones multitudinarias. Fue una buena parte de la sociedad, y sin exageración alguna, la que decidió defender en las calles sus legítimos derechos constitucionales que eran amenazados por el ajuste y la condicionalidad a la sombra.

¿Cómo actuó el gobierno en esas circunstancias?¿Quizá el gobierno apeló al diálogo, al consenso, a la institucionalidad y a la defensa de la Constitución? ¿Utilizó mecanismos democráticos y participativos para resolver un conflicto que se suscitó justamente por la aplicación del programa del FMI? ¿Evitó la respuesta de la represión y la violencia? De otra parte, ¿Qué hizo el FMI en esas circunstancias? ¿Qué hizo el Banco Mundial?¿Alguna vez exhortaron a detener la violencia de la represión que se desataba en contra de los contradictores al ajuste?

La evidencia indica que el gobierno de Lenin Moreno defendió el programa del FMI con la violencia del Estado. Es decir, utilizó la violencia legítima del Estado para volcarla en contra de su propia población. Varios ciudadanos fueron asesinados, otros fueron torturados y algunas organizaciones de derechos humanos indican que el régimen estuvo muy cerca de la lesa humanidad. Finalmente, ante la contundencia de la protesta social, el gobierno de Lenin Moreno dio marcha atrás en algunas medidas solicitadas por el FMI, pero la violencia de la represión no fue objeto de observación, investigación y sanción; y nunca hubo reparación para las víctimas de la violencia estatal. Se cubrió con un manto de impunidad esa violencia ejercida contra la ciudadanía que había hecho uso de su derecho constitucional a la resistencia. Empezó, además, un proceso de persecución y violencia jurídica (lawfare) en contra de todos aquellos sectores ciudadanos, organizaciones sociales y líderes populares y políticos que participaron en esas movilizaciones.

Luego de esos eventos, ¿quizá el FMI o el Banco Mundial diseñaron alguna mínima ayuda o movilizaron recursos para ayudar a las víctimas de esa represión estatal? ¿quizá calibraron el tamaño de la consolidación fiscal e indicaron que relajaban el ajuste quizá para otro momento? ¿se pronunciaron de alguna manera lamentando la violencia y sus víctimas? ¿llamaron tal vez a un proceso de diálogo social para validar las medidas del ajuste económico?

En absoluto. La revisión de los documentos del FMI y del Banco Mundial, indican que más bien consideraban que esas protestas sociales habían generado un grave tropiezo en la ruta del ajuste. Es más, se escudaron en un cambio de cifras indicando que la consolidación fiscal debió haber sido mayor a la inicialmente prevista y que, por tanto, ante esa circunstancia de “información errónea” cancelaban el acuerdo SAF-2019. Nunca hubo la más mínima declaración con respecto a los derechos humanos, a la paz social, a la convivencia pacífica, a la búsqueda de consensos. 

Así, el FMI y el Banco Mundial se revelaron más radicales que antaño cuando en los años noventa del siglo pasado articularon mecanismos de diálogo social sobre el ajuste, como fue el proyecto SAPRI (Banco Mundial, 1999). Esta vez, mutis por el foro.

Entonces, ¿qué relación existe entre derechos humanos y ajuste? La evidencia histórica demuestra que son antitéticos. Son irreconciliables. A más ajuste y condicionalidad a la sombra, menos derechos humanos. El ajuste genera una condición de debilidad y vulnerabilidad política para la ciudadanía. 

La cesura política del ajuste crea las condiciones para el ejercicio de la violencia desde el Estado para, de una parte, neutralizar a las instituciones que pueden detener esa violencia y, de otra, para tener el suficiente margen de maniobra para generar una heurística del miedo a partir de una escalada de la violencia de tal manera que se pueda eliminar cualquier posibilidad de resistencia social al ajuste.

Esto permite captar algunas intuiciones básicas para responder a la cuestión: ¿Qué relación entre democracia y ajuste? Para que el ajuste sobreviva es necesario restringir la democracia, en especial, sus mecanismos de transparencia, fiscalización, control social y participación. La restricción de la democracia a aspectos puramente formales abre el espacio para el ejercicio de la violencia contra la población que resiste y se opone al ajuste. La categoría de democracia restringida le pertenece al sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva (Cueva, 1988)

Pero la democracia restringida es solamente la antesala para la imposición del ajuste. Porque el FMI y el Banco Mundial no solo necesitan poner entre paréntesis a la democracia y transformarla en pura formalidad sino que también necesitan un rol más activo para esa democracia; necesitan que esa democracia procese el ajuste, apruebe las reformas estructurales, neutralice el conflicto social y controle las resistencias políticas al ajuste. 

El ajuste, lo hemos visto, controla todo. No deja nada al azar. Cuando, por determinada circunstancia, no se ha cumplido con cualquiera de los puntos de referencia estructural, o con los criterios continuos de desempeño establecidos en el programa económico del FMI, inmediatamente hay que solicitar una exención (waiver). Igual con el Banco Mundial o el BID o la CAF. El control del FMI y el Banco Mundial es prolijo, riguroso, expedito. No hay margen de maniobra para incumplimientos ni, tampoco, interpretaciones. El ajuste se cumple a rajatabla.

