viernes, 26 de junio de 2020

Spinoza, Marx y el pensamiento radical

Spinoza, Marx y el pensamiento radical

 

A Micaela, Luna de Caramelo

 

Pablo Dávalos

 

La filosofía de Spinoza, es profunda y no hay duda de que transformó de forma importante al mundo feudal. Produjo un acontecimiento. Hay que considerar, además, que Spinoza reflexiona en un momento en el que el catolicismo está amenazado desde varios frentes: la reforma protestante, el avance del islam, los nuevos descubrimientos geográficos, la invención de la imprenta y la consiguiente profusión de libros y lectores, la constitución y formación del capitalismo, y la emergencia de la fuerza y poder de las ciudades Estado, tanto en Italia cuanto en los Países Bajos, y el nacimiento de la política moderna. Si Spinoza transformó las coordenadas del saber y posibilitó la emergencia de la Ilustración Radical, Maquiavelo, por su parte, es la constatación de la emergencia del Príncipe Moderno como expresión y constatación del nacimiento de la política moderna. Ambos, de alguna manera, son la expresión de las coordenadas de la modernidad. 


Sin embargo, para varios pensadores latinoamericanos (Dussel, Lander, Quijano, inter alia), la modernidad se constituye con el encuentro con el Otro. Así, 1492 marca un descubrimiento que, en realidad, fue un encubrimiento. Ahí, en ese encubrimiento, subyace la emergencia de la modernidad. El siglo XVI inicia con el debate entre Sepúlveda y Las Casas a propósito del Otro. Los conquistadores, mientras tanto, arrasaron con las civilizaciones del continente al que habían llegado. Los flujos monetarios que provienen desde las Indias Occidentales, como las llamaron en primera instancia a los territorios conquistados, sirvieron para aquello que Marx alguna vez identificó como la acumulación originaria del capital. No obstante, quizá la hipótesis que la modernidad tuvo su origen en 1492 en su encuentro con el Otro, debe matizarse. La violencia de la conquista es inédita en la historia de la humanidad. Quizá pocas veces en la historia, se presentó un expediente de una violencia que produjo el primer genocidio a gran escala, del que se tenga registro de la historia humana. No obstante, ahí, en 1492 pienso que hay algo más profundo, más denso, que el encuentro con el Otro y la posibilidad de emergencia de la modernidad. Creo más bien, que la modernidad nace dentro de sus propias condiciones históricas, y que una de los personajes más importantes que certifican su constitución es, precisamente, Baruch de Spinoza. Si alguien representa la intersección de un pensamiento con la suficiente fuerza  y profundidad para cambiar el orden del saber existente y que se había prolongado por varios siglos, es Spinoza. Su pensamiento representa una de las puntas de un cuadrilátero constituido, además, por el empirismo inglés de Newton, Locke y Hobbes, el racionalismo cartesiano, y el idealismo alemán de Leibniz, fueron ellos quienes lograron cuestionar al pensamiento escolástico-medieval para, finalmente, reducirlo a una mínima expresión. Fueron ellos, más una pléyade de pensadores que los acompañaron, los que provocaron el nacimiento de la Ilustración radical en el siglo XVII. 


Sin embargo, era evidente que, para ese entonces, el mundo se transformaba a una velocidad de vértigo. En el siglo XVI y XVII, el orden feudal empieza a desmoronarse. Pero, en cambio, sus ideas se mantienen firmes. Han sido construidas a prueba de historia. Son más sólidas que los muros de los castillos medievales. La construcción del conocimiento y la producción del saber, resisten a todo cambio histórico. La Iglesia Católica, ha perdido varias batallas políticas y militares, pero su control sobre el pensamiento europeo es casi total. Un sistema no cambia de forma radical hasta que el armazón invisible de sus marcos teóricos se resienten y se transforman. Los paradigmas que sostienen a un orden social son los últimos en caer en una transformación histórica. La teoría, como se pudo aprender de la escolástica medieval, no está hecha tanto para comprender lo Real cuanto para crearlo a su imagen y semejanza. 


En el siglo XVII las transformaciones sociales son evidentes. Mas, las estructuras del conocimiento, miran para otra parte. La Iglesia Católica se refugia en el control de todo tipo de pensamiento que se produce en la sociedad y persigue con hogueras y torturas a los disidentes. Esos siglos, son aquellos de los mártires de la ciencia moderna. Fue un periodo oscuro para el pensamiento libre. La Iglesia Católica reforzó la dogmática de sus principios y clausuró toda posibilidad de cuestionamiento. 


La Congregación de la Fe, es decir, la Inquisición, se erigió en una especie de Gestapo que perseguía al pensamiento crítico. Aquellos que caían en sus garras, tenían como horizonte el horror más absoluto. Quizá la metáfora de ese periodo estuvo en Montségur, cuando el Inquisidor ordenó quemar a toda la población, independientemente que hayan sido o no cátaros. Su juicio es lapidario: quemadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos


Es un mundo que tiene sus claroscuros. En ese mundo, las personas creían en un Dios Providencial que había creado un plan para todos y cada uno, y al cual había que resignarse. Una cadena de causalidades en las que se exigía una hermenéutica imposible. Había que encontrar la cadena del ser en todos y cada uno de los detalles del mundo. 


En un hermoso texto, Michel Foucault, en Las Palabras y las Cosas, hace referencia a esa forma de nombrar al mundo desde la simpatía, la analogía, la similitud. Las palabras tenían una contextura que se imbricaba con el mundo de forma real. Por eso, los magos pronuncian palabras mágicas para transformar lo real, porque la palabra y el mundo se inscribían en una misma tesitura, compartían el mismo umbral ontológico. En ese mundo de hogueras, guerras, magos, brujas, ángeles y demonios, había que creer que el desorden del mundo, las fracturas de lo real que crujían por todas partes, debían ser obra del Maligno. El orden que Dios había creado era perfecto y lo atestiguaba la Escritura. Un orden sagrado, que repetía la perfección del cielo en la tierra no podía cambiar desde dentro. Afectar tanta perfección solamente podría provenir del Mal y sus agentes: las brujas, los hechiceros, los apóstatas, los herejes. 


Si había peste, era porque Dios castigaba la soberbia de los hombres y sus pecados. Por eso, había que purificar al mundo de tantas amenazas, y qué mejor recurso para hacerlo que el fuego que todo lo purifica. La Iglesia Católica, hizo una apuesta por el fuego para purificarse de una historia que se le escapaba como arena entre los dedos. Y a fuerza de purificarlo iluminó como nunca antes los estertores de un orden social que estaba moribundo. 


Es en ese contexto, en medio de esas tensiones, transformaciones, horrores y esperanzas, que surge el pensamiento de Spinoza. Un pensamiento diáfano, limpio de impurezas escolásticas y medievales. Spinoza escribe en un contexto descrito avant la lettre por Gramsci: lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir y, en las sombras, nacen los monstruos. 


En su Ética Demostrada según el Orden Geométrico, su primera definición es aquella del Ser, en una línea que recuerda a Parménides: “Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia implica su existencia”. El Ser, es. Y no necesita de ninguna determinación que le sea extraña para demostrar su existencia. Los eleatas vuelven con Spinoza. La filosofía empieza a recuperarse de la pesadilla teológica que la había secuestrado. Por eso, cuando Spinoza escribe sobre Dios, en su VI Definición, cambia las coordenadas del pensamiento medieval por completo: “Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita”. 