Esta característica del ajuste indica que es un proceso disciplinario porque lo reglamenta todo y presta mucha atención al detalle. No en vano, uno de los nombres preferidos del ajuste a las políticas de estabilización es quel de “disciplina fiscal”. Algunas leyes y normas creadas bajo la sombra del ajuste se denominan, precisamente, leyes de disciplina fiscal; por ejemplo:

mantener la disciplina fiscal es esencial para mantener la estabilidad macroeconómica, reducir las vulnerabilidades y mejorar el desempeño económico agregado. Esto es especialmente importante para que los países enfrenten con éxito los desafíos y cosechen los beneficios de la globalización económica y financiera. La disciplina fiscal es esencial para que los países aprovechen las oportunidades que ofrecen un comercio cada vez más libre y unos mercados de capital abiertos, para mejorar sus perspectivas económicas a más largo plazo. (Kumar, Ter-Minassian, & Editors, 2007, pág. 3)

El ajuste como proceso disciplinario (la disciplina fiscal) se convierte en condición de posibilidad para “mantener la estabilidad macroeconómica”, “mejorar el desempeño económico” y “mejorar sus perspectivas económicas a más largo plazo”.

Si el ajuste es un proceso disciplinario, como lo evidencia su noción de disciplina fiscal entonces ¿cómo conceptualizar esa cesura estratégica que produce entre el programa económico y el sistema político? ¿Puede quizá intuirse que la democracia que el ajuste necesita corresponda de alguna manera a sus necesidades de control y disciplina? ¿Si hay disciplina fiscal puede haber quizá algo parecido a la disciplina al sistema político? Y, ¿en qué consistiría esta disciplina al sistema político?

A fin de captar esa compleja relación entre ajuste, democracia y sistema político y caracterizar a esa democracia que emerge y se consolida desde el ajuste y que ve debilitada su capacidad normativa (por la situación de anomia que vive la sociedad), al tiempo que restringe la capacidad política de la ciudadanía para defenderse del ajuste y que, además, permite el uso de la violencia del Estado en contra de los interpelantes, opositores y contradictores al ajuste, se propone la hipótesis de la democracia disciplinaria del ajuste.

Asumo la noción de disciplina porque ese es precisamente el formato del ajuste y de la condicionalidad a la sombra. Se puede, en ese sentido, apelar al concepto político de disciplina del filósofo Michel Foucault:

La disciplina reglamenta todo. No deja escapar nada. No solo no deja hacer, sino que su principio reza que ni siquiera las cosas más pequeñas deben quedar libradas a sí mismas. La más mínima infracción a la disciplina debe ser señalada con extremo cuidado, justamente porque es pequeña … una buena disciplina es la que nos dice en todo momento lo que debemos hacer”. (Foucault, 2001, págs. 67-68).

Es exactamente eso lo que hacen el FMI y Banco Mundial. Por ello el ajuste es escalar, es encubierto, es convergente y sus transformaciones más importantes están a la sombra. Si el ajuste es disciplinario entonces la democracia del ajuste también se convierte en disciplinaria. 

Con la hipótesis de la democracia disciplinaria se pretende resolver la aporía entre democracia y ajuste. En una democracia liberal y dentro del Estado de derecho la relación entre ajuste y democracia es conflictiva. Los ciudadanos pueden apelar a la democracia para resolver los conflictos redistributivos generados por las políticas de ajuste. 

La democracia, entonces, puede atenuar o, simplemente, invalidar al ajuste. Eso fue exactamente lo que pasó en las primeras décadas del siglo XXI en América Latina cuando varios movimientos y partidos políticos ganaron las elecciones con una plataforma y agenda que iba en contra del ajuste del FMI y del Banco Mundial. Se trató del denominado ciclo progresista de América Latina o, también, ciclo posneoliberal.

En virtud de su oposición radical al ajuste del FMI y del Banco Mundial estos partidos y movimientos políticos ganaron las elecciones y, en efecto, pudieron atenuar o mitigar el ajuste y, en algunos casos incluso dieron marcha atrás en el ajuste y lograron revertirlo totalmente.

Esto da cuenta que el ajuste implosiona cuando la democracia sale de su corsé disciplinario. Por ello, una de las tareas políticas más importantes del FMI y del Banco Mundial es subordinar la democracia dentro de la lógica del ajuste. Si el ajuste disciplina a la economía, entonces necesita también disciplinar a la política.

Por tanto, la hipótesis de la democracia disciplinaria del ajuste puede ayudar a resolver la relación entre ajuste y democracia, porque el sistema político tiene que adecuarse de alguna manera para albergar en su interior procesos tan complejos y dinámicos como la condicionalidad escalar, la condicionalidad convergente, la condicionalidad a la sombra, entre otros. Asimismo, puede ayudar a comprender el vacío político que se produce cuando el ajuste implosiona ante la protesta social y el recurso a la violencia política para restaurarlo y volver a imponerlo.

El ethos de culpabilidad del funcionario público

Una de las primeras determinaciones de la hipótesis de la democracia disciplinaria del ajuste, es que ésta sujeta y disciplina toda la institucionalidad de la democracia liberal y sus procedimientos de participación social dentro de los límites de la consolidación fiscal y la reforma estructural. Es la subsunción de la sociedad y el Estado al mercado. Es el pliegue de la polis al orden del oikos (como se verá más adelante cuando se analice el concepto filosófico de pliegue).

Si en el liberalismo clásico la política, el derecho y la economía corren cada una por separado, en el caso del ajuste estructural y su visión teleológica hacia el cambio de época, aparece un fenómeno remarcable: la subordinación de la política, el derecho y la ética a la economía del ajuste. 

En el ajuste, el Estado no está separado del mercado ni tampoco deviene en un Estado mínimo, más bien al contrario, el Estado se convierte en una determinación del mercado.

El ajuste transforma incluso al neoliberalismo. Permite que se integre la visión del Estado en franca oposición al mercado, hacia un Estado al cual es necesario inscribirlo y adscribirlo dentro del mercado. Es decir, disciplinarlo, corregirlo o, según la grotesca metáfora que generalmente utilizan los influencers del neoliberalismo, hacerlo más ágil, “quitarle la grasa” (la metáfora neoliberal del “Estado Obeso”).

Cuando se observa la dinámica del ajuste se puede ver que el ajuste es total. No es solo un ajuste fiscal, monetario o financiero. Es un ajuste que entra en lo más profundo de la sociedad para reformar sus instituciones e incluso los comportamientos humanos, como en el caso del capital humano, para determinar, construir y llevar a cabo una reforma histórica de vastas proporciones. 

Se ha analizado, en el presente estudio, cómo el FMI alteró la Constitución del país en varias oportunidades y creó un estatuto jurídico de derecho ilegítmo en el cual se alteraba el principio lógico de la no-contradicción y se generaba un entorno plagado de antinomias y aporías jurídicas que condujeron a una situación de anomia.

Quizá una de esas reformas jurídicas que da cuenta de lo que se quiere decir con la hipótesis democracia disciplinaria del ajuste sea la reforma al sistema de contratación pública que determinó el requisito del Informe de Pertinencia y Favorabilidad emitido por la Contraloría General del Estado para la contratación pública (ver capítulo cinco). 

Como se había analizado en la parte respectiva, este requisito violenta el principio constitucional de presunción de inocencia. Pero fue gracias a esa reforma legal que el FMI pudo diseñar una estructua panóptica y disciplinaria del gasto público y esto generó un ethos en el sector público que fue altamente funcional al ajuste y que demuestra el funcionamiento de la democracia disciplinaria del ajuste.

Todos los funcionarios públicos se sentían en un ambiente kafkiano en donde no sabían si aquello que firmaban en una compra pública podría convertirse en elemento acusador a futuro, a pesar de haber actuado conforme a la ley. Se instaló una sensación de miedo ante cualquier contratación pública por mínima que fuese. Un ambiente que fue altamente funcional al FMI porque le permitió controlar una de las variables claves del programa económico, aquel de las compras públicas y su impacto en las metas de consolidación fiscal. 

Los funcionarios públicos intuían y sentían que eran culpables de antemano y tenían que demostrar su inocencia. Cuando eran desvinculados por las reducciones de nómina previstas en el ajuste, no tenían ni la oportunidad ni el deseo de luchar por su empleo justo por ese ethos de culpabilidad por haber pertenecido al sector público.

Entonces, si se mira con más atención, se puede visualizar la conformación de un fenómeno político en donde el Estado deja de ser el leviatán para convertirse en una oficina burocrática de funcionarios atemorizados y con un sentimiento de culpa por pertenecer a la función pública.

Es desde esa lógica de disciplina del Estado que surge y emerge una panoplia de instrumentos de subordinación al Estado, como por ejemplo, las Alianzas Público-Privadas, el programa de evaluación de la inversión pública (PIMA), las reglas fiscales, la independencia del Banco Central, la conformación de activos de reserva con los depósitos del sector público en el Banco Central, los proyectos sectoriales del Banco Mundial, del BID, etc.

La austeridad del FMI y su enfoque de la oferta por parte del Banco Mundial, crearon una dinámica novedosa y que puede ser captada por la noción de democracia disciplinaria del ajuste. El FMI disciplinó al Estado pero para ese proceso también disciplinó a la sociedad y a sus instituciones de ahí la importancia estratégica que adquieren los proyectos de reforma sectorial del Banco Mundial. Un ejemplo de ello es el proyecto de “etno-desarrollo” del Banco Mundial.