Spinoza traza una distancia que no hará más que profundizarse con el Dios Providencial de la teología y la escolástica medieval, aquel Dios omnisciente, omnipotente, omnipresente y causa primera se convierte en hipótesis. Para Spinoza, Dios es un concepto filosófico. Ya no representa la causa primera y suficiente del mundo, sino una sustancia de infinitos atributos, pero los atributos están determinados por la capacidad de entendimiento para comprender la existencia del mundo (II Definición). 


La noción de Dios de Spinoza es filosófica, no teológica: Dios, para Spinoza, es una “substancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita”, que obra “en virtud de las solas leyes de su naturaleza”, como “causa inmanente pero no transitiva de todas las cosas”. Spinoza racionaliza el concepto de Dios desde una filosofía crítica y realista. Por ello, en sus axiomas (Primer Libro), puede advertirse que Spinoza se desliza de la ontología (las Definiciones) a la epistemología. 


Primero define las condiciones de lo existente, en un procedimiento en el cual Dios se convierte en hipótesis prescindente. En efecto, si se elimina la Definición VI de su Ética no se altera en absoluto el marco ontológico desarrollado por Spinoza. La definición I puede prescindir, sin problema alguno, de la Definición VI. Es decir, la definición VI no es condición de posibilidad para la Definición I. Esto evacúa la teología de la ontología y recupera la ontología para la filosofía. Es posible, por tanto, una ontología sin teología. 


Spinoza ha hecho algo imperdonable: ha racionalizado a Dios. Le ha quitado esa corteza mística e ideológica que es tan funcional para mantener el orden del mundo. La racionalización de Dios, desbarata nociones imprescindibles del canon: la santísima Trinidad, la Inmaculada Concepción, la separación alma y cuerpo y la resurrección, la salvación, la culpa por el pecado original, en fin, toda la parafernalia mística y toda la liturgia construida sobre ella. Si Dios es un ser absolutamente infinito, una sustancia de infinitos atributos, entonces ¿qué es el Maligno? No puede  tener una existencia, porque ello implicaría que sería un límite a la esencia infinita de Dios. El Maligno no puede existir, ante el Dios de Spinoza. Si Dios es absolutamente infinito y no en su género, entonces está en todas partes … y en ninguna! Precisamente por ello, los milagros no existen. Tampoco el mal ni el bien absoluto. En la naturaleza, las cosas persisten por ser (“Cada cosa se esfuerza, en tanto está a su alcance, por perseverar en su ser”). No hay ningún “plan de Dios” para nadie, porque en la naturaleza no hay contingencias, todo es necesario. Vislumbrar un plan, un destino, una argucia metafísica que constriñe la voluntad humana es solamente imaginación. “El alma no está sujeta a los afectos comprendidos dentro de las pasiones sino mientras dura el cuerpo”, (Proposición XXXIV, Libro quinto), si el cuerpo muere, también su alma: “no atribuimos duración al alma, sino en tanto dura el cuerpo” (Proposición XXIII, Libro quinto). 


Es ahora y aquí donde debemos ser todo lo que queremos ser. Ángeles, demonios, cielo, infierno, brujas y hechiceros, son pura imaginería popular. No tienen posibilidad alguna en un mundo racional y en el cual el Ser ha existido desde siempre. Spinoza propone una ética sin hipotecas especulativas y teológicas, y recupera la libertad humana sin restricciones teológicas. La ética es una posición individual, alejada de toda prescripción bíblica, en la cual son los hombres libres y racionales los que construyen su propio mundo y sus propias condiciones. El bien y el mal les pertenece a los seres humanos, no a los dioses. Una ética fuera de toda relación teológica implicaba una revolución teórica mayor. Reducía el alcance normativo de la Iglesia al mínimo y la demostraba como un aparato de poder. 


Era natural, por supuesto, que la Iglesia Católica emprenda una cruzada contra Spinoza. Su pensamiento pasó de forma inmediata al Index. Sus libros se prohibieron por toda Europa. El anatema se convirtió en la marca registrada de Spinoza y sus seguidores. Spinoza, definitivamente, había ido más lejos que Descartes, que Leibniz, que Hobbes, que Locke. Es la expresión del pensamiento más radical de la naciente ilustración. El mundo, ya no sería el mismo. Si bien es cierto que Descartes propone la duda como método de conocimiento (puedo dudar de todo, menos del hecho que estoy dudando), también es cierto que el sujeto que duda tiene un pensamiento (res cogitans) que se despliega ante el mundo (res extensa), y, de esta forma, expresa las dos sustancias reconocidas por el canon católico: en definitiva: el alma y el cuerpo. Spinoza, no obstante, ha ido más allá. Ya no hay la dicotomía alma-cuerpo. Spinoza ha evacuado del mundo a los ángeles y demonios. 


El Dios de Spinoza, en realidad es una hipótesis de trabajo. Una concesión a su tiempo, nada más que eso. Es comprensible la ira de la Iglesia Católica para con Spinoza. Su saña con la que persiguió su pensamiento demuestra la profundidad y el alcance que tuvieron sus palabras. Por ello, sus seguidores tuvieron un destino trágico: los hermanos Koerbagh, pero también Meyer, Bekker, Edelman, Tschirnhaus, entre otros, sufrieron de persecución, vejámenes, fueron empujados a la miseria, fueron encarcelados, de hecho Adrian Koerbagh murió en la cárcel. Fueron el testimonio de aquellos que empezaban a dudar del orden del mundo. En otras coordenadas, pero Radicatti, Vico, Doria, también habían coincidido con Spinoza, y habían pagado el precio de esas coincidencias. Había nacido la Ilustración Radical. 


Sin embargo, ¿qué sentido tiene ahora volver sobre ese debate? ¿Cómo inscribirlo en estos momentos y qué nos puede enseñar ahora? Spinoza forma parte de la historia de la filosofía. La modernidad ha rendido tributo a su pensamiento. Hay muchas reflexiones teóricas desde la filosofía sobre su legado. Si la Iglesia Católica y todos los poderes dominantes de la época hicieron causa común contra Spinoza, fue porque su pensamiento había alterado de forma radical y trascendente las coordenadas epistemológicas y ontológicas de su mundo. Había rasgado el velo de lo Real. El celo con el cual fue perseguido, y la doxa que se impuso para someterlo al olvido (las universidades se negaron a su pensamiento hasta bien entrada la modernidad), obedecía más a razones políticas que filosóficas. Si los milagros, el cielo, los ángeles, los demonios, el infierno, el Maligno, las brujas, son pura imaginería, entonces ¿cómo administrar el miedo? ¿cómo someter a la sociedad? 


Maquiavelo había advertido ya al Príncipe sobre la conveniencia del miedo para administrar el poder. Una sociedad que no tiene miedo, no puede ser sometida. Es una sociedad libre, y en una sociedad libre: “Si los hombres nacieran libres, no formarían, en tanto que siguieran siendo libres, concepto alguno del bien y el mal”(Proposición LXVIII, Libro Cuarto). El bien y el mal son humanos, demasiado humanos. La administración del poder es también la creación del bien y del mal. El miedo se enmarca en sus coordenadas. El poder crea el mal pero necesita justificarlo con el bien. Spinoza abre las posibilidades de la interpretación de lo Real a posibilidades antes no imaginadas. En realidad, en la persecución contra Spinoza no se trataba ni de ángeles ni demonios, ni de cielo ni de infierno, se trataba del poder y sus condiciones. Y ese poder no podía permitir que se dude del orden del mundo. En los cimientos de ese orden del mundo, efectivamente, hay ángeles y demonios, hay cuerpo y alma, hay cielo e infierno. Los seres humanos deben creer con la fe del carbonero en el bien y el mal como atributos divinos, y en plan de Dios para todos y cada uno de ellos sobre la vida. Los males de este mundo tenían su explicación en una voluntad divina cuyos secretos son inescrutables. No se puede entender esa voluntad de la divinidad y se debe soportar el dolor de ser en el mundo. 