En el periodo 2018-2024, se produjo una mutación política fundamental: la sociedad sintió la dureza del ajuste pero entró de lleno en su disciplina. Empezó a procesar los significantes vacíos del ajuste como si fuesen parte de la estructura ontológica de lo real. La sociedad, ante la precarización total que provocó el ajuste, creyó en el discurso del emprendurismo y millones de desempleados y precarizados se convirtieron, súbitamente, en emprendedores, en sujetos de rendimiento. Pero era tan solo una patología social que nacía desde la democracia disciplinaria del ajuste. Era el pliegue del ajuste sobre la subjetividad de sus víctimas.

En la discusión del neoliberalismo siempre se consideró que la dialéctica Estado-mercado se resolvía a través de un Estado mínimo. El ajuste estructural llevó esa discusión sobre el neoliberalismo a otro nivel: el Estado tenía que cumplir las tareas designadas por el ajuste y debía hacerlo de manera dócil, obediente y disciplinada. Caso contrario se había creado una estructura panóptica de control, vigilancia y castigo en donde no había posibilidad de escapar.

Pero, ¿cómo se llegó a eso? ¿por qué la sociedad lo permitió? ¿qué distancias y convergencias se puede encontrar entre el Estado disciplinado al ajuste estructural y el Estado neoliberal clásico? 

Las herramientas políticas de la democracia disciplinaria del ajuste

Si la democracia disciplinaria del ajuste es el formato de la condicionalidad estructural del FMI, entonces los mecanismos de la democracia devienten también en disciplinarios. Por ello, el ajuste siempre tiene preferencia por el autoritarismo. Esto puede apreciarse cuando se analizan los mecanismos políticos que pusieron en marcha el ajuste. Todos ellos, de una u otra manera, tienen que ver con el autoritarismo.

Así por ejemplo, las reformas estructurales que creaban nuevos cuerpos legales al tenor de las condicionalidades estructurales del FMI, se lograron gracias al recurso del hiperpresidencialismo presente en el sistema político. En el hiperpresidencialismo, el poder ejecutivo tiene la potestad de enviar leyes de urgencia económica a la Asamblea Nacional para que sean tratadas en un breve plazo y, además, el ejecutivo tiene la posibilidad de vetar cualquier cambio que la Asamblea haga al proyecto de ley económico-urgente. El poder ejecutivo también puede enviar la proforma fiscal a la Asamblea Nacional pero esta no puede cambiarla y su criterio no es vinculante.

Si se revisan las principales leyes que se aprobaron durante el ajuste: la Ley de Defensa de la Dolarización; la Ley de Desarrollo Económico y Sostenibilidad Fiscal aprobada en el 2021, o la Ley de Eficiencia Económica y Generación de Empleo de 2023, o la Ley de Conflicto Armado Interno, la Crisis Social y Económica de 2024, o Ley Orgánica de Competitividad Energética de 2024, entre otras, todas ellas realizadas al tenor del ajuste, se puede apreciar que fueron impuestas y aprobadas bajo el recurso de leyes económico-urgentes. 

El FMI lo reconoce de forma explícita: “La capacidad política de las autoridades es un concepto más fluido que la capacidad institucional o técnica” (IMF, 2024c, pág. 42). Sin embargo, se aprecia, dentro de este uso de las capacidades hiperpresidenciales para imponer el ajuste, también el uso estratégico del tiempo político. 

El FMI siempre recomienda que las medidas de ajuste más duras se impongan en el primer año de gobierno cuando su credibilidad y aceptación es aún alta: “Los gobiernos deberían actuar rápidamente después de una victoria electoral para implementar reformas durante su “luna de miel” política.” (Ciminelli, Furceri, Ge, Ostry, & Papageorgiou, 2019, pág. 4). Como lo expresa el Banco Mundial: “Sin embargo, esta estrategia podría verse afectada por los avances en la agenda política si no cuenta con el pleno apoyo del poder legislativo.” (World Bank, 2019, pág. 40). El ajuste, por lo que se ve, nunca deja de lado el cálculo político y sabe que sus duras medidas económicas solo podrán ser aprobadas a través de mecanismos políticos de fuerza e imposición.

La fragmentación política y la capacidad discrecional del poder ejecutivo

El ejecutivo pudo neutralizar la capacidad política que la legislatura podía oponer al ajuste, gracias a la fragmentación de la representación política. En un ambiente de fragmentación los partidos y movimientos políticos carecen de fuerza suficiente para imponer cualquier agenda y necesitan armar coaliciones parlamentarias sea para imponer o para defender una determinada agenda. En ese ambiente, las capacidades hiperpresidenciales del ejecutivo alteran el equilibrio de poderes y pueden imponer la agenda legislativa o, en todo caso, tener mejores posibilidades de negociarla como efectivamente ocurrió.

Otra de las palancas fuertes utilizadas por el ajuste fue la capacidad discrecional de definir el presupuesto público por parte del gobierno central. La Asamblea, por diseño constitucional, está neutralizada con respecto a la posibilidad de alterar el presupuesto fiscal. El Art. 135 de la Constitución establece que solo el ejecutivo puede presentar proyectos de ley que creen, modifiquen o alteren el gasto público. El Art. 295 de la Constitución indica que la Asamblea Nacional puede observar el presupuesto general del Estado, pero su capacidad de observación no es vinculante porque no puede alterar el presupuesto que entrará en vigencia de manera independiente de las observaciones que pueda realizar la Asamblea Nacional.