Pero Spinoza dice que no es así. Que Dios es infinito en sus atributos y que la naturaleza no es contingente. Que el bien y el mal son humanos. Que no hay ningún plan divino para todos y cada uno de nosotros, y los males que padecemos son responsabilidad nuestra, por tanto, si las condiciones nos hacen, ellas pueden ser transformadas. Las penurias y el dolor del mundo pueden transformarse en la alegría de ser en el mundo, y para ello no se necesita de ninguna teología.  Spinoza, había apuntado bajo la línea de flotación del sistema feudal. 


Empero, cuando escribo esto: si las circunstancias hacen a los seres humanos, entonces las circunstancias deben volverse humanas, me doy cuenta que esa frase también le pertenece a Marx, es decir, hay un hilo que conecta a la Ilustración Radical con Marx. Spinoza apelaba a los seres humanos y a su racionalidad para conquistar la libertad, Vico decía que podemos transformar la historia porque somos nosotros quienes la hacemos. Marx, continúa esa apelación pero descubre que los seres solamente son humanos en sociedad, y que el devenir de las sociedades es la historia. Y ese devenir es contradictorio.


Por eso, si se trasladan y extrapolan esas circunstancias que determinaron la emergencia del pensamiento de Spinoza y la forma por la cual fue perseguido, olvidado y sepultado por la Iglesia Católica, en el capitalismo y la globalización, se puede ver que la estructura de poder del capitalismo y la modernidad, han procedido de la misma forma que las monarquías, las aristocracias, y la Iglesia Católica, en el periodo de la Alta Ilustración, pero esta vez con respecto a Marx y su herencia teórica. 


De la misma  manera que procedieron con Spinoza, ahora han identificado en Marx a su enemigo más importante para someterlo a un régimen de cuarentena permanente, aislamiento total y olvido absoluto. No hay que olvidar las requisitorias, las persecuciones, la cárcel, la tortura, la violencia contra sus seguidores, y las hogueras para sus libros. 


El Spinoza de la modernidad es, sin duda, Carlos Marx. No hay vituperio contra Spinoza que no se haya utilizado contra Marx. No hay expediente que no haya sido utilizado en contra del pensamiento de Marx. De la misma manera que las universidades de los siglos XVII, XVIII y XIX, se empeñaron en ocultar, invisibilizar y desdeñar el pensamiento de Spinoza, lo mismo ha sucedido con Marx. Al momento, en las primeras décadas del siglo XXI, casi no hay una sola facultad de economía que estudie su pensamiento (salvo raras excepciones). 


Pero Marx se inscribe en la veta abierta por la modernidad. Marx es moderno, plenamente moderno y lleva al límite las posibilidades que constan en la misma modernidad. A diferencia de Spinoza que tuvo que dar un paso al costado con respecto a toda religiosidad, de hecho hizo todo lo posible para ser expulsado de la sinagoga y de los parnasim, para pensar libremente por fuera de las restricciones de la escolástica medieval, Marx pertenece por entero a la modernidad. Su radicalidad se enraíza en la corriente de la Ilustración Radical que nace, precisamente, con Spinoza, llega a Diderot, Rousseau, Schiller y Marx. 


La  analítica de Marx abreva de lo más selecto y lo más profundo de la filosofía moderna: Hegel. Toda la construcción teórica de Marx se sostiene sobre la dialéctica hegeliana, y Hegel es el filósofo, casi sin duda alguna, más importante de la modernidad. Entonces, es la propia modernidad la que tiene que abjurar de uno de sus hijos más caro y prodigioso. 


Spinoza llega en un momento de agotamiento de la escolástica medieval y cuando la historia se transforma a una velocidad de vértigo. Es un pensador al margen de la Iglesia, de las universidades (de hecho rechazó la cátedra), y del canon. Más de un milenio de girar como una noria alrededor de sus propios discursos cuyo epítome está en las discusiones bizantinas, la Iglesia Católica no tiene capacidad de reinventarse. De hecho, trata de hacerlo utilizando a Descartes a través del obispo de París, Malebranche, pero el mundo la ha rebasado. Es demasiada historia para contenerla con artilugios del pasado. El mundo prolifera, y ello agota a la Iglesia Católica. La persecución es cada vez más vasta pero insuficiente, solo demuestra su impotencia ante esa proliferación del mundo, esa ebullición del cambio. 


En cambio, Marx aparece en pleno surgimiento y consolidación de la modernidad y el capitalismo. El nuevo sistema histórico recién está aprendiendo de sus posibilidades. Es novel, pero se pretende fáustico. El capitalismo es un sistema que se cree con el derecho de devorar al mundo y se cree inmortal. Y es ahí, en pleno desplegar de sus alas, que llega Marx y le susurra al oído: recuerda que eres mortal


Así, se convierte en esa conciencia de finitud ante la pretensión de infinitud del capitalismo. Marx, al recordar los límites de esa finitud ha puesto fecha de caducidad a un sistema que recién está en sus inicios. Sobre la ruta inaugurada por Marx se inscribirá casi todo el pensamiento radical de la modernidad. 


Sin embargo, la modernidad había construido sus propios héroes con poderes fáusticos: los  individuos. La modernidad no solo reconoce la potencialidad de su razón sino también su capacidad de libertad. Los individuos son seres que han roto con sus Dioses y reclaman para ellos sus poderes fáusticos. Seres racionales, libres, autónomos. Quizá como narración, la vulgata liberal pueda convencernos a nosotros, pero no a Marx, que representa su conciencia más crítica, más despiadada, más despierta. Marx demostrará que esos individuos ni son libres, ni autónomos. Más bien, son seres alienados, oprimidos, explotados. Son ellos los que tienen que quitarse la máscara (Marx la denomina la conciencia de sí) para devenir los sepultureros del sistema (la conciencia para sí). 


Como si se tratase de una vuelta de tuerca, Marx hace de esos individuos los portadores de la utopía del mundo que vendrá. Esa utopía que se cobijó en las entrañas del pensamiento radical de la modernidad. Esa utopía que veía a los seres humanos como hermanos en una tierra de libertad y abundancia. Es una curiosa nota de la historia que el lema de la liga de los comunistas (los hombres son hermanos), y que tiene resonancias de Schiller, haya sido transformada por Marx en: proletarios de todos los países, uníos! No hay texto que no resuma y exprese de mejor manera la modernidad y el capitalismo que el Manifiesto Comunista. Más que el acta de nacimiento de los comunistas, es la constatación de un pensamiento lúcido sobre su propio tiempo que se constituye en el acta de nacimiento del capitalismo, de la modernidad. Será el pensamiento radical de Marx, el mismo que proviene desde Spinoza, el que inspirará las revoluciones de los siglos XIX y XX. El siglo XX está impregnado de su éthos y de su élan. 


Sin embargo, el siglo XXI registra el archivo de todo expediente revolucionario y el olvido de toda referencia a Marx. ¿Qué pasó? ¿Por qué se produjo eso? La historia demuestra que un pensamiento de esa contextura no puede ser escamoteado impunemente. La Iglesia Católica, con todo su poder, con toda su experiencia, intentó silenciar a Spinoza, pero no pudo hacerlo. Finalmente, Spinoza venció. Lo mismo con Marx. Es imposible escamotear su pensamiento. Olvidarlo. Prescindirlo. Pero el siglo XXI está ahí para evidenciarlo, y quizá haya una hipótesis que permita explicarlo: la consolidación del neoliberalismo como discurso del orden del mundo. 


El neoliberalismo sepultó a Marx bajo las prescripciones epistemológicas y doxológicas de sus propios argumentos. El neoliberalismo es un discurso con una enorme eficacia ideológica pero casi ningún espesor teórico. Las transformaciones del capitalismo, sus contradicciones internas dan cuenta y ratifican las hipótesis de Marx. Empero, a fines del siglo XX caen los países denominados “socialistas” y, con ello, se endosa al marco teórico de Marx las razones de su fracaso político. 


Es difícil y complejo adscribir al marco teórico de Marx la culpabilidad de un proyecto político que no tuvo opciones y sucumbió, básicamente porque Marx desarrolla una crítica, no una propuesta normativa. Su visión emancipatoria, utópica, no es normativa. Se puede contrastar, en ese sentido, con una propuesta eminentemente normativa en el pensamiento de Keynes. 


La crítica de Keynes al pensamiento económico clásico, ocupa las primeras páginas de su libro la Teoría General de 1936, todo lo demás es una propuesta normativa para el pleno empleo. Su crítica se armoniza y se imbrica con su propuesta normativa. En Marx, en cambio, no hay nada de eso. Salvo algunas notas esporádicas, pero su propuesta es básicamente crítica. De hecho, El Capital, el magnus opus de Marx, tiene como subtítulo: “Crítica de la economía política”. 


Marx utiliza las herramientas conceptuales de la modernidad para ejercer una crítica radical al capitalismo, radical porque había que ir a las raíces mismas de los problemas. Pero la caída de los países socialistas a fines del siglo XX, demostró una estrategia política de más vasto alcance hecha desde el poder: evacuar el pensamiento de Marx, al mismo tiempo que se construía el neoliberalismo como un discurso-verdad sobre el orden del mundo. 


En adelante, la construcción del discurso neoliberal en discurso de la globalización y la adecuación de todos los marcos institucionales para garantizar su vigencia, determinan su constitución como discurso dominante, como pensamiento único. Spinoza había puesto un límite a la doxa escolástica y confesional. Había abierto una ventana desde la cual se filtraba la luz (por utilizar una metáfora cara a la Ilustración), que permitió cambiar al mundo. Su pensamiento fue la grieta que fracturó al dique de la hegemonía de la Iglesia Católica, la tradición, la autoridad y la jerarquía y, finalmente, la resquebrajó y posibilitó la Ilustración. Marx también abrió una grieta en un sistema que recién se estaba conformando. Pero, el capitalismo se muestra resiliente y pudo cerrar, aparentemente, esa grieta. Utilizó el discurso más débil, en términos filosóficos y epistemológicos, el neoliberalismo, como argamasa para cerrar esas fisuras. 


La cuestión, no obstante, es: ¿Cómo una argamasa tan débil pudo haber cerrado una fisura tan potente como aquella abierta por Marx? Y la respuesta, por supuesto no consta en la textura de esa argamasa (el discurso neoliberal), sino en la estructura de poder que lo sostiene. Se utilizó la argamasa pero, acto seguido, se la selló con un nuevo muro. 


La hegemonía de los discursos de poder siempre se sostiene en la violencia. Los radicales spinozistas fueron perseguidos, algunos de ellos obligados a abjurar y renegar de las ideas que habían contribuido a divulgar. Algunos de ellos resistieron y, finalmente, murieron bajo la tortura, la enfermedad, el encierro o la miseria. Los libros de Spinoza se quemaban en actos públicos, como si al quemar el papel se pudiesen exorcizar los demonios de la historia, la fuerza de sus argumentos. 


Hay una corriente subterránea que atraviesa todo el siglo XVII y XVIII de manuscritos de las obras de Spinoza y sus seguidores que siguen caminos secretos, se refugian en bibliotecas y de ahí se propagan. Los libros se queman, pero el pensamiento sigue vivo, sigue latente y es cada vez más potente, más peligroso. 


El Index Prohibitorum es generoso en albergar a nuevos disidentes, apóstatas y herejes. Pero el poder panóptico y pastoral de la Iglesia Católica nada puede hacer ante la fuerza del pensamiento de Spinoza. El mundo ha cambiado. Marx decía que las ideas solo cambian al mundo cuando hay un poder material que las lleve adelante, y que una sociedad solo pueden llevar a cabo las tareas que le competen. 


Ahora estamos en un proceso de transición importante. La argamasa del neoliberalismo fue demasiado débil ante los avatares del mundo. Una pandemia la demostró más en sus simulacros que en sus capacidades reales de comprender al mundo. La Ilustración Radical nació con Spinoza. Marx es la continuación de esa ilustración radical. Ahora, en el siglo XXI necesitamos nuevamente apelar a ese ethos y ese élan, que estaban en Spinoza y en Marx para reinventar al mundo. Quizá una de las frases más contundentes de la filosofía sea la Tesis 11: no solo hay que interpretar al mundo, hay que cambiarlo!




domingo, 7 de junio de 2020

Algunas notas y apreciaciones con respecto a la Ley de Ordenamiento Fiscal.- Las reglas fiscales, y la deconstitucionalización de la economía