Esa capacidad discrecional también se advierte al momento de establecer las preasignaciones establecidas en los Art. 271 y Art. 298 de la Constitución, así como en las disposiciones decimoctava y vigesimosegunda que establece incrementos anuales a los presupuestos de educación y salud, respectivamente. Gracias a esa capacidad de definir el presupuesto a sectores claves el gobierno pudo disciplinar a los gobiernos territoriales, universidades, entre otros. Aquellos que se orillaban hacia el ajuste podían sufrir consecuencias menos onerosas que aquellos que se decidían por la confrontación directa.

La necesidad de plegar al ajuste a la oposición política

Pero eso no quita el hecho de que en una democracia liberal las elecciones siempre generan y abren el espacio para la oposición política. La democracia se legitima tanto desde las elecciones cuanto desde la oposición. Sin oposición la democracia liberal pierde su sustancia, deviene en totalitarismo. Por ello, toda sociedad democrática necesita que su sistema político albergue a la oposición y que esta tenga todas las posibilidades y las garantías necesarias para su existencia. 

La oposición política es el germen del futuro gobierno. Al menos, ese es el fundamento de procedimientos y recambios políticos en la democracia liberal. Por tanto, cabe la inquietud: ¿cómo procesa el ajuste a la oposición política? Por definición, la oposición al ajuste supone, como mínimo, una revisión de sus metas o una suspensión de sus efectos. En ambos casos, el ajuste se cae y el programa diseñado por el FMI fracasa.

Ante ese escenario, el FMI plantea lo siguiente:

En el caso de que el gobierno tenga una capacidad limitada para implementar un programa económico acordado debido a la falta de apoyo político o cuando las elecciones puedan dar lugar a un cambio en el gobierno, el Directorio del FMI puede necesitar salvaguardas adecuadas de los partidos de oposición que proporcionen garantías de que el programa económico se puede implementar en caso de un cambio de gobierno durante el curso de un programa (IMF, 2024c, pág. 45).

La oposición política puede jugar a ser oposición dentro del sistema político, pero no en el territorio del ajuste. Ahí la oposición debe “proporcionar garantías de que el programa económico se puede implementar en caso de un cambio de gobierno” durante la puesta en marcha del ajuste. Como puede apreciarse, trazar el margen de maniobra política a la oposición en un ámbito tan delicado como el ajuste, definitivamente, no es un mecanismo democrático, pero, en cambio, sí es un procedimiento disciplinario. 

La fragmentación, el oportunismo, el hiperpresidencialismo, neutralizaron la capacidad del sistema político de oponer la más mínima resistencia al ajuste. Devinieron en palancas del ajuste. La democracia y su debate se transformaron en mecanismos de garantía del ajuste. Es por ello que la hipótesis de la democracia disciplinaria del ajuste demuestra ser plausible y coherente.

La neutralización y cooptación de la Corte Constitucional

Sin embargo, hay otro actor político clave que también fue neutralizado y cooptado por el FMI y el Banco Mundial. Se trata de la Corte Constitucional. Sin el apoyo cómplice y connivente de la Corte Constitucional las reformas estructurales habrían sido imposibles de aprobar. La Corte Constitucional tiene en sus manos un arma poderosa: el control de constitucionalidad. 

Hay varias reformas legales que se hicieron al tenor de las reformas estructurales del FMI y del Banco Mundial y que son, evidentemente, inconstitucionales. Puede, por tanto, certificarse en el periodo que se analiza, la complicidad con el ajuste estructural por parte de la Corte Constitucional. Todas las reformas legales que se aprobaron en el ajuste estructural podrían haberse truncado si actuaban los filtros de control abstracto de constitucionalidad de la Corte Constitucional. 

De todas las instancias legales existentes esta es la última barrera que pudieron atravesarla, sin ningún problema, el FMI y el Banco Mundial. Así, por ejemplo, en el año 2019, la Corte Constitucional, ante el pedido de control de constitucionalidad e impugnación de las reformas legales contenidas en el Acuerdo SAF-2019 con el FMI, solicitada por varios colectivos ciudadanos, resolvió lo siguiente:

7. De la revisión de la demanda y la relación precedente, este tribunal constata que la carta de intención y el memorando de entendimiento impugnados no constituyen actos administrativos pues no corresponden a relaciones jurídico administrativas y, por ende, no surten efectos jurídicos para los administrados. Consecuentemente, estos tipos de acto no pueden ser impugnados por esta vía. 

8. En relación a la autorización de una operación de financiamiento entre Ecuador y el Fondo Monetario Internacional, esta no genera efectos jurídicos directos y, por lo tanto, constituye un acto de simple administración y no un acto administrativo; en consecuencia no puede ser impugnado por este tipo de acción. (Corte Constitucional del Ecuador, 2019, pág. 18, énfasis agregado).