Algunas notas y apreciaciones con respecto a la Ley de Ordenamiento Fiscal.- 

Las reglas fiscales, y la deconstitucionalización de la economía

(1) Si bien es cierto que hasta la fecha (07-06-2020), aún no existe un pronunciamiento oficial del gobierno con respecto a esta ley, también es cierto que, salvo cambios muy puntuales, es probable que el ejecutivo se ratifique en el tenor de esta ley. Estas reformas, que ya fueron negadas el año pasado, en realidad constituyen una vuelta de tuerca en la imposición neoliberal. Lo que me parece interesante es la forma por la cual logran cambiar el sentido de la Constitución, en especial toda su construcción normativa sustentada en los derechos, hacia la autoridad de la ley, es decir, un retorno al positivismo jurídico, sin haber realizado previamente ninguna reforma constitucional, ni tampoco haber provocado un debate fundamental sobre los derechos y la ley. Este giro epistemológico, sutil pero contundente, da cuenta de una estrategia jurídica y política potente. No se reniega en absoluto de los límites que la Constitución pondría a la acumulación de capital y su forma neoliberal, pero se altera de forma casi imperceptible el fundamento mismo de esa Constitución y que se condensa en su primer artículo que establece al Estado Constitucional de derechos y justicia. ¿Cómo se logra ese giro teórico y político? ¿Por qué la sociedad no puede advertirlo? ¿Qué consecuencias implica? La forma por la cual se utiliza como ariete un concepto demasiado técnico como para inscribirlo en coordenadas políticas pero que permite romper las murallas del constitucionalismo garantista, son las nuevas reglas fiscales. Se trata de un concepto abstruso y al cual la mayoría de organizaciones y sectores sociales no le otorgan mayor trascendencia, salvo aquella que proviene de un arcano misterioso que debe, por su misma condición, tener alguna importancia aunque vaya uno a saber cuáles serían ellas. ¿Pero, qué son esas “reglas fiscales”? ¿Qué importancia tienen? ¿Por qué comprenderlas, o estudiarlas? Si esas reglas establecen responsabilidad, transparencia y disciplina al gasto fiscal, entonces ¿por qué cuestionarlas? ¿en dónde radica el hecho que esas reglas fiscales impliquen una trasgresión nada más y nada menos que al primer artículo de la Constitución y que define al Estado constitucional de derechos y justicia? Cuando la Asamblea Nacional debatió esas reglas fiscales, los asambleístas oscilaban entre la adscripción ciega  a los mandatos del poder, obviamente por desconocimiento absoluto de lo que estaban tratando, a una cierta suspicacia que tenía una sospecha quizá fundada pero sin fundamentos evidentes. La cuestión es que esas reformas pasaron por las aduanas de la Asamblea Nacional sin que exista, por parte de ella, el más mínimo reparo o sospecha de su trascendental importancia. Con lo barrocos que son nuestros políticos, se fijaron más en las formas, y si la forma era conveniente con aquello que ellos creían o les convenía, entonces no había problema alguno en aprobarlas. Los medios de comunicación, tanto de la gran prensa, cuanto los medios alternativos de las redes sociales, tampoco sabían cómo asumir ese arcano. En las redes sociales, nunca hubo un “hashtag” o un mención explícita a las reglas fiscales y a su importancia. Era como si ese ropaje tecnocrático permitiese una clandestinidad que, a manera de un caballo de Troya, permita ingresar a la fortaleza inexpugnable del garantismo constitucional para dinamitarlo desde dentro; 

(2) La ley que define las reglas fiscales se aprobó, pero no existe aún el espacio político para inscribirla dentro del debate y del conflicto político de la coyuntura. Es una ley que afecta de forma directa absolutamente a todos. Afecta a las universidades, afecta a los afiliados, pensionistas y jubilados de todo el sistema de seguridad social, afecta a todos los alcaldes y prefectos, afecta a todas las empresas públicas, a toda la banca pública y, por extensión, a sus clientes. Y los afecta de forma negativa y directa. Pero es como si todos ellos viviesen en una realidad alterna. Sus intereses más inmediatos están realmente amenazados por estas reglas fiscales, pero hay una especie de desidia ontológica que los separa de la comprensión de su realidad más evidente e inmediata. Por eso no hay aún la posibilidad cierta de convertir a estas reglas fiscales en un objeto de disputa política. Cuando todos los afectados constaten y comprueben sus efectos será, una vez más, demasiado tarde. Hay algo ahí, en esa ley, que la protege y que neutraliza a la sociedad con respecto a ella. Y ese “algo” tiene que ver con la forma por la cual se relaciona con la técnica y con la ciencia. La sociedad considera que esas reglas fiscales, son tan técnicas y con fundamentos supuestamente tan científicos y basados en la teoría económica que bien pueden convertirse en necesarias para la sociedad. Es decir, ahí se expresa un fenómeno social importante: la despolitización de la ciencia y la técnica. Pero la ciencia y la técnica por supuesto que son políticas, y más aún en la economía. Las reglas fiscales de la ley Orgánica para el Ordenamiento de las Finanzas Públicas son un instrumento de poder. Su cobertura técnica es precisamente eso, una cobertura ideológica. Es una ley que tiene nociones abstrusas incluso para los legos en la materia. Es muy difícil dar una contextura de un mínimo de coherencia y racionalidad a algo quizá tan extraño (por su irracionalidad, por su absurdidad) como el “resultado primario no petrolero”, para instituciones que nada tienen que ver con la exportación de petróleo como las de la seguridad social, sin embargo esa regla fiscal está ahí,  y una sensación de absurdo emerge, quizá como una subversión de la racionalidad del mundo ante algo que no es, y no puede ser racional, sin embargo, consta inscrita en toda su contextura normativa como prescripción, control y dominación; 

(3) Por supuesto que es necesario explicar, referir, contextualizar y desmenuzar el alcance normativo, político e institucional que tienen esas reglas fiscales, pero en esta oportunidad quizá sea conveniente visualizar el proceso más general que permitió su aprobación y la neutralización de la sociedad sobre su pertinencia e importancia y que confirma una praxis del poder y es aquella sinuosidad por la cual se alteran de forma trascendente instituciones y normas claves para la sociedad, sin generar oposición social alguna. En efecto, las disposiciones constitucionales hacen imposible el ajuste fiscal, las reformas estructurales y la imposición neoliberal. La ontología política del texto constitucional está construida y definida a contrapunto de toda aquella que proviene del neoliberalismo. Se trata de un construcción teórica y política comprensible, porque ese texto constitucional daba cuenta de las fracturas sociales que había soportado y sufrido la sociedad al tenor de la crisis financiera y monetaria de 1999-2000, una crisis provocada, justamente, por el neoliberalismo. Ese texto constitucional era una especie de exorcismo, catarsis y apelación a una clausura definitiva de todas aquellas condiciones que generaron esa crisis. Es entendible y comprensible, por tanto, que la sociedad haya desplegado en ese texto una especie de némesis sobre algo tan proteico como la ideología y la praxis política del neoliberalismo, al mismo tiempo que trate de evitarlo, conjurarlo. Pero el neoliberalismo es la condición de posibilidad de la acumulación de capital y sus relaciones de poder. Así, la distancia entre el texto y el contexto se hizo abisal. El mismo gobierno y el mismo proceso político que construyó, definió y aprobó ese texto constitucional, tuvo que crear una cesura radical con ese texto. Tuvo que separarlo del ejercicio real del poder y la dominación. Al día siguiente de su aprobación, en el año 2008, el régimen de ese entonces ya creó todas las condiciones políticas para subordinarlo a sus propias dinámicas  y requerimientos. Se trataba de la apelación a un expediente que Jorge Juan y Antonio de Ulloa, enviados especiales de la Corona española para observar in situ a sus colonias en América, definieron de forma tan breve y tan precisa en el siglo XVIII: en las colonias, las leyes, normas y disposiciones emitidas por la Corona, se acatan pero no se cumplen. Ahí radica una cesura clave que marca la estructura política de la dominación en América Latina, la distancia, la cesura, el hiato, entre la ley y la praxis del poder. Se acata pero no se cumple define la forma por la cual la sociedad latinoamericana en general se apegó a un proyecto civilizatorio al cual suscribía en la forma pero no en el fondo. Mutatis mutandis, pero esa cesura constaba ya en los orígenes mismos de la modernidad y la emancipación política de la burguesía. La Asamblea revolucionaria en Francia, determinó que los hombres nacen libres e iguales, y bajo el lema de libertad, igualdad y fraternidad crearon, justificaron y expandieron la revolución burguesa por todas partes de Europa. Sin embargo, cuando los esclavos de Haití se tomaron en serio la resolución de la Convención, y se autoproclamaron libres e iguales, esa misma Convención aprobó el  envío de tropas y generales para someter a los insurrectos y devolverlos a la esclavitud. Por eso, el viejo topo veía con sarcasmo los ideales burgueses. A esas consignas de libertad, igualdad y fraternidad, escribía Marx, le son correlativas, y complementarias aquellas de: infantería, caballería, artillería.  No obstante, ahí subyace una praxis que es conveniente visualizarla para comprender cómo se pudo llevar adelante la desconstitucionalización de los derechos económicos, en el caso del Ecuador y a partir de la aprobación de las reglas fiscales;

(4) Dos procesos, entre otros por supuesto, son claves para comprender la desconstitucionalización de la economía de las reglas fiscales aprobadas a mediados de 2020, de una parte el ropaje técnico de la norma, y, de otro, la cesura entre la norma y la praxis del poder (se acata pero no se cumple). Esos dos procesos apelan a un entramado más sutil, más complejo, más profundo, pero más trascendental y cuyas coordenadas solamente pueden constar en la ontología política de la dominación. La construcción del saber tiene poco que ver con el descubrimiento del mundo, y mucho con su creación en tanto mundo. El saber crea al mundo, lo establece en sus coordenadas fundamentales, lo fija en sus relaciones de poder, lo establece en su epistemología de la dominación. Esa dolosa relación entre el saber y el poder fue identificada en plena constitución de la modernidad por filósofos que veían con sospecha la pretendida racionalización del mundo, y que se expresaba en el célebre aforismo de Hegel: “lo real es racional y lo racional es real”. Son los irracionalistas los que sospechan de las pretensiones imperialistas de la razón moderna. En verdad, la razón del mundo, es la razón del poder. Por eso, otra vez Marx, recoge esa suspicacia del irracionalismo, y escribe en la Ideología Alemana que las “ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante”. A la forma por la cual las ideas de la clase dominante se convierten en ideas fijas y determinadas del mundo, en falsa conciencia, Marx lo denomina ideología. Hay una función ideológica fuerte en la ciencia, en la tecnología y en el saber moderno. Las intuiciones de Marx al respecto, crearon toda una escuela de interpretación, sospecha y crítica radical en el denominado Círculo de Frankfurt. Ahí subyace una intuición que se ha revelado cierta: la ciencia, en realidad, racionaliza al mundo y, al hacerlo, lo construye. Al construirlo, también determina las condiciones de la dominación y el poder. La ciencia es otra forma de poder. Esta breve reflexión es para comprender el supuesto ropaje científico y teórico que subyace a las denominadas reglas fiscales, y toda la parafernalia de sus conceptos aparentemente técnicos pero básicamente ideológicos, como: consolidación fiscal, estabilización, transparencia, responsabilidad y disciplina fiscal, déficit fiscal, gasto corriente, etc. Pero también es una apelación para comprender el comportamiento de la sociedad ante la ideología como falsa conciencia. La gente de la calle cree con la fe del carbonero que hay “excesivo gasto fiscal”, cree que el “gasto corriente afecta al déficit fiscal”, aunque no tenga la menor idea de lo que es el gasto corriente (lo asocian al pago del burócrata de ventanilla), y menos aún con el concepto de “déficit fiscal” (lo asocian con un faltante en dinero de la caja fiscal, como si eso fuese posible). Cree que existe de verdad algo llamado “Estado obeso”, aunque vaya uno a saber qué se imaginarán al respecto. Se me viene a la mente una imagen: la Hidra (o la Medusa) y su mirada que convierte en piedra a todo aquel que ose corresponder mirándola. Cuando se ve de frente a la ideología se corre el riesgo de ser petrificado por ella, y uno termina creyendo en el catecismo del poder, y repitiendo, quizá sin quererlo y sin proponérselo, la doxa del poder.

(5) El problema de fondo es comprender la desconstitucionalización de la economía, es decir, la forma por la cual los conceptos centrales de la Constitución pierden eficacia jurídica y se convierten en nociones intrascendentes, puro formulismo de una sociedad barroca que las repite para hacer exactamente lo contrario. Hay principios jurídicos importantes, uno de los que más me gusta está contenido en el artículo 283 de la Constitución, y se puede escribir muchísimo sobre él y sus consecuencias. Es un hermoso texto, con una profunda visión ética, con grandes consecuencias axiológicas y ontológicas (en el sentido de ontología política), para construir una sociedad humanista, democrática, justa; el texto dice: “El sistema económico es social y solidario; reconoce al ser humano como sujeto y fin…”.Cuando leo ese texto, recuerdo, no obstante, a De Maistre y su crítica radical a la revolución francesa. No, decía De Maistre, y con él Bonald y Burke, los seres humanos ni nacen libres ni iguales, como pretendía la Convención. Burke decía que la Convención confundía el deber-ser con el ser. Los hombres deberían ser libres e iguales, fustigaba, en su crítica a la revolución francesa. Ellos constituyen el núcleo duro del pensamiento reaccionario. Sin embargo, para evitar el pesimismo radical de los reaccionarios, creo que hay efectivamente una impostación entre el deber-ser y el ser en la Constitución, el sistema económico no es, lamentablemente, ni social ni solidario. Es capitalista, con todo lo que ello implica. Es un sistema despiadado con la condición humana. Que no perdona a nada ni a nadie. Que no tiene escrúpulo alguno ni con la naturaleza ni con la dignidad de lo humano. Que puede destruir con la alegre indiferencia del último hombre. Polanyi, lo llamaba el molino satánico. Empero de ello y sabiendo la contextura del capitalismo, la Constitución nos propone un deber-ser, nos plantea un horizonte emancipatorio, otro mundo posible: hay que luchar por construir un sistema económico que sea social y solidario y que tenga al ser humano como sujeto y fin. El principio constitucional es un deber-ser que quiere normar al ser. La deontología como límite y posibilidad de la ontología política. Como propuesta política es de enorme trascendencia. Entre la posibilidad y la necesidad cabe inscribir la realidad, pero como objeto de disputa, creación y re-creación. En definitiva, se trata de dar condición de posibilidad a aquello que el Foro de los movimientos sociales había convertido en su divisa central: Otro mundo es posible. El contenido utópico del Art. 283 podía ayudar a convertir al capitalismo en otro mundo posible, deseable, necesario. Pero hay una distancia entre el ser y el deber-ser, y el neoliberalismo es plenamente consciente de esa distancia. Por ello, se instila con el pragmatismo de lo factual en el ser, para evitar su conversión en deber-ser. Las reglas fiscales están hechas para eso, para evitar que el sistema económico sea social y solidario, para impedir que el ser humano sea sujeto y fin. El pragmatismo de las reglas fiscales, es aquel de todo contador que registra hasta el último centavo y sabe de la consistencia ontológica que tiene un balance de caja. Lo que la Constitución estableció como un procedimiento constitucional para permitir que los ingresos del Estado se utilicen para garantizar los derechos de los ciudadanos, y que puedan convertirse en sujetos y fines en sí mismos, las reglas fiscales alteran y convierten en sujeto y fin la contabilidad fiscal. Lo que era un instrumento se convierte en un fin. Mas, lo perverso es que para cumplir con ese fin se sacrifica el fundamento de ontología política de la Constitución. Pensiones jubilares que se reducen por razones de contabilidad; instituciones públicas que desaparecen (entre ellas hospitales, escuelas, colegios, centros de investigación), por razones contables. Decenas de miles de nuevos desempleados, por razones contables. Procesos que antes se hacían en minutos, ahora duran días porque no hay funcionarios públicos que los realicen. La corrupción emerge otra vez con fuerza. La pobreza se profundiza. La paradoja de un Estado que guarda celosamente los recursos públicos en bancos privados, mientras desmantela servicios públicos básicos porque no tiene recursos, tal es el escenario inmediato, inminente, de las reglas fiscales. De la trasgresión del ser como sujeto y fin y su conversión en objeto y medio.