Se ha demostrado de forma fehaciente que las reformas estructurales del FMI y del Banco Mundial no son actos de “simple administración” y que, por supuesto, que generaron “actos jurídicos directos”; sin embargo, en el país fallaron los controles de constitucionalidad y eso dio vía libre a las reformas estructurales del FMI, porque al aprobarse las leyes demandadas por el FMI se generaba un derecho ilegítimo porque afectaban al principio lógico de no-contradicción de las leyes con respecto a la Constitución. 

La cuestión, por tanto, sigue abierta ¿por qué el fallo de la Corte Constitucional fue favorable al FMI? ¿Qué procesos constitucionales fueron convenientemente invisibilizados por la Corte Constitucional en su pronunciamiento sobre la Carta de Intención con el FMI del año 2019? Y, ¿por qué lo hicieron?

Pueden enunciarse algunas hipótesis con respecto al comportamiento de la Corte Constitucional pero la imposibilidad de demostrarlas rigurosamente impide que sean utilizadas como argumentos válidos. La cuestión es que la Corte Constitucional del Ecuador relajó sus controles de constitucionalidad y fue eso lo que permitió que el ajuste no tenga límite alguno. 

El Staff del FMI tenía claro que la Corte Constitucional podía convertirse en obstáculo para las reformas estructurales. Es por ello que, en las recomendaciones realizadas para la gestión del ajuste, el FMI recomienda a su staff:

en el caso de la reforma estructural, puede ser útil considerar si se han intentado antes tales reformas y la naturaleza y la fuerza de la probable oposición, incluida la susceptibilidad a impugnaciones y revocaciones legales. (IMF, 2024c, pág. 44).

El bloqueo estratégico a la Corte Constitucional fue condición para que el país entre en la dinámica del Estado fallido.

Ajuste estructural, consenso y hegemonía

Otro aspecto que resalta del periodo 2018-2024 y que tiene que ver con la democracia disciplinaria del ajuste, fue la necesidad de controlar el debate político y social sobre el ajuste.

Para ciertos sectores relacionados con el FMI “los opositores a la reforma, incluso si son una minoría, pueden estar muy motivados a organizar la resistencia” (Ciminelli, Furceri, Ge, Ostry, & Papageorgiou, 2019, pág. 5), el testimonio histórico certifica que el ajuste se sostuvo, mantuvo y aplicó con y desde la violencia del Estado contra sus críticos e interpelantes.

Existen dos episodios que el mismo FMI los resalta en sus evaluaciones: las movilizaciones sociales de octubre del año 2019 y aquellas del mes de junio del año 2022. Ambos eventos están íntimamente relacionados con el programa de ajuste estructural del FMI. 

Es por ello que en cada uno de los acuerdos SAF del FMI, existen evaluaciones de riesgos y, como riesgo al programa de ajuste estructural, está el descontento social por las medidas económicas condicionadas por el FMI. 

Así, en el SAF-19 existe la siguiente matriz de riesgos:

Matriz de riesgos

Fuente del riesgo

Probabilidad del riesgo

Impacto

Criterio político

Clasificación

Canal

Riesgos específicos del país

Oposición política y social a los cambios de políticas en el marco del programa

Media

Alta

Un retroceso en los compromisos con las medidas fiscales podría resultar en el incumplimiento de los objetivos del programa.

Una calibración cuidadosa de los subsidios a los combustibles, los impuestos y las reformas salariales, y una estrategia de comunicación bien pensada

Fuente: (IMF, 2019a, pág. 59, énfasis agregado).

Puede advertirse que el FMI estaba muy claro de que existía una “oposición política y social a los cambios de políticas en el marco del programa”. De su parte, en el SAF-2020, el FMI está consciente que el escenario de elecciones puede plantear riesgos al programa de consolidación fiscal y de reforma estructural, conforme lo siguiente:

La fragmentación política y las próximas elecciones pueden plantear riesgos importantes para la implementación del programa, por lo que las salvaguardias son aún más importantes … El hecho de que el presidente haya enviado una carta de apoyo al programa y la carta parlamentaria de apoyo a los objetivos del programa demuestran una fuerte apropiación y capacidad política. (IMF, 2020b, pág. 26)

El país nunca supo que el presidente de ese entonces había enviado “una carta de apoyo al programa” así como la existencia de una “carta parlamentaria de apoyo”. La falta de transparencia en los procedimientos democráticos es otra de las características de la democracia disciplinaria del ajuste.