(6) ¿Cómo pudo desconstitucionalizarse la economía? ¿Cómo se produjeron esas “mutaciones constitucionales”? Para utilizar una metáfora de tiempos de peste: ¿Cómo pudo contaminarse la Constitución con el ADN del neoliberalismo y transformarse en su contrario? ¿Porqué las reglas fiscales fueron “asintomáticas”? Hay un concepto que puede ayudarnos a responder esas cuestiones y que, curiosamente, empata con estos tiempos de biopolítica. Se trata de la noción de “lógicas inmunitarias del poder”, propuesto por el filósofo italiano Roberto Esposito. La acumulación del capital nunca se hizo mayor problema con el Art. 283, y la verdad tampoco con el artículo primero que define el Estado Constitucional de derechos y justicia, entre otros, porque su intuición le decía que en el fondo pueden convertirse en pura forma, en puro simulacro. Se incorporaban conceptos emancipatorios, justamente con el propósito de prevenir la emancipación. De la misma manera que se generan anticuerpos ante un virus atenuado en sus posibilidades, así se podían generar anticuerpos a conceptos y nociones jurídicas que proponían la emancipación. Esto podría suscitar una interpretación pesimista de la pertinencia de la norma, a condición de ponerla en su justo contexto. Para que la norma constitucional conserve su estatuto de emancipación y libertad, sus condiciones reales no están dentro de ella sino fuera, en la sociedad, vale decir, en la calle, en la plaza, ahí donde nace y se hace la historia. Es la sociedad, en su lucha política la que tiene que defender el contenido emancipatorio que consta en el texto Constitucional. La referencia a la metáfora bíblica va de sí: el verbo tiene que hacerse carne. Para que los seres humanos se conviertan en sujeto y fin, no solo es necesario el enunciado constitucional sino la lucha política que le otorgue todas sus condiciones de posibilidad. Por supuesto que hay que demandar la inconstitucionalidad de las reglas fiscales para defender el contenido deontológico de la Constitución, pero solo es una parte de la lucha. La resistencia fundamental, ahí donde se definirá el real sustrato de la norma constitucional, no es la sala de los jueces constitucionales (que al momento acumulan más pasivos que activos con respecto a su sindéresis, coherencia y ética), sino en la lucha social. Es ahí en donde tienen que derrotarse las reglas fiscales y las lógicas inmunitarias del poder. Es ahí en donde tiene que producirse el des-pliegue de la Constitución y su contenido emancipatorio. Mis amigos de Acción Jurídica Popular (a quienes debo una disculpa), lo denominan “constitucionalismo popular” y me parece una definición justa y pertinente, porque los derechos se los gana en la calle, se los gana en la lucha, se los gana y garantiza en la resistencia. El constitucionalismo popular quizá sea el envés del constitucionalismo garantista, y del pluralismo jurídico. Al menos en América Latina, para que la norma se ejerza, para que el verbo se haga carne, siempre debe validarse, constatarse, ejercerse, legitimarse y garantizarse desde la resistencia, desde la movilización, desde la lucha popular. Una de las frases más bellas que se hayan escrito jamás desde la resistencia, desde a lucha popular, lo hicieron los estudiantes de Córdoba, en su manifiesto liminar de 1918: “Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan”.

miércoles, 3 de junio de 2020

Sobreendeudamiento y radicalización del ajuste en el nuevo programa del FMI para el Ecuador, y alternativas económicas

Sobreendeudamiento y radicalización del ajuste en el nuevo programa del FMI para el Ecuador, y alternativas económicas
Pablo Dávalos
En su informe sobre el Ecuador, realizado en mayo de 2020, el FMI afirma que el país tiene que hacer un mayor esfuerzo en “consolidación fiscal”, así la meta pasaría de 4,8% del PIB, tal como constaba en la Carta de Intención que fue suscrita en marzo de 2019, al 6,2% del PIB para el periodo 2019-2025. Es decir, prácticamente, según el FMI, el país deberá duplicar el ajuste fiscal en el mediano y largo plazo. 
Precisamente por ello, el FMI da por terminado el Acuerdo de Facilidad Ampliada (Extended Fund Facilitypor 4.209 millones de USD, establecido en el programa suscrito en marzo de 2019, para crear y proponer un programa aún más radical que el anterior. La justificación para dar de baja a la Carta de Intención es la utilización de indicadores de déficit fiscal defectuosos (statistical deficiencies) que implicaron un desembolso de alrededor de 431 millones de USD por un margen de desempeño no previsto en el resultado primario no petrolero del sector público no financiero (The revised data indicate a nonobservance of the performance criterion on the NOPBS of the NFPS at end-September 2019 by a margin of US$431 million. IMF, 2020). El FMI aclara que esa mala utilización no fue intencional sino que correspondería a la forma por la cual se registran los datos fiscales del Ecuador, asunto que se corregiría con la reciente ley aprobada de Ordenamiento de las Finanzas Públicas. 
Para el FMI el escenario post pandemia, para el Ecuador es de más deuda externa y más ajuste y que la recuperación económica recién podría empezar en el 2023. El FMI estimó que el Ecuador habría perdido, producto de la pandemia Covid-19, 15.863 millones de USD, y tendría una necesidad de financiamiento bruta de 13.700 millones de USD, lo que empujaría su deuda a un 70% del PIB en el 2023, para una disminución esperada del 67,7% recién en 2025. 
Para el FMI, el país debería comprometerse con un fuerte programa ajuste en el 2021 e incluso más allá de ese año, a través de esfuerzos fiscales continuos, que impliquen una ambiciosa racionalización del gasto y una reforma tributaria favorable. En ese sentido, el FMI esperaría que el país realice cambios urgentes en las leyes monetarias, que permitan la libre circulación de capitales y el relajamiento de los mecanismos de control y supervisión bancaria. La misión del FMI, de hecho, está ya trabajando con las autoridades económicas del gobierno, en un nuevo programa de ajuste para el Ecuador, que tome en cuenta la realidad económica en un escenario post-pandemia. El gobierno, en ese sentido, enviaría en las próximas semanas un conjunto de reformas al Código Orgánico Monetario y Financiero.
Sin embargo, al parecer al FMI se le olvida (u omite) el hecho que el Ecuador es un país democrático que elige a sus autoridades en las urnas y que existe un texto constitucional que tiene que ser respetado por todos (eso incluye, por supuesto, al FMI). Por ello, hay una superposición y yuxtaposición temporal y política entre la negociación del nuevo programa económico para el Ecuador y las elecciones que se realizarán en pocos meses. Es como si el gobierno y el FMI quisiesen trazar ya los límites y posibilidades del próximo gobierno. 
Una actitud prudente y respetuosa del FMI esperaría a que el Ecuador primero defina y elija a sus nuevas autoridades políticas y económicas. Si las nuevas autoridades electas suscriben las posiciones del FMI, entonces esta institución puede acercarse al país y buscar cualquier tipo de negociación. Pero si las nuevas autoridades no las suscriben, entonces cualquier tipo de acuerdo previo al que se haya llegado simplemente tiene que ser anulado por obvias razones. Eso ya pasó con el gobierno de Macri y la posterior elección de Fernández, en Argentina. Al no poder reelegirse Macri, no habían condiciones políticas para continuar con el programa económico del FMI en el nuevo gobierno argentino, y el FMI se vio obligado a revisar sus posiciones con respecto a este país.
Lo mismo en el Ecuador. Todas las encuestas indican la fatiga de la sociedad ecuatoriana con respecto al ajuste al estilo del FMI y su actitud reacia a apoyar a políticos que se inscriban en la línea del ajuste fondomonetarista. Salvo escenarios no previstos, pero lo más probable es que la población ecuatoriana utilice las urnas para expresar su descontento con las políticas de ajuste, recesión, contracción económica y que han creado desempleo, pobreza y desinstitucionalización pública, además de corrupción. 
Es muy probable que el electorado también utilice las urnas para un ejercicio de fiscalización con respecto al gobierno de Lenin Moreno, considerado casi de forma unánime como el peor gobierno en la historia reciente, justamente por su férrea y ciega adscripción al ajuste, la austeridad y su expediente de corrupción. En consecuencia, es muy difícil que se genere un escenario político para la imposición de medidas de ajuste y su radicalización, en el sentido establecido por el FMI. En otras palabras, es improbable que el electorado ecuatoriano opte por la continuidad de las medidas económicas de ajuste y recesión (representadas por los candidatos de la derecha política).
Ahora bien, puede establecerse que las cifras son ineludibles y que el escenario de catástrofe se debe a vectores exógenos que han atravesado al mundo y al capitalismo al generar una crisis no prevista y de vastas consecuencias, por tanto el ajuste fiscal es ineludible, porque las cifras y los escenarios lo son. Sin embargo, es un lugar común, al menos en la academia y en los medios de comunicación más respetables, que en más del 99% de los casos, el FMI siempre ha fallado en sus previsiones y cálculos, y que sus métodos de análisis son anacrónicos, obsoletos y no toman en cuenta las realidades de las sociedades del siglo XXI. En efecto, los últimos avances de la teoría económica, en materia de información asimétrica de mercados y sus fallas estructurales, en el rol de las instituciones para la formación de precios, en el rol positivo de los multiplicadores fiscales para el crecimiento y el empleo, las economías de la información y los costos marginales nulos, entre otros, evidencian que los técnicos del FMI no leen, no investigan, y se dedican a repetir una doxa que nada tiene que ver con los problemas actuales. Ya a inicios del siglo XXI el premio nobel de economía Joseph Sitglitz, y ex vicepresidente del Banco Mundial, fustigaba a los economistas del FMI por su mediocre preparación teórica y académica. Por ejemplo, todos ellos aún creen en la pertinencia de un concepto elaborado en el siglo XIX que se denomina “teoría cuantitativa de la moneda”, y con ese concepto pretenden comprender e imponer decisiones en política monetaria, en contextos financieros y monetarios que nada tienen que ver con esos conceptos decimonónicos.
En consecuencia, puede indicarse que los datos y los escenarios que maneja el FMI no son creíbles, no son consistentes, no son congruentes y no son aplicables, al menos para las realidades del siglo XXI. Si se toma en cuenta el concepto de los multiplicadores fiscales y los multiplicadores monetarios (o dinero endógeno), una intervención pública sobre la crisis puede remitirla en el corto plazo y posibilitar la recuperación económica en menos de un año. Si eso se produce, entonces no sería necesario ningún programa económico al mediano y largo plazo, bajo el monitoreo y control del FMI, ni tampoco el sobreendeudamiento, como es su intención.
En el caso del Ecuador, algunas decisiones políticas y económicas pueden revertir la situación de manera radical y en el corto plazo. Por ejemplo, si se elimina la prohibición por la cual el Banco Central está restringido de adquirir bonos estatales (una prohibición absurda por lo demás), se pueden emitir bonos del Estado a un plazo menor a un año y con capacidad de roll over indefinida, para un programa de recuperación de la demanda agregada interna, por la vía de una renta básica universal. Esos bonos no son deuda porque son menores a un año y el mecanismo de roll over protege al fisco de todo tipo de egresos. Para que esta emisión no genere presión sobre la balanza de pagos, habida cuenta del esquema de dolarización, la renta básica universal puede cobrarse y gestionarse por la vía del dinero electrónico a través de circuitos de consumo/producción que integren e involucren a la economía popular y solidaria. De esta manera también se evita el riesgo del contagio de la población por el uso de billetes y monedas que pueden convertirse en vectores de transmisión de la pandemia. El gobierno central puede también migrar el sistema de pagos y el sistema de compensación al dinero electrónico. Con esta decisión (que es de tipo administrativo), se puede incrementar la velocidad de circulación del dinero, cuyo efecto multiplicador sobre el nivel de ingreso, empleo y producción siempre es directo y positivo. Esto reduciría de forma importante sus necesidades de liquidez y, en consecuencia, de deuda pública. 
El gobierno puede, además, decretar una remisión de pagos de intereses para el crédito hipotecario, crédito agrícola, crédito estudiantil, crédito de consumo, y crédito productivo para medianas y pequeñas empresas. Puede compensar este crédito con un programa de utilidad bancaria cero para el presente año fiscal o el siguiente. Puede también ampliar el cobro del impuesto a la renta a los grandes grupos económicos, sin necesidad de alterar las leyes sino a través de mayor capacidad de determinación tributaria del servicio de rentas internas. 
Con esos recursos, puede disminuir el impuesto al valor agregado para todos los bienes y servicios no suntuarios, ello tiene un efecto directo sobre el consumo interno y su respectivo efecto multiplicador. Al mismo tiempo, puede reinstitucionalizar sectores importantes como salud, educación, administración de justicia, seguridad interna, inclusión social, que fueron maltratados por el régimen de Moreno. El gobierno puede también suspender de forma indefinida los programas de modernización de armamento y destinar esos recursos a la recuperación económica a través de la banca pública de desarrollo. Puede crear una sinergia con la banca de la seguridad social para un programa intensivo de vivienda, con tasas de interés que no superen el 3% y con plazos de hasta 25 años, y motivar la creación de los bancos territoriales con los gobiernos autónomos descentralizados (Bancos de la Ciudad), para un programa de ahorro/inversión local. El gobierno puede también ampliar su cobertura de inversión pública, sobre todo para proyectos de energías limpias y mitigación del calentamiento global, cuyos efectos sobre la economía, el ingreso y el empleo siempre son positivos y tienen apoyo internacional. Un programa de esta naturaleza, y que supone decisiones muy puntuales, además, podría recuperar la economía en menos de un año. 
Con respecto a las necesidades de financiamiento externo, se podría establecer un cronograma preciso de obligaciones de deuda privada, multilateral y bilateral, para tomar decisiones al respecto, que podrían ir desde una reemisión de bonos para deuda inmediata, hasta una reprogramación de pagos global. Esto aliviaría la balanza de pagos y la presión de la deuda externa en el corto plazo. 
En otros términos, el programa que propone el FMI ni es imprescindible, ni es relevante, ni es prioritario. Hay otras posibilidades de gestionar la crisis creada por el pandemia del covid-19. La sociedad está a la expectativa de ese programa de reactivación productiva que implique también dimensiones de justicia, de equidad, de fiscalización, de soberanía y de una ética por el cuidado de todos. Ese programa es posible, es necesario, es factible, y es muy probable que la sociedad lo asuma y lo suscriba.