Ahora bien, por supuesto que el FMI es consciente de los riesgos políticos de su programa económico y, por ejemplo, para evitar que el programa de ajuste suscrito en el año 2020 tenga problemas en su aplicación, el FMI, habida cuenta del apoyo del presidente Lenin Moreno al programa de ajuste, exigió que muchas de las condicionalidades sean consideradas como acciones previas y como “puntos de referencia tempranos” de tal manera que se pueda neutralizar la incidencia del ciclo político sobre el ajuste estructural, conforme lo demuestra lo siguiente:

Las autoridades han completado cinco acciones previas en áreas que mejoran la capacidad institucional, la transparencia y la formulación de políticas. También se han comprometido a una serie de puntos de referencia estructurales tempranos en áreas similares, lo que refleja su determinación de dejar al país con políticas e instituciones más sólidas para la próxima administración. (IMF, 2020b, pág. 26)

Es decir, tomar medidas de ajuste incluso antes de firmar la respectiva Carta de Intención con el FMI y actuar desde la política de los hechos consumados. El gobierno de Lenin Moreno, en ese sentido, aprobó el Plan de Prosperidad que era el marco jurídico que necesitaba el ajuste y, al tenor de este Plan de Prosperidad, llevó adelante una serie de medidas económicas que anticipaban el ajuste. Es decir, eran condiciones previas que, en la jerga del ajuste, se conocen como acciones previas.

El FMI se da cuenta perfectamente que esta manera de actuar sobre el ciclo político, anticipándose a los hechos y neutralizando aquellos que podrían afectar la trayectoria del ajuste, porque eso “demuestra la capacidad política de tomar medidas y fortalecer las perspectivas de éxito del programa más allá de la administración actual” (IMF, 2020b, pág. 26). Sin embargo, el FMI sabe que el éxito del programa económico finalmente “dependerá de la aceptación y la voluntad política de los legisladores” (IMF, 2020b, pág. 26)

En el Acuerdo SAF-2024, el FMI ya se anticipa a las elecciones del año 2025 y establece que, a pesar de que las autoridades el país se han comprometido a aplicar las medidas para cumplir con los objetivos del programa económico “la evaluación sigue estando sujeta a riesgos considerables derivados de una Asamblea Nacional fragmentada y de las próximas elecciones generales a principios de 2025.” (IMF, 2024a, pág. 22).

La cuestión es que el FMI ha podido resolver muy bien los impasses políticos y sus desafíos. Ha logrado importantes apoyos políticos tanto de la derecha política del país y de sectores empresariales, así como de sectores progresistas y de los grandes medios de comunicación que se han integrado de manera plena, coherente y articulada a las necesidades políticas y estratégicas del FMI. 

En efecto, para el FMI “Será importante que estos cambios de políticas se calibren cuidadosamente y se comuniquen bien para lograr el consenso social” (IMF, 2019a, pág. 12), y ese consenso social fue construido por esta articulación estratégica con las elites económicas y sus partidos y movimientos políticos.

¿De qué forma el FMI logró ese “consenso social” a favor del ajuste estructural? Pues, a partir de la construcción hegemónica de universos simbólicos que se posicionaron en la conciencia social y que fueron altamente funcionales al ajuste, es decir, lo que ellos denominan una “buena comunicación del ajuste”. 

En efecto, los medios de comunicación relacionados con las elites y el gobierno, posicionaron muchos significantes vacíos que fueron claves para controlar los disensos y administrar el consenso, como por ejemplo: “el Estado Obeso”, la “irresponsabilidad fiscal de los gobiernos anteriores”, la “indisciplina fiscal que llevó al país al déficit fiscal”, el “excesivo gasto fiscal”, “el sobreendeudamiento público”, la “necesidad de cubrir el alto déficit fiscal”, “las medidas económicas dolorosas pero necesarias”, “la inexistencia de ahorros fiscales para tiempos difíciles”, la “excesiva deuda con China”, la “corrupción de toda la obra pública”, etc. Todos estos significantes vacíos eran también otra forma de operar de la democracia disciplinaria del ajuste.

La ausencia de la academia

Este consenso ideológico sobre los significantes vacíos producidos desde el ajuste y que calaron en la población necesitaba de un contrapeso que los critique y que pueda deconstruirlos. El sector llamado a hacerlo es, fundamentalmente, la academia, porque desde ahí existen las condiciones institucionales para llevarlo a cabo. De hecho, la academia está conformada precisamente para eso, para reflexionar críticamente los problemas que atraviesa la sociedad. Empero de ello, uno de los aspectos que permitió la proliferación de los significantes vacíos del ajuste y su falta de crítica o, en todo caso, el carácter más bien tenue de su crítica, fue la inmovilidad del sistema universitario y la academia con respecto a sus capacidades críticas ante la situación que vivía el país con respecto a la imposición del programa económico del FMI. 

Las investigaciones que la academia del país hizo al respecto son, sorprendentemente, mínimas. Entre los pocos estudios al respecto se puede señalar aquel de: Bravo Jiménez, (2023) que, lamentablemente confunde el instrumento de financiamiento rápido (IFR por sus siglas en inglés) de 2016 con los acuerdos SAF que se firman a partir de 2019 (los IFR no implican condicionalidad) y eso le impide comprender la complejidad y alcance del ajuste. Está también la tesis de Benítez López, (2020) que, lastimosamente carece de información suficiente, análisis y rigurosidad. Está también el artículo de Rivadeneira Jaramillo & Buitrón Chávez, (2020), que desgraciadamente, en su mayor parte es una paráfrasis de varios párrafos de la Carta de Intención del FMI de 2019 que rozan con el plagio y sin ningún análisis crítico. También está la tesis de Jiménez Encalada, (2019) quien confunde conceptos básicos (como el Consenso de Washington) y describe conceptos generales sin problematizar en absoluto los programas económicos del FMI y su relación con el neoliberalismo, entre otros. El artículo de Jijon-Gordillo, (2022) intenta demostrar la relación entre el ajuste y la desigualdad, pero en su artículo no hace mención a las ecuaciones de su modelo y tampoco hay especificaciones estadísticas ni econométricas al respecto, además que considera al gobierno neoliberal de Lucio Gutiérrez (2003-2005), como un “gobierno de izquierda” cuando una movilización social convocada por la izquierda del país fue el motivo de su destitucion en el año 2005.

Quizá uno de los textos más interesantes que se han escrito sobre el programa de ajuste del FMI en esta coyuntura y para el programa SAF del Ecuador, sea aquel de Fernandez & Santillana Ortiz, (2019), quienes utilizan un enfoque crítico con perspectiva feminista y una lectura marxista para comprender la Carta de Intención con el FMI de marzo de 2019. Por sus propias características este artículo subraya temas de la teoría feminista pero realiza una apreciación muy superficial del programa de ajuste estructural y no desentraña en absoluto las particularidades que asumió el ajuste en el país.

Un texto importante de esta coyuntura es el libro El Fondo Monetario Internacional y la deuda pública en la Historia Económica de América Latina, de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil y coordinado por Gonzalo Paredes Reyes y David Coello (2023); sin embargo, no hay en este libro ningún análisis ni estudio con respecto a los programas de ajuste del periodo 2019-2024.

Es esta debilidad conceptual y la falta de capacidad crítica la que impuso como elementos hegemónicos los significantes vacíos que, a la larga, legitimaron el ajuste en el periodo analizado.

La utilización del “lawfare” en el periodo de ajuste

Otra de las características que pueden ser descritas entre los procesos de la democracia disciplinaria del ajuste, es la utilización de la violencia jurídica en contra de lo adversarios al ajuste. Esta violencia jurídica adquiere la forma de persecución legal que hace caso omiso de los derechos fundamentales, del Estado de derecho y de las formas y procedimientos que, de rigor, deben observar y cumplir todos los procesos jurídicos, en especial aquellos que tienen que ver con el área penal y la antijuridicidad.

El ajuste se especializó, al menos en el periodo de estudio, en la violencia jurídica y creó procesos de persecución jurídica contra los opositores al ajuste que se convirtieron en emblemáticos. Uno de esos procesos de violencia jurídica la sufrió la militancia del partido político Revolución Ciudadana, así como los líderes sociales del movimiento indígena.

Al replegarse la Revolución Ciudadana y los movimientos sociales e indígenas en momentos tácticos en los que el ajuste se radicalizaba, todos ellos esperaban de alguna manera atenuar el rigor de la judicialización y persecución que provenía, principalmente, desde la Fiscalía General del Estado que, es necesario indicarlo, se había convertido en una de las piezas claves en la democracia disciplinaria del ajuste. Pero la dureza del lawfare nunca cejó durante el ajuste, más bien en una especie de vuelta de tuerca se hacía cada vez más insidiosa. 

El lawfare que el ajuste puso en marcha es el complemento y correlato de la situación de anomia y de represión violenta a todos los contradictores del ajuste. Es la continuidad de la represión estatal, pero por otros medios. 

En síntesis, la democracia disciplinaria del ajuste indica la presencia de los siguientes procesos políticos claves:

(i)             la persecución y el lawfare a todo movimiento político, social y popular que se oponga al ajuste para replegarlos de tal manera que sean incapaces de oponerse al ajuste y que más bien intenten ponerse de su lado para atenuar o mitigar la persecución legal; 

(ii)            la cooptación y neutralización de la Corte Constitucional en especial a varios de sus miembros relacionados directamente con grupos de poder económico; 

(iii)          la represión a la sociedad con niveles incluso de lesa humanidad para generar una heurística del miedo en los sectores sociales con respecto a cualquier crítica al ajuste y la reforma estructural; 

(iv)           la imposibilidad de situar dentro del debate social cualquier crítica o alternativa al ajuste económico; y, 

(v)            la permeabilidad de la institucionalidad del Estado al cumplimiento de las directrices emanadas desde el FMI y el Banco Mundial.

En ese ambiente que restringe la participación ciudadana, que degrada el nivel de vida de la sociedad, que destruye la contractualidad social y emerge el Estado hobbesiano de todos contra todos, el FMI y el Banco Mundial radicalizan aún más el ajuste y profundizan el alcance de la reforma estructural. La economía empeora y necesita, como si fuese una adicción, de niveles cada vez más importantes de deuda pública para sobrevivir.

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